La ambulancia no tardó en llegar. Aunque Sam no tenía ni un solo rasguño, los sanitarios insistieron en llevarlo al hospital para hacerle un chequeo completo. Allí le realizaron un escáner cerebral y un análisis de sangre.
—Tu ritmo cardíaco y tu presión arterial son un poco bajos, pero entran dentro de lo normal —le informó el médico después de comprobar todos los resultados.
—¿Significa eso que me puedo ir ya?
Sam odiaba las agujas y todo lo que tuviera que ver con los hospitales.
—Supongo que sí, no he podido encontrar ninguna contusión o herida. —concluyó el doctor examinando su cabeza por tercera vez—. ¿Viste si el hombre que te empujó estaba sangrando o te caíste encima de un charco de sangre?
—No lo sé. Fue demasiado rápido.
Sam sintió un escalofrío al recordar el aspecto del agresor. Antes de perder el conocimiento, creyó distinguir unos ojos negros inhumanos, como si estuvieran repletos de petróleo, pero lo cierto era que no recordaba bien su rostro. Tal vez el golpe había provocado que se imaginara algunas cosas.
Aunque a los sanitarios les pareció muy extraño ver tanta sangre en la ropa y el pelo de Sam sin tener ni un solo corte, al final terminaron por dejarle marchar. El chico parecía estar en perfectas condiciones. En cuanto salió de urgencias, Xavi y Marta corrieron hacia él.
—¿Estás bien? ¿Qué te dijeron? —le preguntó su novia con preocupación después de haber esperado varias horas.
—Estoy bien. Siento haber arruinado la fiesta.
—No seas tonto —le reprendió Xavi—. No fue culpa tuya.
Los tres iban caminando hacia la salida cuando de pronto Sam se quedó quieto y olfateó el aire con interés.
—Espera, algo huele bastante bien.
—¿Te refieres a mi perfume? —preguntó Marta colocándose el cabello hacia atrás.
—Tú siempre hueles muy rico, pero no... no es eso.
Sam parecía intrigado. Le recordaba un poco al olor del hierro oxidado, pero al mismo tiempo muy diferente. Como si pudiera saborearlo en el aire. El chico giró una esquina y se encontró una camilla con un hombre vendado que parecía haber tenido un accidente reciente. Sam se quedó mirando fijamente los vendajes manchados de sangre durante unos segundos con expresión ausente.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar su novia sacándolo del trance.
—Sí, todo bien. No te preocupes.
Sam la agarró por el hombro con cariño y ambos se dieron la vuelta para salir del hospital.
***
Al día siguiente, escuchó a sus padres en la cocina mientras él intentaba seguir durmiendo. El ruido de los cubiertos, sus voces y hasta el chorro de agua le parecían especialmente ruidosos aquella mañana.
El chico se levantó de mal humor. Lo primero que hizo fue ir al cuarto de baño y tomarse un tiempo mientras observaba el móvil como un zombi. Después, fue hasta donde estaba su madre.
—¡Ah, hola, Samu! ¿Has dormido bien? —lo saludó ella mientras cocinaba.
—Sí, hasta que me despertaste con tanto ruido.
—¡Oh, lo siento, cariño! ¿Tienes resaca? —preguntó sin cortarse un pelo.
Probablemente, había visto todas las latas de cerveza que se había tomado ayer con sus amigos en su habitación.
Su madre lo estudió de forma minuciosa con esa mirada suya capaz de analizar hasta el último detalle. Ella y su marido trabajaban para el Cuerpo Nacional de Inteligencia. Habían sido entrenados para detectar mentiras y arrestar a los terroristas más peligrosos. Para Sam era una pesadilla querer ocultarles algo. Siempre lo descubrían todo.
De pronto, el padre de Sam entró con prisas en la cocina.
—Llego tarde —anunció besando rápidamente a su mujer en la mejilla.
Artur Sants se conservaba bastante bien para tener ya cuarenta y siete años. Tenía un cuerpo musculoso y unos bonitos ojos azules. Susana Chávez, su esposa, también estaba en buena forma y parecía algo más joven.
—Toma, te he preparado el almuerzo —dijo entregándole un tupper—. Sé que hoy vas a estar muy liado en el trabajo.
—Mmmm... ¡Que haría yo sin ti!
Artur la agarró por la cintura y volvió a besarla, pero esta vez con más pasión que antes.
—¡Cortaos un poco que ya no tenéis mi edad! —se quejó Sam arrugando el gesto—. ¡Qué asco! En serio... se me están quitando las ganas de desayunar.
—Ah, ahora recuerdo por qué decidimos no tener más hijos —soltó de repente el hombre con fastidio.
Susana se rio y meneó la cabeza como si eso no fuera verdad. El hombre se acercó a la nevera, sacó una manzana y poco después, se vengó de su hijo revolviéndole el pelo mientras sonreía con malicia.
—¡Papá, te tengo dicho que no me hagas eso! —se quejó Sam mientras se apartaba bruscamente y volvía a colocarse el pelo en su sitio.
—Dejaré de hacerlo cuando te independices.
Sam giró los ojos hacia arriba con molestia. Su padre siempre le estaba gastando bromas y no se tomaba nada en serio.
—¡Ya, claro! Ya me gustaría. Sabes que los alquileres están por las nubes, ¿no?
—Pues tendrás que aguantarte y soportar que bese a tu madre.
El hombre agarró una mochila militar y, poco después, salió de casa. Sam suspiró hondo y se sirvió un vaso de agua. Al beber la mitad, sintió que el estómago se le revolvía.
—Ayer un imbécil me tiró a las vías del metro —soltó de repente.
Su madre paró lo que estaba haciendo y lo miró con preocupación.
—¿Lo dices en serio? ¿Estás bien?
—Sí, por suerte no fue nada grave.
—¿En qué estación fue? ¿Hablaste con la policía?
—En la estación de Sants y... sí, vino la policía, la ambulancia, etc. Fue una noche de mierda.
Su madre lo observó con una mirada de determinación.
—Mañana comprobaré sin falta las grabaciones de seguridad y el parte de la policía. Hoy no puedo hacerlo, tengo unas tareas pendientes.
—Mamá, no te lo decía para que te pongas a investigar sobre el tema. —El chico se encogió de hombros con indiferencia—. Simplemente quería informarte.
—Pues me alegro mucho de que me lo cuentes, pero igualmente voy a asegurarme de que el culpable vaya a la cárcel. —Susana se secó las manos con un trapo—. Ya sabes que en este país los delincuentes siempre quedan libres a menos que alguien mueva un par de hilos.
Sam sabía que su madre se dedicaba al trabajo de oficina en el CNI. Ella podía acceder a información clasificada y se le daba muy bien la informática. Aunque realmente él no conocía ni la mitad de lo que su madre era capaz de hacer.
—Está bien, haz lo que quieras. De todas maneras, supongo que se lo merece.
El chico terminó de beberse el agua que le quedaba en el vaso y se despidió. Había quedado con Marta para acompañarla a un centro comercial.
—¿No vas a desayunar? —preguntó su madre extrañada.
—¡No tengo hambre! —gritó mientras se alejaba.
Cuando salió a la calle, Sam empezó a sentirse peor que antes. El sol le parecía demasiado brillante y caluroso. Levantó una mano con molestia y no dudó en sacar unas gafas sol que por suerte había traído. El humo de los coches, el ruido de la ciudad y las voces de la gente le parecían insoportables.
Cuando llegó a su destino, Marta y él se sentaron en una cafetería para desayunar. Él se pidió un café con leche y un croissant, pero en cuanto comió un poco, volviendo a entrarle náuseas.
—Tienes mala cara —le informó Marta—. Quizás es por el golpe de ayer. ¿Quieres que vayamos a urgencias?
Sam negó con la cabeza, pero estaba pálido.
—Enseguida vuelvo. —El chico se levantó con paso apresurado y se dirigió al baño.
Apoyado en uno de los retretes del centro comercial, Sam vomitó varias veces hasta que su estómago quedó completamente vacío. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Quizás eran náuseas por el golpe que recibió ayer en la cabeza?
Poco después de tirar de la cisterna, Sam percibió el mismo olor extraño y agradable que había distinguido en el hospital. El chico olfateó el aire y avanzó por los urinarios hasta llegar a los lavabos. Allí, descubrió a un joven de su edad intentando frenar una hemorragia nasal. El chico tenía varios papeles empapados en sangre.
Sin poder evitarlo, Sam respiró el aroma y su mente se nubló como si de repente estuviera algo borracho. La sangre roja escurriéndose por la nariz de aquel desconocido lo atraía con una fuerza hipnótica. El chico inclinó la cabeza hacia arriba para evitar el goteo y Sam se fijó en su cuello extendido. Le pareció delicado, erótico, vulnerable...
De repente, sintió que sus colmillos se alargaban y rápidamente se llevó una mano a la boca sintiéndose muy confundido. No se había visto, pero estaba seguro de que sus colmillos ahora eran más largos.
El joven de la hemorragia vio que Sam se tapaba la boca y lo miraba con una expresión de sorpresa a través del espejo.
—¿Qué? ¿Eres de los que se asustan al ver un poquito de sangre? —El chico sorbió por la nariz sin darle importancia y volvió a limpiarse con un pañuelo.
Sam dio un paso hacia atrás completamente horrorizado por lo que le estaba sucediendo. ¿Se lo estaba imaginando o se había convertido en un vampiro? Aquello no tenía sentido. ¿Tal vez estaba teniendo alucinaciones a causa del golpe? Rápidamente, se acercó al espejo junto al chaval y abrió la boca para mirarse los colmillos. Allí estaban, largos y puntiagudos como en las películas.
—Parecen reales —dijo el chico que estaba a su lado—. ¿Vas a una fiesta de disfraces? —Sam lo miró sin saber qué responder. El chico le sonrió y le ofreció uno de los pañuelos ensangrentados—. Si quieres te dejo un poco.
El aroma a sangre se intensificó. Sam escuchó los latidos de un corazón martilleando su cabeza y se sintió hambriento. Sin saber lo que estaba pasando, retrocedió con miedo y salió corriendo.
—¡Ey, oye! ¡Era solo una broma!—le dijo el desconocido al ver que huía despavorido. El joven meneó la cabeza y siguió limpiándose—. Menudo friki.