La televisión iluminaba la sala con un resplandor azul pálido. Elena, Nikolai y Dimitri reían despreocupados, disfrutando de una noche tranquila en casa.
Pero entonces, la pantalla cambió.
—"Conmemorando tres años desde la tragedia del Proyecto Saurus…"— dijo la presentadora con voz solemne.
Las risas se apagaron de golpe.
En la pantalla aparecieron imágenes de los muñecos de paja y carne, usados como carnada. Luego, las criaturas mutantes destrozando cuerpos, las sombras alargadas de la masacre, el rugido distorsionado de Saurus…
Elena sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Dimitri, ahora de siete años, apretó los labios y desvió la mirada. Nikolai se llevó una mano al rostro, masajeando su sien como si la presión en su cabeza estuviera aumentando.
—…No puede ser —murmuró Elena—. ¿Otra vez esto en la televisión?
—Es un recordatorio —respondió Nikolai con voz tensa—. Como si pudiéramos olvidarlo.
Dimitri se hundió en el sofá.
—Yo… yo no quiero ver esto.
Elena reaccionó y rápidamente tomó el control remoto para apagar la pantalla, pero justo antes de hacerlo, la imagen cambió nuevamente. Un video inédito apareció en la transmisión: imágenes de un laboratorio en ruinas, luces intermitentes y una figura borrosa entre las sombras.
Un escalofriante rugido metálico vibró en los parlantes del televisor.
Nikolai se quedó inmóvil.
—¿Qué demonios es eso?
La voz de la presentadora tembló levemente:
—"Recientemente, se han encontrado evidencias de actividad anómala en lo que quedó de los antiguos laboratorios del Proyecto Saurus. ¿Es posible que algo haya sobrevivido?"
Dimitri abrió los ojos de par en par.
—Papá… mamá… —tragó saliva—. ¿Eso significa que…?
Elena negó con la cabeza.
—No. No puede ser. Estaban todos muertos. Todos.
Pero entonces, el audio del video se distorsionó. Un sonido, apenas perceptible pero inconfundible, emergió del fondo.
Una voz áspera, hueca, mecánica.
—"Ayúdame… ayúdame… quiero pasar…"
Nikolai se puso de pie de un salto, sintiendo un nudo helado en el estómago.
—No… —susurró—. ¡Eso es imposible!
El televisor se apagó de golpe.
Silencio.
Dimitri temblaba. Elena cubría su boca con una mano. Nikolai sintió que su corazón latía demasiado rápido.
Y entonces, en la ventana del salón, algo rascó el vidrio.
Una sombra.
Respiración pesada.
Algo estaba allí afuera.
El terror… nunca terminó.
El silencio en la sala era opresivo, como si el aire se hubiera vuelto más denso de repente. La pantalla del televisor permanecía apagada, pero la imagen seguía grabada en sus mentes.
Nikolai sintió un sudor frío recorrerle la espalda. Sus manos temblaban, cerrándose en puños.
—No puede ser… —susurró al principio, pero su voz se fue elevando—. ¡NO PUEDE SER! ¡Yo vi cómo lo mataron, cómo lo colgaron! ¡Lo vi morir con mis propios ojos! ¡MALDITA SEA! —Golpeó la mesa con tanta fuerza que un vaso cayó al suelo y se hizo trizas—. ¡Esto no puede estar pasando!
Elena lo miró con el rostro tenso, pero sin perder la calma.
—Tenemos que irnos. Ahora.
Nikolai se giró de inmediato y sacó su teléfono con manos temblorosas.
—Voy a ver los boletos… Nos iremos lo más lejos posible. Knep. Sí, Knep, en el otro continente. Ahí estaremos a salvo…
Dimitri, que había estado abrazado a su madre, miró a su padre con confusión.
—Papá… nos vamos lejos, ¿verdad?
—Sí, hijo. Aquí ya no es seguro —respondió Nikolai sin apartar la vista de la pantalla. Sus dedos tecleaban frenéticamente. Su mandíbula se tensó al ver la respuesta.
"VUELOS AGOTADOS"
El color abandonó su rostro. Sus pupilas se dilataron de horror.
—No… No, no, no… ¡NO!
Le dio un golpe a la mesa y se puso de pie de un salto.
—¡AAAAAAAAAAAH!
Dimitri se encogió en los brazos de su madre, asustado por el grito de su padre.
Elena tragó saliva y dijo con voz firme:
—Entonces tendremos que…
—Sobrevivir —la interrumpió Nikolai con el rostro sombrío—. De nuevo.
Elena cerró los ojos por un instante y asintió con resignación. Dimitri abrazó a su madre con más fuerza.
Desde afuera, el viento soplaba fuerte. Pero entre los silbidos del aire, se escuchó un sonido.
Un crujido.
Un roce contra la ventana.
Y luego, un leve susurro, apenas audible.
—"Pax… pax… pax…"
Alguien —o algo— estaba allí afuera.
Y los estaba llamando.
Nikolai sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Apretó la mandíbula y se acercó lentamente a la ventana. Su respiración era pesada, y su corazón latía con fuerza contra su pecho.
Cuando apartó la cortina con cautela, sus ojos se encontraron con una figura en la penumbra.
Era una persona.
No tenía garras, ni colmillos, ni piel escamosa. No era un mutante.
Era alguien común y corriente, un hombre de apariencia normal, vestido con un abrigo oscuro. Sus ojos reflejaban una mezcla de urgencia y ansiedad.
El extraño levantó una mano y le hizo una seña a Nikolai.
Le estaba indicando que quería hablar.
Que le dejara entrar.
Nikolai sintió el peso de la mirada de Elena en su espalda.
—¿Quién es? —susurró ella.
—No lo sé… parece… humano —respondió Nikolai sin apartar la vista de la ventana.
—¿Y si es una trampa? —preguntó Elena, con la voz tensa.
Dimitri se aferró más a su madre, sintiendo la tensión en el aire.
Nikolai se debatía. Su instinto le decía que no confiara en nadie. No después de lo que habían vivido. Pero algo en la mirada del hombre… algo en su expresión desesperada…
Tomó aire y apretó los puños.
—Voy a abrirle —dijo finalmente.
—¡Nikolai! —exclamó Elena, sujetándolo del brazo—. ¿Estás seguro?
—No. Pero si hay una oportunidad de que sepa algo… tenemos que tomarla.
Se acercó a la puerta con pasos pesados. Sus dedos temblaban sobre la cerradura.
Giró la perilla.
La puerta se abrió con un leve chirrido.
El extraño dio un paso adelante.
—Tienen que escucharme —susurró—. No queda tiempo.
Nikolai tragó saliva.
—¿Tiempo para qué?
El hombre lo miró fijamente.
—Para detener lo que está por venir.
Silencio.
Y luego, a lo lejos, un ruido estremeció la noche.