Era casi media noche, La casa estaba en un silencio absoluto, roto únicamente por el suave tecleo de mi computadora. Estaba terminando un trabajo para la clase del profesor Valley, y aunque mi cuerpo me pedía a gritos descansar, mi mente estaba atrapada en la presión de los plazos y las tareas pendientes. La tenue luz de mi lámpara de escritorio iluminaba mi habitación, acompañándome en esa solitaria vigilia.
Todo parecía normal hasta que un ruido sutil, proveniente de la sala, captó mi atención. Me detuve, inmóvil, esperando escuchar si se repetía. Al principio lo descarté como un sonido sin importancia, pero entonces llegó un murmullo entrecortado, casi un sollozo.
Fruncí el ceño, inquieto. ¿Era Charlotte?
Bajé las escaleras con pasos silenciosos, cuidando no hacer ruido. La sala estaba sumida en la penumbra, pero la luz azulada de la televisión encendida revelaba la figura de Charlotte. Estaba sentada en el sofá, sosteniendo su teléfono con una mano, mientras la otra cubría su rostro. Su postura reflejaba una vulnerabilidad que no asociaba con ella.
-...no es tan simple, ¿sabes? -murmuró, su voz cargada de frustración y tristeza.
La Charlotte segura de sí misma, siempre con comentarios mordaces, parecía haber desaparecido. Por un instante, consideré regresar a mi habitación, pero algo me hizo quedarme.
-¿Charlotte? -pregunté, rompiendo el silencio.
Ella levantó la cabeza rápidamente, sobresaltada. Sus ojos estaban rojos, y aunque intentó disimularlo, las lágrimas que marcaban sus mejillas eran inconfundibles.
-George... ¿qué haces despierto? -respondió, mientras se apresuraba a secar su rostro con la manga de su pijama.
-Escuché ruido y bajé a ver. ¿Estás bien? -inquirí, manteniendo mi distancia.
-Claro, todo está bien -dijo, esforzándose por sonar despreocupada, pero su voz temblaba ligeramente.
No era asunto mío, pero su expresión me hizo sentir que no podía simplemente ignorarlo.
-No parece que estés bien.
Charlotte suspiró, dejando su teléfono sobre la mesa. Su mirada, llena de cansancio, se cruzó con la mía.
-Es solo un mal día, George. Todos tenemos uno.
-Quizás no sea asunto mío, pero... si necesitas hablar, estoy aquí.
Ella soltó una risa suave, carente de humor.
-¿Tú? ¿El chico que apenas tolera mi presencia?
-No exageres. No es para tanto. Solo digo que, si necesitas desahogarte, puedo escuchar.
La miré en silencio mientras parecía debatir consigo misma. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y se recostó contra el respaldo del sofá.
-Es mi ex -dijo, con un tono resignado.
-¿Tu ex? -repetí, algo sorprendido.
-Sí. Quiere que volvamos, pero... las cosas no terminaron bien. Y aunque una parte de mí lo considera, sé que sería un error.
No sabía cómo responder. Ver a Charlotte en ese estado me desconcertaba. Siempre la había visto como alguien imperturbable, pero ahora era diferente. Más humana.
-¿Qué pasó entre ustedes? -pregunté con cautela.
Ella desvió la mirada hacia la ventana, como buscando una respuesta en la oscuridad.
-Lo de siempre: mentiras, desconfianza, prioridades mal puestas... Al final, todo colapsó.
Asentí, sintiendo que cualquier palabra que dijera sería insuficiente.
-¿Y qué crees que deberías hacer? -me atreví a preguntar.
Charlotte me miró nuevamente, con una sonrisa amarga.
-Saber lo correcto no siempre hace que sea más fácil.
Nos quedamos en silencio. No sabía si había algo que pudiera decir para aliviar su carga, pero al menos parecía no molestarle mi presencia.
-Gracias por preguntar, George. En serio... lo aprecio -dijo, con un tono más suave.
-No hay problema. A veces todos necesitamos hablar.
Charlotte asintió y se levantó del sofá, llevándose consigo parte de la tensión que había en el ambiente.
-Es tarde. Deberías dormir. Mañana tienes clases, ¿no?
-Sí, pero asegúrate de descansar tú también. Parece que lo necesitas más que yo.
Ella soltó una leve risa mientras caminaba hacia su habitación.
-Buenas noches, pequeño George.
-Buenas noches, Charlotte.
Regresé a mi habitación, pero el sueño parecía haber desaparecido. Lo ocurrido seguía dando vueltas en mi cabeza. Había visto una faceta de Charlotte que no esperaba, y aunque no quisiera admitirlo, algo dentro de mí había cambiado. Tal vez, solo tal vez, esos tres meses no serían tan terribles después de todo.