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LEX DIVINA

DaoistmlbLGZ
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Synopsis
En un mundo donde los dioses dictan quién vive y quién muere, Kael es su verdugo. Ha derramado sangre inocente por obediencia, pero cuando la línea entre el deber y la humanidad se rompe, descubrirá que incluso los dioses pueden sangrar. “Lex Divina” — La ley divina es absoluta. Hasta que alguien se atreve a desafiarla.

Table of contents

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PROLOGO3 days ago
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Chapter 1 - PROLOGO

He matado a mucha gente. ¿Cuántos serán ya? ¿Más de cuarenta? Perdí la cuenta hace tiempo. Hombres, mujeres… inocentes y culpables, si es que esa palabra tiene algún significado en este mundo. Pero bueno, todo esto lo hago para sobrevivir. No es mi culpa que sean tan débiles.

—¡Kael! —La voz grave de Rohan me sacó de mis pensamientos—. Hemos llegado.

El carruaje se detuvo con un chirrido seco. El polvo del camino se colaba entre las rendijas, haciendo que el aire fuera aún más sofocante. Salté de la parte trasera, aterrizando en el barro espeso de la aldea. Nuestro objetivo era simple: encontrar al alquimista y matarlo.

Los dioses lo habían ordenado.

La información que teníamos era clara: un hombre de túnica gris, cabello blanco y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Decían que practicaba alquimia, un arte prohibido por los Cinco. En este mundo, el conocimiento es pecado, y los dioses exigen sangre como castigo.

Caminamos por el mercado destartalado, el hedor a pescado podrido y excremento llenando el aire. La gente nos miraba de reojo, aterrada. Sabían quiénes éramos. Los Caballeros de la Sangre. Esa era nuestra profesión, aunque "carniceros" sería más apropiado.

—Ahí está —susurró Rohan, señalando con el mentón a un hombre encorvado, vendiendo hierbas extrañas.

Nos acercamos como depredadores, silenciosos y seguros. Él nos vio, y lo supo. Su rostro palideció, y trató de correr, pero no hay escapatoria de nosotros.

Lo atrapamos en un callejón estrecho.

—No tengo nada que ver con la alquimia… —jadeó, con las manos en alto.

Mentía. Lo vi en sus ojos.

—No te preocupes, no dolerá mucho —le dije, aunque sabía que era mentira.

La pelea fue más difícil de lo esperado. Sacó un frasco de cristal y lo rompió contra el suelo, liberando un humo espeso que ardía en los ojos y la garganta. Casi pierde Rohan, si no fuera porque le atravesé la pierna con mi estoque. No es que me importara salvar a Rohan, pero perder a un compañero significa menos monedas al final del trabajo.

Cuando todo terminó, la cabeza del alquimista rodó en el suelo empedrado, dejando un rastro de sangre oscura y espesa.

Volvimos al carruaje. Me senté en la parte de atrás, limpiando mi espada con un trapo sucio mientras el olor metálico de la sangre se impregnaba en mis manos.

¿Estaré haciendo lo correcto?

La pregunta volvió, como siempre, como una maldita mosca que no se va. Pero me respondí lo mismo de siempre:

Claro que sí. Lo hago por el dinero. Pagan bien.

El viaje de regreso fue silencioso. Mis compañeros estaban exhaustos, pero satisfechos. Yo solo sentía… vacío.

Al llegar al templo, la puerta se abrió sola, como siempre, revelando a Zofar, el sirviente del dios Thanatos, el Juez de las Almas.

Zofar era una criatura repugnante: un ojo flotante del tamaño de una cabeza humana, con dos manos huesudas y velludas que flotaban a sus costados. Nos observó en silencio, su pupila negra dilatándose como si pudiera ver nuestras almas.

—¿La cabeza? —preguntó con una voz seca y hueca.

Rohan se la entregó envuelta en un saco de cuero. El ojo se acercó, inspeccionándola. Yo siempre me preguntaba cómo podía oler o saborear la muerte… pero quizás era mejor no saberlo.

—El pago. Cinco monedas de plata, tres de oro. Como siempre.

Las monedas cayeron en nuestras manos. Un sonido metálico, frío. Aceptamos el pago como autómatas. Ninguno de nosotros se preguntaba por qué las vidas valían tan poco.

Mis compañeros hicieron lo que siempre hacen: se dirigieron al burdel más cercano. A mí ese lugar me daba asco, pero el alcohol era de buena calidad, así que fui con ellos.

La taberna estaba llena de humo y risas vulgares. Mis compañeros se emborrachaban rápido, contrataban prostitutas y se perdían en sus habitaciones. Yo, en cambio, me senté solo en una esquina, bebiendo lentamente.

¿Los dioses están viendo esto?

Esa pregunta me carcomía por dentro. Si todo lo que hacíamos era "la voluntad de los dioses", ¿por qué permitían estos actos? ¿Acaso no eran estos hombres igual de despreciables que aquellos a los que matábamos?

¿Hay favoritismo?

No debería hacerme esas preguntas. Soy un simple mortal, un peón en su juego divino. Pero esas dudas, esas malditas dudas, no me dejaban en paz.

Al día siguiente, amanecí solo, como siempre. La habitación de la posada era fría y oscura, con el olor a madera húmeda y sudor rancio impregnando el aire.

Y como siempre, la llamada llegó.

Otro trabajo. Otra masacre.

La orden era clara: exterminar un pueblo entero. Se decía que había una "bruja" entre ellos. Pero cuando un dios ordena matar a una bruja, no es solo a una persona. Es a todos. Porque según ellos, una bruja contamina todo a su alrededor.

Monté en el carruaje, sentado junto al conductor, viendo la niebla espesa del amanecer envolver el bosque.

¿Por qué hago este trabajo?

La respuesta fue inmediata:

Por el dinero.

Al llegar, dos hombres grandes armados nos esperaban en la entrada del pueblo. Me encargué de ellos rápidamente. No soy fuerte, pero mi estoque es ligero y preciso, y conozco todos los puntos débiles de una armadura. Un corte en la garganta, y cayeron como muñecos rotos.

La invasión comenzó. Y como siempre, fue una masacre. Hombres, mujeres, ancianos… la sangre corría por las calles de piedra como riachuelos rojos.

Me senté junto a unas cajas, limpiando la hoja de mi espada, intentando ignorar los gritos. La rutina.

Hasta que escuché ese sonido.

Un llanto. Suave, quebrado.

Me levanté, siguiendo el sonido hasta una calle estrecha. Allí, una niña estaba acorralado, pidiendo auxilio.

Rohan estaba sobre él, con una sonrisa enferma en el rostro.

—Agarra a esta maldita puta —me dijo, riéndose.

Me quedé quieto por un instante, mirándolo. Algo dentro de mí se quebró.

Lo que hice después fue automático. Mi mano se movió sola.

El estoque atravesó su cuello, limpio y rápido. La sangre caliente me salpicó el rostro. Rohan cayó de rodillas, mirándome con incredulidad, intentando hablar, pero solo burbujeaba sangre por su boca.

—Corre —le dije a la niña, sin mirarla.

Ella huyó, y yo me quedé allí, viendo el cadáver de mi compañero.

Sabía lo que esto significaba.

Ahora, yo era un fugitivo de los dioses