Capítulo 1: El reencuentro con el destino
El sol bañaba con su luz dorada los jardines imperiales, donde la suave brisa mecía los pétalos de las flores primaverales. El aroma de las rosas flotaba en el aire, creando un paisaje digno de un sueño.
Arian caminaba lentamente por los senderos de piedra, sus pasos ligeros sobre la hierba. Pero en su mente, el mundo era un torbellino de caos.
"¿Por qué estoy aquí… otra vez?"
Era un pensamiento que la atormentaba desde que abrió los ojos en esta nueva realidad. Su último recuerdo era claro como el cristal: Ethan, su esposo, el Emperador de Solaris, ordenando su ejecución sin un atisbo de duda en su mirada carmesí.
Y ahora… él estaba allí.
A la distancia, un niño de cabello negro y ojos rojos la observaba con una sonrisa tranquila. Ethan Solaris. El príncipe heredero.
Arian sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su cuerpo temblaba, pero no podía permitirse una reacción exagerada. No aquí. No ahora.
"Si actúo extraño, levantaré sospechas."
Tomó aire y, sin mirar directamente a Ethan, se sentó junto a la mesa de té. Sus manos estaban frías, pero las ocultó con elegancia, obligándose a mantener la compostura.
Ethan la observó en silencio, sus ojos reflejando una leve preocupación. Para él, este repentino cambio de actitud tenía una explicación clara: el reciente accidente de la duquesa Isabella y su hija Orion.
—No te preocupes —dijo con voz firme pero gentil—. Pronto encontrarán a tu familia.
El corazón de Arian se detuvo un instante.
Su familia…
Recordaba demasiado bien lo que venía después. Pasarían meses, luego años… y ni su madre ni su hermana jamás aparecerían.
Un nudo se formó en su garganta.
"Este fue el principio de todo."
Ethan la observó con atención. Algo en Arian era… diferente. No solo su actitud reservada, sino sus gestos, sus reacciones.
Ella tomó la tetera con la mano izquierda y comenzó a servir el té.
Ethan entrecerró los ojos.
—Arian… ¿te sientes bien?
Arian se congeló.
Había cometido un error.
Durante toda su vida, ella—no, Orion—había usado su mano izquierda. Pero Arian… Arian era diestra.
La ansiedad la golpeó con fuerza.
—Su Alteza… me siento un poco cansada. ¿Puedo retirarme?
Ethan la observó en silencio por un momento antes de asentir.
—Por supuesto. Descansa.
Arian se puso de pie con rapidez, inclinando ligeramente la cabeza antes de alejarse.
Ethan la siguió con la mirada.
"¿Qué fue eso?"
No podía explicarlo, pero su intuición le decía que la Arian frente a él… no era la misma que recordaba.
Arian corrió sin mirar atrás. Sus pasos resonaban por los pasillos del palacio mientras su respiración se volvía agitada. Solo cuando cruzó las enormes puertas del ducado Windwood, sintió que su cuerpo comenzaba a temblar.
Pero no de cansancio. De miedo.
Apenas puso un pie dentro, una voz fría la detuvo.
—Así que finalmente has vuelto.
Arian alzó la vista y se encontró con su tía, Gabriela Windwood. Sus ojos, del mismo tono azul gélido que los suyos, la observaban con una mezcla de desprecio y severidad.
—Las criadas dicen que huiste del palacio imperial —continuó con calma, aunque en su voz se percibía una amenaza latente—. Y no solo eso… el príncipe heredero notó que cometiste un error tan básico como no saber usar tu mano derecha.
El corazón de Arian dio un vuelco.
Las criadas observaban la escena en completo silencio. Algunas desviaban la mirada con lástima, mientras otras contenían sonrisas de satisfacción.
—No tienes nada que decir, ¿verdad? —susurró su tía antes de levantar la mano.
¡PAF!
El sonido del golpe resonó en el gran salón.
Arian sintió un ardor punzante en su mejilla, pero no se movió. No podía.
—Llévenla.
Las criadas se apresuraron a sujetarla por los brazos.
—Denle un baño con agua fría y enciérrenla en su habitación. Sin comida.
Arian cerró los ojos.
—Veamos si así aprendes a ser un perro obediente.
El eco de esas palabras la envolvió mientras la arrastraban fuera del salón.
Orion había vivido esto antes. Cada golpe, cada palabra cruel, cada noche sumida en la oscuridad.
Pero esta vez, no iba a dejarse destruir.
El miedo la atenazaba, pero no podía permitirse ceder. No ahora. No otra vez.
Recordaba demasiado bien lo que vendría: días enteros encerrada, sin agua, sin comida, con su cuerpo temblando de frío y dolor hasta que apenas podía moverse. Una tortura lenta y silenciosa. Una advertencia para que aprendiera a obedecer.
No.
Esta vez, haría las cosas de manera diferente.
Si había regresado a este infierno, debía haber una razón. No era la misma niña débil de antes.
Si quería sobrevivir, necesitaba un aliado. Y tenía que encontrarlo antes de que su padre regresara.