Capítulo Uno - Inicio
El viento golpeaba el rostro de Caelum Ardentis Arc mientras miraba el cielo estrellado. Desde la azotea del pequeño hotel donde él y su hermano adoptivo, Jaune Arc, estaban alojados, podía ver la ciudad extendiéndose ante él. Las luces de Vale titilaban como reflejos de las mismas estrellas sobre su cabeza, pero en el fondo, la ciudad no le ofrecía la calidez del hogar. El bullicio lejano de los autos y las voces de la gente aún despierta flotaban en el aire, recordándole que estaban en un mundo completamente distinto al que conocían.
Para la mayoría, Vale era un espectáculo de luces vibrantes y colores llamativos, pero para él, todo tenía un matiz apagado, casi desaturado. Los rojos y verdes se confundían entre sí, y los colores cálidos se mezclaban en una tonalidad uniforme. Había aprendido a adaptarse, a leer el mundo de una forma distinta.
Habían huido de casa… No, eso no era correcto. Jaune había huido de casa; él simplemente lo había seguido por preocupación. No podía culpar a su hermano menor por querer perseguir su sueño de convertirse en cazador, pero tampoco podía evitar preocuparse. Jaune nunca había salido de Hancel y no conocía bien los peligros del mundo ni lo que realmente implicaba ser un cazador.
—Jaune... —susurró al viento, como si el nombre de su hermano menor pudiera disipar sus preocupaciones. Cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo la brisa fría le despeinaba el cabello.
—¿Por qué tenías que hacer esto tan complicado? —murmuró, girando la cabeza para observar el letrero iluminado del hotel. Sabía que Jaune dormía dentro, ajeno a sus inquietudes.
Suspiró, cruzando los brazos detrás de su cabeza mientras volvía a mirar el cielo. El hogar... ¿Cómo estaría su madre en ese momento? Seguramente preocupada, preguntándose por qué dos de sus hijos habían desaparecido sin apenas explicaciones. No, ella no se lo preguntaba. Sabía bien por qué Jaune se había ido. ¿Pero y él? ¿Por qué Caelum estaba aquí? La respuesta era simple, pero pesada: porque no podía dejarlo solo.
Su mente seguía dándole vueltas a la misma pregunta: ¿qué harían ahora que estaban fuera de casa? Y, más importante aún, ¿cómo entrarían a Beacon? Sabía que no sería fácil ni para Jaune ni para él. Su hermano nunca había asistido a una academia de entrenamiento, y apenas hacía una semana que Caelum le había desbloqueado su aura y comenzado a entrenarlo. Eso no era bueno, y él lo sabía. Jaune no podría compararse con los cazadores en entrenamiento que tenían años de experiencia.
—No es suficiente —murmuró, cerrando los puños. Sabía que Jaune tenía potencial, pero la realidad era cruda. No era un prodigio, no era alguien con entrenamiento desde la infancia. Lo más probable es que fallara, y lo peor es que podría lastimarse en el intento.
En cuanto a él… Bueno, al menos sabía pelear. Había aprendido en las calles, donde no había reglas ni segundas oportunidades. Pero incluso con esa experiencia, dudaba que pudiera compararse con alguien entrenado formalmente. Aun así, eso no importaba. Si tenía que ensuciarse las manos para proteger a Jaune, lo haría sin dudarlo.
Además, su semblanza ya estaba activada, lo que le daba una ventaja. Y aún quedaban dos meses para que comenzaran las clases en Beacon, tiempo suficiente para encontrar una solución sobre cómo enviar sus solicitudes. No sabía cómo lo haría, pero lo resolvería. Porque aunque no estuviera de acuerdo con que Jaune se pusiera en peligro, lo apoyaría.
Porque era su hermano.
Soltó un último suspiro antes de cerrar los ojos. El sonido del viento silbando entre los edificios, las voces lejanas y la calma del cielo nocturno fueron lo último que sintió antes de que el sueño lo envolviera lentamente.
El sol matutino comenzaba a iluminar el horizonte cuando Caelum abrió los ojos. La luz aún era tenue, pero suficiente para hacerle entornar la mirada. Se incorporó lentamente, sintiendo la frialdad de la azotea en su espalda. A su alrededor, el viento soplaba suavemente, trayendo consigo el murmullo de la ciudad que despertaba. En la distancia, podía oírse el sonido de vendedores preparando sus puestos, el zumbido lejano de los autos recorriendo las calles y el aleteo de algunas aves que comenzaban a sobrevolar los tejados. El aire fresco de la mañana le despejó la mente, y por un momento, simplemente disfrutó del silencio antes de ponerse de pie.
Se estiró, tratando de disipar la rigidez de sus músculos. No era la primera vez que dormía en un lugar incómodo, pero tampoco era algo a lo que pudiera acostumbrarse del todo. La superficie de la azotea estaba fría y áspera bajo sus manos, un recordatorio de que su vida había cambiado radicalmente desde que dejó Hancel.
Mientras observaba el amanecer, se dirigió a la entrada de la azotea para bajar a la habitación que compartía con Jaune.
Al entrar, vio a su hermano menor sentado en la cama, sosteniendo su espada: Crocea Mors, el arma de la familia Arc. Jaune miraba la hoja en silencio, con el ceño ligeramente fruncido. La luz de la mañana se filtraba a través de la ventana, proyectando sombras suaves sobre la habitación modesta pero acogedora. El aire olía a madera envejecida y a los restos de comida que habían dejado la noche anterior.
—Jaune —llamó su atención Caelum, haciendo que desviara la mirada de la espada—. ¿Pasa algo?
Jaune parpadeó, como si despertara de sus pensamientos.
—Eh... Caelum, ¿dónde estabas? No estabas aquí cuando desperté.
—En la azotea —respondió con naturalidad—. Pero, Jaune, ¿pasa algo?
Jaune bajó la vista por un momento antes de negar con la cabeza.
—No es nada… solo estaba pensando.
Caelum no dijo nada, pero su semblanza le mostró la verdad. Un color gris violáceo rodeaba a Jaune. Preocupación.
—Estás inquieto —dijo Caelum con calma.
Jaune desvió la mirada, evitando los ojos de su hermano. Siempre había sentido que Caelum podía verlo más allá de lo que cualquiera podía. Su mirada bicolor —azul cielo con un tono dorado en el interior— le daba la sensación de que su hermano mayor podía leer sus pensamientos.
Caelum notó su incomodidad, pero no insistió. En su lugar, le dedicó una pequeña sonrisa.
—Jaune, no te preocupes. Sé que esto es difícil, pero ya diste el paso más importante, ¿no?
Jaune levantó la mirada.
—Ya lo estás intentando, y eso es lo importante.
Las palabras de Caelum hicieron que su hermano relajara los hombros y suspirara.
—¿En serio lo crees?
—Claro que sí. Eres un Arc, y un Arc nunca rompe su palabra. Dijiste que serías un cazador, ¿cierto?
Jaune sonrió con más confianza.
—Sí… tienes razón. Un Arc nunca rompe su palabra.
Caelum vio cómo el aura de Jaune cambiaba de gris violáceo a naranja intenso. Determinación. Eso lo hizo sonreír levemente.
Sin embargo, la sonrisa de Jaune desapareció de repente.
—Pero… ¿cómo entraremos a Beacon? No somos cazadores entrenados, no tenemos recomendaciones ni una invitación de una academia.
Caelum cerró los ojos por un momento, meditando su respuesta. Luego, miró a su hermano con firmeza.
—No te preocupes, yo me encargaré de eso. Y un Arc nunca rompe su palabra —repitió con seguridad—. Tú solo preocúpate por entrenar y convertirte en un gran cazador.
Jaune sonrió con alivio.
—Gracias, Caelum. No sé qué haría sin ti, hermano.
Caelum asintió. A pesar de todas sus preocupaciones, ver a Jaune recuperar la confianza le hacía sentir que valía la pena el esfuerzo.
De repente, un sonido interrumpió el momento: el estómago de Jaune rugió con fuerza.
Caelum dejó escapar una leve risa.
—Será mejor que vayamos a comer. Nuestro futuro gran cazador no puede morirse de hambre.
Jaune rió también, sintiéndose más tranquilo. Juntos, salieron de la habitación, listos para enfrentar un nuevo día.
Caelum y Jaune salieron del hotel y se adentraron en las calles de Vale en busca de un lugar donde desayunar. El aire matutino estaba cargado de nuevos olores: pan recién horneado, café y especias flotaban en el ambiente. A diferencia de Hancel, donde las mañanas eran tranquilas y silenciosas, Vale despertaba con bullicio y actividad. Comerciantes instalaban sus puestos, transeúntes se apresuraban por las calles y el sonido de risas y conversaciones llenaba el aire.
Caelum observó todo con una expresión neutra, pero en su interior analizaba cada detalle. No se parecía en nada a su hogar. Hancel tenía un ritmo pausado, casi monótono, donde todos se conocían. Aquí, en cambio, la ciudad se sentía inmensa y ajena. El ruido, las luces, la cantidad de personas… todo parecía más caótico de lo que imaginaba.
Jaune, por otro lado, miraba todo con asombro.
—Esto es increíble… nunca había visto una ciudad tan grande —dijo, girando la cabeza de un lado a otro para no perderse nada.
Caelum simplemente asintió, pero su semblanza captó la emoción de Jaune: un aura de amarillo dorado lo rodeaba. Entusiasmo genuino.
—No te distraigas demasiado. Necesitamos encontrar un sitio donde comer —comentó con calma.
Jaune rió, rascándose la nuca.
—Sí, sí, pero no puedes culparme por estar emocionado. Estamos en Vale. ¿No te emociona al menos un poco?
Caelum miró a su alrededor nuevamente antes de responder.
—Prefería Hancel. Era más tranquilo y menos ruidoso.
Jaune lo miró con una ceja levantada antes de sonreír.
—Eres un caso perdido, hermano.
Caelum solo rodó los ojos y continuó caminando. Había muchas cosas en qué pensar, pero por ahora, lo primero era encontrar un desayuno decente.
Mientras seguían caminando, se detuvieron en un restaurante y entraron. Al cruzar la puerta, el olor a comida inundó sus sentidos: carne asada chisporroteando en las parrillas, especias flotando en el aire y el inconfundible aroma de pan recién horneado. El lugar estaba moderadamente lleno, con clientes disfrutando de sus platos mientras el sonido de cubiertos y risas llenaba el ambiente.
Se dirigieron a una mesa y se sentaron. En pocos minutos, un hombre alto, de cabello negro y tez clara, vestido con el uniforme del lugar, se acercó para atenderlos. Al posar la mirada en Caelum, frunció el ceño. Caelum vio cómo su semblanza reflejaba un color naranja quemado. Irritación.
Jaune, sin notar la tensión, pidió el menú. El mesero tardó un momento en entregárselo antes de hacerlo con desgano. Luego, con evidente renuencia, dejó uno frente a Caelum. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de la razón de su disgusto. Sus pupilas rasgadas lo delataban. No era completamente humano a sus ojos, y eso bastaba para que lo trataran de forma diferente.
Caelum no dijo nada y simplemente bajó la mirada al menú. Recorrió los nombres de los platos hasta que su vista se detuvo en uno en particular: **Fuego Carmesí** – un estofado de res con chiles ardientes y especias exóticas. Una leve sonrisa apareció en sus labios. Jaune, por su parte, pidió una porción de nuggets de pollo.
El mesero anotó los pedidos y se alejó, sin molestarse en disimular su expresión despectiva. Caelum lo ignoró. Estaba acostumbrado a ello.
Cuando la comida llegó, Caelum miró su plato con satisfacción. El estofado humeaba con un aroma especiado e intenso. El rojo profundo de la salsa indicaba que el picante sería devastador, justo como le gustaba. Tomó una cucharada y sintió el calor esparcirse por su boca de inmediato. Era potente, con un sabor ahumado que contrastaba con el dulzor ligero de las especias. **Perfecto.**
Jaune lo miró con incredulidad mientras mordía uno de sus nuggets.
—No sé cómo puedes comer eso —comentó, con el ceño fruncido.
Caelum alzó una ceja.
—Es mejor que un montón de pollo chamuscado y bañado en aceite —respondió con calma antes de tomar otra cucharada de su estofado.
Jaune bufó.
—Como si entendieras la alegría de los nuggets de pollo.
Caelum resopló, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
Cuando terminaron de comer, el mesero regresó y dejó la cuenta sobre la mesa con un golpe seco. Jaune la tomó y, al leer el total, sus ojos se abrieron de par en par.
—¿¡Qué!? ¿¡Cómo que 500 gravamenes!? ¡Eso es el doble de lo que vale esta comida! —exclamó con indignación.
El mesero bufó y cruzó los brazos.
—Debido a que solo atendemos a personas y no a mascotas, se añaden cargos adicionales.
Un silencio tenso se apoderó de la mesa.
Jaune frunció el ceño y se puso de pie de golpe.
—¡¿Cómo que animales?! ¡No trajimos a ninguna mascota!
Algunas personas en el restaurante se giraron a mirar. Caelum vio cómo las emociones en Jaune fluctuaban rápidamente: de la sorpresa al enojo, su aura pasó de amarillo a un rojo opaco. Indignación.
Antes de que Jaune pudiera seguir discutiendo, Caelum lo detuvo colocando una mano en su hombro. Luego, sacó el dinero y lo dejó en la mesa sin decir una palabra.
—Jaune, cálmate. Será mejor que nos vayamos.
—¡¿Pero qué?! ¡Nos está robando, esto es injusto!
Caelum sostuvo su mirada.
—Es mejor que nos vayamos. No sería bueno tener problemas el primer día en Vale.
Jaune apretó los puños, pero al final suspiró con frustración. Ambos se dirigieron hacia la salida, dejando al mesero con su expresión arrogante.
Cuando salieron a la calle, Jaune golpeó el aire con el puño.
—¡No puedo creerlo! ¡Ese tipo nos estafó y encima nos insultó! ¿Por qué no hicimos algo?
Caelum caminaba con el ceño ligeramente fruncido, pero su voz se mantuvo controlada.
—Porque no valía la pena. Pelearnos con él no habría cambiado nada, solo habría causado problemas.
Jaune chasqueó la lengua, aún molesto.
—Pero… no es justo.
Caelum miró al horizonte, su expresión volviéndose más dura por un instante.
—El mundo no es justo, Jaune. Aprenderás eso tarde o temprano.
Jaune no supo qué responder. Por primera vez desde que llegaron a Vale, el entusiasmo en sus ojos se apagó un poco.
El día apenas comenzaba, pero para Caelum, esto era solo un recordatorio de que, sin importar a dónde fuera, la realidad siempre encontraba la manera de alcanzarlo.
El ánimo de Jaune se había apagado un poco tras lo ocurrido en el restaurante. Aunque intentaba disimularlo, Caelum podía ver la tensión en su expresión y sentir la frustración en su aura, que fluctuaba entre un amarillo opaco y un gris tenue.
—No dejes que un idiota arruine tu día —dijo Caelum con calma, metiendo las manos en los bolsillos mientras caminaban por las bulliciosas calles de Vale.
Jaune suspiró, pateando una pequeña piedra en el camino.
—Es solo que… no pensé que nos tratarían así.
Caelum lo entendía mejor de lo que su hermano creía. Desde niño, había visto el lado más cruel del mundo. Si no tenías poder o posición, siempre habría alguien dispuesto a pisotearte.
Un recuerdo enterrado emergió en su mente.
Era un niño, encogido en una esquina de una fría celda. Afuera, los guardias de la Compañía Schnee hablaban y reían mientras arrastraban a un fauno más viejo que él. Los golpes resonaban en la piedra.
—Deberías aprender a obedecer, animal —escupió uno de los guardias antes de patear al fauno en el estómago.
Caelum se encogió más, sin atreverse a moverse. Sabía que si hacía ruido, sería el siguiente.
—Tch. Lo mismo con este. —Uno de los guardias lo miró con asco—. Solo es un animal más.
El eco de esas palabras aún lo acompañaba. Animal.
Sacudió la cabeza, disipando el recuerdo. No tenía sentido pensar en el pasado. Ahora era diferente. Ahora él era fuerte. Pero cada vez que alguien lo miraba con desprecio, recordaba que, para algunos, nunca sería más que eso.
—Olvídalo. Lo importante es lo que hagamos de ahora en adelante —dijo, su voz firme y controlada.
Jaune asintió con una pequeña sonrisa, aunque aún se veía pensativo. Mientras avanzaban, los sonidos de la ciudad los envolvían: comerciantes vendiendo sus productos, el bullicio de los transeúntes y el eco de golpes secos resonando en la distancia.
Caelum se detuvo en seco. A su izquierda, un edificio elegante se alzaba sobre la calle. A través de grandes ventanales, pudo ver a jóvenes entrenando con armas de alta calidad bajo la supervisión de instructores.
Jaune siguió su mirada y silbó en admiración.
—Vaya… estos tipos parecen ser buenos.
Una academia privada.
Desde afuera, podía notar la diferencia. La técnica de los estudiantes era refinada, sus movimientos precisos. No eran amateurs. Si Jaune quería estar al nivel de los demás aspirantes a Beacon, necesitaría más que entrenamiento básico.
Caelum entrecerró los ojos, observando cómo uno de los instructores corregía la postura de un estudiante. Su voz era firme, autoritaria. No era alguien que perdonara errores.
Jaune lo miró con curiosidad.
—¿Vamos a entrar?
Caelum observó el edificio con seriedad antes de asentir.
—Sí. Vamos a ver qué tan bueno es este lugar.
Juntos, cruzaron la puerta, sin saber que aquella decisión marcaría un nuevo punto de inflexión en su camino.
El sonido de la puerta al cerrarse tras ellos resonó en el vestíbulo silencioso de la academia privada. Lo primero que notaron fue el contraste con el mundo exterior: si las calles de Vale estaban llenas de bullicio y caos, aquí todo era ordenado y pulcro. El suelo de mármol reflejaba la luz de los ventanales, y el aire olía a madera encerada y un leve toque de aceite para armas. Cada rincón de la academia transmitía disciplina y exclusividad.
Jaune miraba a su alrededor con una mezcla de asombro y nerviosismo. Sus manos se aferraron instintivamente a la correa de Crocea Mors mientras observaba a los estudiantes entrenando en un enorme gimnasio al otro lado de un vidrio reforzado. Movimientos precisos, ataques bien ejecutados, armas de alta calidad. No parecían simples aprendices, sino soldados en formación.
Caelum, en cambio, no se dejó impresionar tan fácilmente. Su mirada escaneó el lugar, buscando cualquier detalle relevante. Se fijó en las armaduras pulidas, en las espadas que colgaban en vitrinas como trofeos, y en los instructores que observaban con ojos críticos cada movimiento de los alumnos. Todo tenía un aura de perfección y elitismo.
Un hombre de apariencia estricta se acercó a ellos. Vestía un uniforme negro con bordados dorados y un emblema en el pecho que indicaba su rango dentro de la academia. Su semblante reflejaba profesionalismo, pero su mirada era fría y calculadora.
—Bienvenidos a la Academia Vanguardia —anunció con voz firme—. Mi nombre es Reinhardt Sterling, soy el coordinador de admisiones.
Jaune tragó saliva y asintió, mientras que Caelum mantuvo su postura relajada, aunque su semblanza le mostraba los colores de la impaciencia en el instructor.
—Estamos interesados en saber más sobre su programa de entrenamiento —dijo Caelum con calma.
Reinhardt los observó con detenimiento, deteniéndose un poco más en las pupilas rasgadas de Caelum antes de asentir. Sin perder tiempo, les entregó un folleto impreso en papel grueso y lujoso.
—Ofrecemos varios programas de formación. Desde cursos básicos hasta entrenamientos avanzados con instructores de renombre —explicó—. Tenemos planes individuales y personalizados, según las necesidades y capacidades de cada estudiante.
Caelum tomó el folleto y recorrió con la mirada los costos. Sus ojos se endurecieron de inmediato.
Programa Básico: 100,000 gravámenes al mes
Programa Avanzado: 250,000 gravámenes al mes
Tutorías personalizadas: desde 500,000 gravámenes por ciclo
Equipo y armamento: costos adicionales según la solicitud
Jaune también miró la hoja y palideció.
—¿Q-Qué tan caro puede ser aprender a pelear? —susurró, incrédulo.
Caelum no respondió de inmediato. Sus dedos se apretaron contra el papel, y su mente ya trabajaba en alternativas. Conseguir esa cantidad de dinero no iba a ser fácil. Necesitaría una forma rápida y efectiva de reunir fondos.
Pero había algo más que dinero en juego.
Observó de nuevo a los estudiantes a través del
vidrio. Sus movimientos eran limpios, sus reflejos pulidos. Jaune no estaba ni
cerca de ese nivel. Si llegaba a Beacon en su estado actual, lo harían pedazos.
No importaba cuánto se esforzara, la diferencia en entrenamiento era abismal.
Caelum apretó los dientes. Esta academia era la
única opción real para que Jaune tuviera una oportunidad de sobrevivir. No solo
de competir, sino de salir vivo de Beacon.
Si Jaune fallaba, si no lograba ponerse al nivel
adecuado… su sueño de ser un cazador terminaría antes de siquiera comenzar.
No.
Caelum se negó a dejar que eso pasara.
Reinhardt, notando la tensión en ellos, sonrió
levemente.
—Si están interesados en la excelencia, el costo
no debería ser un impedimento. La calidad tiene su precio.
Caelum alzó la vista, su expresión fría y
calculadora.
—Lo sabemos —respondió.
Jaune, sin embargo, seguía viendo los números como
si esperara que cambiaran de repente.
El peso de la realidad cayó sobre ellos en ese
instante. Si querían que Jaune tuviera una oportunidad real en Beacon, tendrían
que pagar el precio.
Literalmente.
Caelum exhaló despacio, desviando la mirada al
gimnasio. En el reflejo del vidrio, se vio a sí mismo de niño, observando a
soldados entrenar desde detrás de unas rejas. La diferencia era que entonces no
había tenido opciones. Ahora sí.
La pregunta era: ¿qué estaba dispuesto a hacer
para conseguir lo necesario?
Su mandíbula se tensó. No importaba. Lo lograría.
Siempre lo hacía.
Entonces, sin darse cuenta, sus puños se cerraron
con fuerza. En su mente, las sombras de su pasado y el miedo al futuro se
mezclaban. La idea de que Jaune fuera débil le resultaba intolerable. Jaune no
era él. No tenía por qué sufrir lo mismo.
No importaba el precio que tuviera que pagar. No importaba
qué tan sucias tuviera que ensuciarse las manos. Si tenía que luchar, lo haría.
Si tenía que derribar a alguien, lo haría.
Su semblanza captó su propia emoción reflejada en
un color rojo oscuro y negro. Determinación absoluta.
Jaune entraría en esa academia. Y él se aseguraría
de que tuviera todo lo necesario para triunfar.
El folleto en sus manos se sentía más pesado de lo
que debería. 500,000 gravámenes por un ciclo de tutoría personalizada. 250,000
al mes por el programa avanzado. Los números se repetían en su mente como un
eco persistente.
Sabía que sería caro, pero verlo escrito, verlo
real, lo hacía más tangible. Más difícil de ignorar.
Jaune miró la lista de precios con incredulidad.
—Creo que deberíamos irnos, hermano. No hay forma
de pagar esto.
Caelum no respondió de inmediato. No hay forma. Es
imposible.
Esa idea le provocó un malestar en el estómago. Se
negaba a aceptarlo.
—¿Cuáles son las opciones de pago? —preguntó con
voz neutra, sin apartar la mirada de Reinhardt.
El hombre arqueó una ceja, pero respondió con
profesionalismo.
—Los estudiantes deben pagar la totalidad del
curso por adelantado —explicó—. También ofrecemos planes de financiamiento,
pero requieren un patrocinador o un aval con estabilidad financiera comprobada.
Un patrocinador.
Caelum reprimió una risa amarga. ¿Quién en este
mundo querría patrocinar a dos desconocidos sin historial en combate? ¿Quién
apostaría su dinero en ellos sin garantías?
Nadie.
—Entiendo —respondió, guardando el folleto en el bolsillo
de su chaqueta.
Jaune suspiró.
—Vamos, hermano. No vale la pena quedarnos más
tiempo.
Caelum no respondió de inmediato. No era cuestión
de "valer la pena". Era la única opción.
No tenía sentido entrenar a Jaune él mismo. No lo
suficiente. Sabía pelear, pero su estilo de lucha no era para alguien como su
hermano. Jaune necesitaba estructura, técnica, alguien con años de experiencia.
Sin eso, no sobreviviría en Beacon.
Jaune no lo entendía todavía.
Pero Caelum sí.
Salieron de la academia en silencio.
Jaune se frotó la nuca y miró hacia el suelo.
—Voy a regresar al hotel. Quiero descansar un
poco.
Caelum asintió.
—Hazlo. Yo caminaré un rato.
Jaune lo miró con duda, pero no discutió.
—Nos vemos después, entonces.
Vio a su hermano alejarse por las calles de Vale
hasta que desapareció entre la multitud.
El sol estaba comenzando a ocultarse, tiñendo los
edificios con tonos dorados y anaranjados. A su alrededor, la ciudad seguía su
curso: comerciantes llamaban a los clientes, niños reían en las calles,
cazadores patrullaban con aire confiado.
Cazadores.
Hombres y mujeres con armas a la espalda,
moviéndose con la seguridad de aquellos que sabían que eran fuertes. Que sabían
que el mundo los necesitaba.
Si Jaune entraba a Beacon sin preparación, nunca
llegaría a ser como ellos.
Si Jaune entraba a Beacon sin preparación…
moriría.
Caelum tragó saliva, sintiendo un peso en el
pecho.
Necesitaba ese dinero.
No importaba cuánto costara.
No importaba lo que tuviera que hacer.
Fallarle a Jaune no era una opción.
No otra vez.
Se detuvo frente a una tienda de armas, observando
los reflejos de los equipos expuestos en los cristales. Vió las etiquetas de
precio. Todo era costoso, pero sin un arma adecuada, Jaune estaría en desventaja.
Todo lo que necesitaban era dinero.
Y él no lo tenía.
Su mandíbula se tensó. No tenía dinero, ni un
patrocinador, ni tiempo.
Lo único que tenía eran sus puños.
Y la voluntad de hacer lo necesario.
Un murmullo en un callejón cercano captó su
atención. Pasó junto a un grupo de hombres hablando en voz baja, intercambiando
billetes con las manos ocultas entre las sombras.
Caelum los observó sin voltear la cabeza.
Peleas clandestinas.
Había escuchado rumores sobre ellas en Vale.
Lugares donde los luchadores apostaban dinero por la victoria, sin reglas, sin
restricciones.
No peleas de entrenamiento.
No combates deportivos.
Supervivencia.
Su respiración se mantuvo estable, pero su
semblanza se oscureció. Si tenía que apostar su cuerpo para conseguir ese
dinero, lo haría.
Jaune no podía fallar.
Y él no podía fallarle a Jaune.
Mientras seguía caminando, su mente trabajaba sin
descanso. Necesitaba información. Necesitaba saber dónde encontrar esas peleas,
cuánto pagaban los ganadores y, lo más importante, cómo entrar.
Porque esta vez, la pelea no sería solo por
dinero.
Sería por el futuro de su hermano.
Jaune caminaba por las calles de Vale, con las
manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo. A pesar del bullicio de la
ciudad, su mente estaba en otro lugar.
Beacon.
Ese sueño, el mismo que lo había llevado a huir de
casa, se sentía más lejano que nunca.
Las palabras del instructor en la academia aún
resonaban en su cabeza. 250,000 gravámenes al mes. 500,000 por tutorías
personalizadas. Era una cantidad absurda de dinero, y lo peor era que Caelum no
había mostrado sorpresa. No había protestado. No había dicho que era imposible.
Eso lo preocupaba.
Caelum siempre había sido así. Silencioso,
calculador. Cuando algo se interponía en su camino, encontraba una forma de
solucionarlo, sin importar el precio.
Pero… qué pasaba si el precio era demasiado alto
esta vez?
Jaune frunció el ceño.
Desde que eran niños, su hermano siempre había
estado ahí, protegiéndolo, asegurándose de que nunca le faltara nada. A veces,
incluso olvidaba que Caelum no era su hermano de sangre.
Para él, Caelum siempre había sido un Arc.
Pero… ¿qué había hecho él por su hermano?
El aire de Vale era fresco, pero él sentía una
opresión en el pecho.
¿Vale la pena seguir este sueño si Caelum tiene
que arriesgarse por mí?
Se detuvo un momento, observando su reflejo en el
vidrio de una tienda. Vio su propio rostro, pero sus pensamientos se dirigieron
a su hermano.
Caelum rara vez mostraba lo que sentía, pero Jaune
lo conocía mejor que nadie. Sabía que, detrás de esa actitud tranquila, había
una tormenta de pensamientos que nunca compartía.
¿Qué estará pensando ahora?
¿Qué estará planeando?
Jaune mordió su labio inferior. Desde que salieron
de la academia, había sentido algo en su hermano. No era enojo ni frustración…
era una determinación fría.
Y cuando Caelum se ponía así, significaba que
estaba a punto de hacer algo estúpido.
Jaune suspiró y reanudó su camino hacia el hotel.
Quería creer que su hermano no haría nada peligroso, pero la verdad era que
Caelum nunca se detenía a pensar en sí mismo.
Y eso lo aterraba.
Si Caelum terminaba en peligro por su sueño…
entonces tal vez no valía la pena.
Porque por mucho que quisiera ser un cazador…
No quería perder a su hermano en el intento.
Mientras caminaba por Vale, los sonidos de la
ciudad llenaban el aire: el murmullo de las conversaciones, el eco de pasos
sobre el pavimento, el sonido lejano de un músico callejero tocando su guitarra.
Pero para Jaune, todo eso se sentía distante, como si estuviera envuelto en una
neblina de pensamientos.
Cada vez que cerraba los ojos, veía a Caelum con
esa expresión seria, con esos ojos que parecían ver más allá de lo evidente.
Lo conocía.
Sabía que estaba planeando algo.
Jaune apretó los puños.
Caelum siempre había sido el fuerte. Siempre había
sido el que lo protegía. Siempre había estado un paso adelante.
Pero… ¿hasta cuándo?
¿Cuánto más podía cargar solo?
Jaune miró su espada, Crocea Mors. La sostuvo con
fuerza, pero sintió que su agarre era débil.
No era solo la espada de los Arc.
Era un símbolo de lo que él quería ser.
Un cazador.
Un héroe.
Pero… ¿de qué servía todo eso si Caelum tenía que
sacrificarse para que él llegara allí?
Jaune se detuvo frente al hotel, su corazón
latiendo con fuerza en su pecho.
¿Y si, en su intento por ayudarlo, Caelum
terminaba destruyéndose a sí mismo?
La idea lo golpeó con más fuerza de la que
esperaba.
Caelum siempre había sido fuerte. Pero… ¿qué
pasaba si, esta vez, era él quien necesitaba ser fuerte por su hermano?.
La noche cubría Vale con un velo de luces
artificiales y sombras alargadas. El bullicio de los mercados había disminuido,
reemplazado por el murmullo de conversaciones susurradas y el eco de pasos en
calles poco transitadas. Para la mayoría, este era el momento en que la ciudad
descansaba. Para otros, era cuando despertaba su lado más crudo.
Caelum avanzaba por los callejones con una única
idea en mente.
Dinero.
La academia privada había dejado claro algo que él
ya sospechaba: Jaune no sobreviviría sin entrenamiento. No contra los
verdaderos cazadores en formación. No contra los Grimm. No contra el mundo que
Beacon les presentaría.
Necesitaban recursos, y rápido.
Su semblanza captaba emociones a su alrededor como
manchas de color en el aire. Ansiedad, sospecha, codicia. La zona en la que
estaba no era amigable, pero tampoco lo necesitaba. Se deslizaba entre la
multitud sin que nadie se fijara en él, un reflejo de los años en los que había
aprendido a moverse sin llamar la atención.
Sabía lo que estaba buscando.
Tabernas con clientes silenciosos. Esquinas con
hombres intercambiando billetes sin palabras. Pequeños grupos con expresiones
demasiado serias para ser solo transeúntes.
Peleas clandestinas.
No era la primera vez que oía sobre ellas. Se
hablaban en susurros en los barrios bajos, en los lugares donde la ley no se
aplicaba con tanta firmeza. Era un mundo de apuestas, violencia y dinero sucio.
Y, para él, oportunidad.
Un letrero desteñido llamó su atención. El Gato
Negro. La taberna no tenía ventanas visibles, solo una puerta de madera con un
pomo gastado. Vieja, olvidada, perfecta.
Entró sin dudarlo.
El aire dentro era denso, cargado de tabaco, sudor
y alcohol. La luz tenue apenas iluminaba las mesas donde grupos de hombres y
mujeres hablaban en voz baja, algunos con armas al alcance de la mano. No era
un sitio para cazadores honorables.
Era un sitio para sobrevivientes.
Caelum avanzó sin prisa, sintiendo las miradas
sobre él. No les devolvió la atención, pero su semblanza captó su intención.
Desconfianza, curiosidad… violencia contenida.
Se sentó en la barra.
El tabernero, un hombre de cicatrices viejas y
ojos que habían visto demasiado, le echó una mirada breve antes de hablar.
—No pareces el tipo que viene aquí por una copa.
Caelum sostuvo su mirada.
—No vengo a beber.
El tabernero apoyó los antebrazos sobre la barra.
—Entonces, ¿qué quieres?
Caelum deslizó un billete sobre la madera.
—Peleas.
Hubo un breve silencio.
Alguien en una mesa cercana se giró apenas para
mirarlo.
El tabernero tomó el billete y lo guardó sin
apartar la vista de Caelum.
—No todos sirven para esto.
Caelum no se movió.
—Dímelo cuando termine la pelea.
El hombre dejó escapar una leve risa antes de
inclinar la cabeza hacia una puerta trasera.
—Sígueme.
Caelum se puso de pie.
El pasillo tras la barra era estrecho y oscuro. Al
final, una puerta de metal gruesa bloqueaba el paso, pero el tabernero la abrió
con facilidad.
Y el mundo cambió.
El aire se volvió más denso.
Gritos, risas, el sonido de carne golpeando carne.
Un sótano amplio se reveló ante él, iluminado solo
por lámparas colgantes que oscilaban con cada movimiento del público. Un
círculo de hombres y mujeres rodeaba un área despejada en el centro, donde dos
combatientes intercambiaban golpes sin piedad.
No había árbitros. No había reglas.
Solo instinto y brutalidad.
El tabernero se volvió hacia él.
—Si quieres ganar dinero, necesitas demostrar que
puedes pelear.
Caelum le sostuvo la mirada.
—¿Contra quién?
El tabernero silbó, y uno de los hombres en la
multitud levantó la cabeza. Era el mismo que acababa de ganar su combate. Su
nariz sangraba, pero sonreía con arrogancia mientras escupía al suelo.
—¿Este crío quiere pelear?
Las risas se esparcieron como una ola.
Caelum no reaccionó.
El hombre se acercó, evaluándolo con la mirada.
—Flaco. No durarás un minuto.
Caelum no respondió.
El tabernero cruzó los brazos.
—Tienes una oportunidad, chico. Ganas, y te digo
dónde están las peleas grandes. Pierdes… y olvídate de esto.
El murmullo de la multitud aumentó.
Apuestas comenzaron a hacerse.
Caelum inhaló lentamente.
No le importaban las risas.
No le importaban las miradas.
No le importaba la sangre en el suelo.
Jaune lo necesitaba.
Y él nunca le fallaría a su hermano.
Entró al círculo.
Los ruidos se volvieron más distantes.
Su semblanza captó la emoción de su oponente:
seguridad.
No lo veía como una amenaza.
Perfecto.
La campana sonó.
El hombre se lanzó con un golpe directo, buscando
acabar rápido.
Caelum se movió.
El impacto del puño pasó junto a su rostro.
Su cuerpo ya estaba reaccionando antes de que su
mente lo procesara. Instinto, velocidad, precisión.
Pero no fue suficiente.
El siguiente golpe lo tomó por sorpresa. Un puño
chocó contra su costado, enviando un impacto sordo por sus costillas. Dolor.
Caelum gruñó y dio un paso atrás. Su visión se
tambaleó un segundo.
No puedes caer.
El otro luchador rió.
—¿Eso es todo?
Cargó de nuevo.
Caelum reaccionó por instinto. Desvió el siguiente
golpe con su antebrazo y giró su cuerpo para impactar con un codazo en la
mandíbula del hombre.
El crujido del impacto cortó el aire.
Las risas se detuvieron.
El gigante tambaleó.
Caelum no dio tiempo para la sorpresa.
Giró su pierna con precisión, golpeando la rodilla
de su oponente.
Un sonido seco.
Un grito.
Un crujido.
El gigante cayó sobre una rodilla, jadeando.
Pero aún no estaba acabado.
Un puño chocó contra su rostro.
El dolor explotó en su cráneo. Un destello blanco
cruzó su visión.
Su labio estaba partido.
La multitud rugió ante la sangre.
Caelum se obligó a mantenerse de pie.
Necesitas terminar esto ahora.
Cuando su oponente se lanzó otra vez, Caelum se
agachó en el último segundo.
Su rodilla subió con fuerza.
Impacto en el estómago.
El gigante se dobló.
Caelum giró sobre su eje.
Codo directo a la sien.
El sonido fue sordo.
El cuerpo del hombre cayó pesadamente al suelo.
Silencio.
Caelum respiró hondo, observando el cuerpo inmóvil
en la arena.
Volvió la mirada al tabernero.
—Dime dónde están las verdaderas peleas.
El hombre sonrió.
La multitud lo vitoreó.
Y en algún rincón de Vale, Jaune dormía sin saber
en qué clase de infierno su hermano estaba dispuesto a entrar por él.
Fin del capítulo uno.