Daniel se apoyó contra el lavabo del baño, mirando su reflejo en el espejo. Su respiración era lenta, controlada, pero su corazón latía con fuerza. Si su suposición era correcta: estaba en el mundo de The Walking Dead.
No era científico, pero estaba claro que la explosión que lo había matado no había sido el final. Tampoco lo era su apariencia, más joven, mucho menos el cadáver andante en la habitación de enfrente. No estaba acostumbrado a las sorpresas, y esta era, sin duda, una de las más extrañas.
Sin embargo, debía mantener la calma. Si había viajado a este mundo, cada decisión que tomara podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. Estaba vivo, sí, y aunque este lugar era un infierno, tenía que usar su mente y habilidades para sobrevivir.
Despidió el pánico inicial con un par de respiraciones profundas. Su mente,se puso en marcha. Fría, precisa, calculadora. No había espacio para el caos emocional; tenía que pensar en términos de probabilidad.
Recordó el primer capítulo de la serie. Rick Grimes había despertado en un hospital. La posibilidad de que este fuera el mismo hospital era alta, ya que estaba en el mismo pueblo. Sin embargo, no podía permitirse confiar en las coincidencias. No sabía si Rick estaba aquí o si ya se había ido, o incluso en qué momento de la historia se encontraba. En este mundo, el tiempo era relativo y volátil.
En las escenas de la serie, cerca de aquí había un campamento militar, que se había mostrado como un posible refugio. Si podía llegar hasta allí, tendría acceso a equipo, armas y tal vez algo de información vital. Un lugar que podría ser su salvación.
Sopesó sus opciones. Permanecer en el hospital y buscar a Rick si aún estaba allí, o salir a buscar equipo en el campamento militar. La incertidumbre no lo iba a frenar. Rick podía estar en cualquier parte. Era un riesgo, pero prefería enfrentarse a lo desconocido que quedarse atrapado en un hospital lleno de muertos. Aún podía regresar luego para buscar pistas sobre Rick, pero ahora tenía que priorizar su supervivencia inmediata.
El reloj no se detendría, y la noche caería rápidamente. Cuando el sol se ocultara, los muertos serían aún más peligrosos. Tenía que moverse, y rápido.
Respiró hondo, conteniendo el impulso de la ansiedad, y salió al pasillo. Cada paso era medido, su mente trabajando en el análisis del entorno. No podía permitir que el ruido de sus pasos lo traicionara. Sabía que la habitación de enfrente contenía un caminante. No podía permitirse errores.
Deslizó su cuerpo por el pasillo, observando cada detalle con la precisión de un cirujano: cuerpos inertes, signos de descomposición avanzada, heridas mortales, cada pequeño indicio que pudiera delatar una amenaza. La formación médica que poseía no solo lo hacía experto en salvar vidas; también lo preparaba para reconocer peligros letales. Sabía que un caminante no siempre moría por un solo golpe, y cualquier error sería fatal.
Finalmente, llegó a la salida. Los rayos del sol de la tarde lo cegaron momentáneamente, pero se obligó a continuar. Desde allí, podía ver el campamento militar. Un caos de vehículos destrozados, cuerpos dispersos, y el eco lejano de gruñidos provenientes de los caminantes. La escena no era la que había visto en la serie. Este mundo era impredecible. Podía estar en un universo casi idéntico al de la serie o en uno completamente distinto. No podía confiar en las reglas preestablecidas.
Avanzó con cautela entre los restos. Sabía que debía encontrar un arma lo más rápido posible. La tentación de revisar los cadáveres era grande, pero se contuvo. No podía permitirse el riesgo de que un caminante se levantara cuando menos lo esperara. No, prefería no tocar a los muertos.
Tras una búsqueda minuciosa, encontró un vehículo militar, al revisarlo encontró lo que necesitaba: una pistola Beretta M9 con tres cargadores. Comprobó el estado del arma, verificó la recámara. Estaba cargada. Bien, una oportunidad que no pensaba desperdiciar.
No se detuvo allí. Continuó revisando el campamento y, al cabo de un rato, halló un chaleco antibalas manchado de sangre, pero aún funcional. No estaba ideal, pero era suficiente. También encontró un uniforme táctico negro que le ofreció más protección. Se lo colocó con rapidez, evaluando su movilidad con el equipo puesto. La agilidad era clave en este mundo, y cualquier peso innecesario podría comprometerlo.
Mientras recorría el campamento con cautela, un ruido a su derecha lo alertó. Un caminante se acercaba lentamente. Daniel no dudó. Su mente procesó de inmediato las variables: distancia, velocidad, ruido potencial si disparaba. Disparar solo atraería más. No podía permitirse ser imprudente.
Con pasos suaves, se alejó, evitando hacer ruido. Después de unos minutos de exploración, encontró una mochila en otro vehículo. Kit de primeros auxilios, cuchillo táctico, una navaja, una linterna y una funda para armas. Todo en orden. Tomó el cuchillo con firmeza, sintiendo su peso, asegurándose de que fuera una extensión de su propia voluntad.
Regresó al caminante. Este no era como los demás. Su cuerpo destrozado por el paso del tiempo y las mordeduras lo hacía parecer más una masa de carne putrefacta que un ser humano. El hedor era insoportable, como la mezcla de un cadáver en descomposición y carne quemada.
Aunque el ser ya no era humano, su entrenamiento no podía ignorar los detalles. Los ojos vacíos, la mandíbula caída, la piel arrugada y desgarrada. Su estructura craneal era el objetivo. Con precisión, Daniel se acercó por detrás, analizando con frialdad los puntos débiles del caminante. Sabía que la única forma de acabar con él rápidamente era aplicar la fuerza en el lugar adecuado.
El cuchillo se hundió en la base del cráneo con la rapidez de un profesional. No había tiempo para titubeos. El golpe fue limpio, eficiente.
Daniel respiró profundo, procesando la situación. Esto era solo el comienzo. Este mundo, con su caos y violencia, estaba lejos de ser predecible, pero ahora contaba con algo a su favor: herramientas, equipo y una mente fría. La verdadera lucha apenas comenzaba.