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Chapter 7 - Capítulo 7: Presentaciones

El leve zumbido del viento se filtraba entre las grietas del hospital abandonado, un recordatorio constante de que el mundo ya no era lo que solía ser. Daniel pasó una mano por su rostro, agotado pero alerta, mientras observaba a Rick Grimes, quien yacía inconsciente sobre la cama.

—Idiota imprudente —murmuró, acomodándose en la silla con el arma en la mano.

Había visto a muchos hombres con ese mismo tipo de mirada perdida cuando despertaban en un mundo en ruinas. Confusión, miedo, desesperación. Pero eso no significaba que fueran menos peligrosos. Rick no era una excepción. Podía reaccionar de cualquier forma al despertarse, y Daniel no iba a bajar la guardia.

El tiempo pasó lentamente. La oscuridad había caído por completo sobre la ciudad y el hospital se volvió una tumba silenciosa. Cada crujido, cada ruido en la distancia lo mantenía en alerta. No había caminantes cerca, pero eso podía cambiar en cualquier momento.

Un gemido bajo interrumpió sus pensamientos. Rick comenzó a moverse, sus manos temblorosas tanteando la cama.

—Lori… Carl… —murmuró, con la voz ronca por la deshidratación.

Daniel suspiró. No era momento para sentimentalismos. Se inclinó ligeramente, asegurándose de que Rick pudiera verlo cuando finalmente abriera los ojos.

—Despierta —dijo con firmeza.

Los ojos de Rick se entreabrieron, parpadeando contra la tenue luz de la linterna que Daniel había dejado sobre la mesa. Su expresión pasó de la confusión al miedo y luego a la desconfianza. Intentó incorporarse, pero gimió de dolor y llevó una mano a su cabeza.

—Qué... dónde estoy?

Daniel no se movió de su asiento.

—En lo que queda de un hospital. No debiste salir solo en tu estado.

Rick frunció el ceño, forzando su mente a recordar. La cama vacía. Las flores secas. El hospital en ruinas. El caos afuera. El cuerpo arrastrándose hacia él. Y luego...

Sus ojos se posaron en Daniel. No lo conocía. No recordaba haberlo visto antes.

—¿Quién eres?

—Daniel Hayes. Y tú eres Rick Grimes.

Rick tensó la mandíbula.

—¿Cómo sabes eso?

Daniel se encogió de hombros.

—Lo dijiste en tu delirio. Aunque no era lo único que murmurabas. Lori y Carl, ¿verdad?

El corazón de Rick se aceleró.

—Mi esposa. Mi hijo. ¿Dónde están?

Daniel lo observó en silencio por un momento. Sabía la respuesta, pero eso no significaba que se la daría de inmediato.

—No aquí. Y si quieres encontrarlos, necesitas ponerte en forma primero. Casi te matas saliendo sin pensar.

Rick lo miró con desconfianza.

—¿Qué está pasando?

Daniel soltó un suspiro.

—El mundo se fue al carajo. No hay policía, no hay gobierno, no hay hospitales funcionando. Lo que viste afuera es solo el comienzo. Los muertos caminan y si te muerden, estás jodido.

Rick negó con la cabeza, tratando de procesar la información.

—Eso no puede ser...

—Tarde o temprano lo entenderás. Pero cuanto antes lo hagas, mejor.

Rick miró a Daniel, era joven, pero todo en ese hombre gritaba experiencia. Su ropa, su equipo, su postura. No era solo alguien que había sobrevivido por suerte. Sabía lo que hacía.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—No lo sé exactamente. Cuando te encontré, ya llevabas días en coma. He mantenido tu hidratación con suero y te he estado cuidando. Pero si esperas que sea tu niñera, olvídalo. Ya es hora de que empieces a moverte por tu cuenta.

Rick respiró hondo. Su mente aún estaba nublada, pero una cosa era segura: necesitaba respuestas. Y parecía que este hombre podía dárselas, al menos por ahora.

—Quiero encontrar a mi familia —dijo, con determinación.

Daniel asintió.

—Bien. Entonces empieza por recuperarte. Mañana saldremos de aquí.

Rick cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras se asentaran. Fuera lo que fuera este nuevo mundo, estaba claro que nada volvería a ser como antes. Y si quería sobrevivir, tendría que adaptarse rápido.

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La luz del día comenzó a colarse por la ventana, llenando la habitación con una tenue claridad. Daniel observó a Rick, quien parecía haber dormido solo cuando su cuerpo ya no pudo resistir más. El resto del tiempo, Daniel había estado atento a cada uno de sus movimientos, observándolo con una mezcla de curiosidad y precaución. Sabía que tenía que mantenerse alerta; después de todo, las primeras impresiones podían ser cruciales en este mundo tan incierto.

-Es hora de salir-dijo finalmente Daniel, su voz calmada pero firme.

Rick, envuelto en la bata de hospital, parecía no tener muchas ganas de moverse. Daniel pensó en ofrecerle ropa más apropiada, pero un sentimiento de codicia lo detuvo. La ropa militar que había encontrado le parecía demasiado valiosa, y aún no estaba seguro de cuánto podía confiar en Rick.

-Quiero ir a casa, a buscar a mi familia-.dijo Rick, su voz cargada de desesperación.

Daniel se detuvo un momento, mirando a Rick con una mezcla de comprensión y pragmatismo. -Podemos ir allí, pero ten en cuenta que es poco probable que estén allí. Cuando todo esto comenzó, la gente no dudó en salir lo más rápido que pudo-. le explicó, consciente de que la realidad era dura, pero no quería dar falsas esperanzas.

Rick asintió lentamente, reconociendo la verdad en las palabras de Daniel. -De acuerdo-.aceptó finalmente.

-Sígueme-.Daniel indicó con una leve inclinación de cabeza, guiando a Rick por el pasillo. -Iremos en mi vehículo. Será más rápido.-Daniel se adelantó, sus pasos firmes y seguros mientras Rick lo seguía.

Había algo en la forma en que Daniel tomaba las decisiones que transmitía confianza, aunque su actitud no era precisamente amigable. Rick lo observó, dudando si hacer preguntas o simplemente seguir.

Al llegar al campamento, Daniel se dirigió hacia el Atlas.

Rick lo miró con ojos llenos de sorpresa, la desconfianza evidente en su rostro. -¿Esto es tuyo?-. preguntó, sin ocultar la sospecha en su tono.

Daniel sonrió con una leve burla. -Ahora lo es-. respondió, dejando claro que había tomado lo que necesitaba para sobrevivir. No tenía tiempo para explicaciones ni para hacer las cosas fáciles. Rick no podía esperar que todo fuera tan sencillo.

Finalmente, Rick se subió al copiloto, y Daniel arrancó el vehículo. El motor rugió, y con él, la sensación de que ambos hombres se adentraban en un mundo más peligroso y caótico de lo que jamás habían imaginado.

Pero Daniel sabía que, con el Atlas, tenía una ventaja. No era solo el vehículo lo que lo hacía sentir seguro, era el control que había ganado sobre la situación.