Kael apenas podía mantenerse consciente. Su respiración era irregular y entrecortada, saliendo en nubes de vapor helado. El frío lo envolvía por completo, un gélido abrazo que entumecía sus extremidades y mordía su piel. Sin embargo, en un cruel contraste, su brazo derecho ardía como si estuviera envuelto en fuego líquido. Las runas doradas pulsaban con una intensidad cegadora, extendiéndose lentamente por su piel como si buscaran consumirlo, cada latido de su corazón enviando oleadas de calor abrasador a través de su cuerpo congelado.
Su mente estaba nublada, sus pensamientos eran fragmentos rotos que apenas podía unir. Pero entre la bruma de su consciencia, una única voz permanecía clara.
"Úsame..."
Aeris se arrodilló junto a él, sus manos temblando levemente al acercarse a las runas resplandecientes. Sus ojos, usualmente tranquilos, ahora brillaban con una mezcla de terror y rabia contenida. El brillo arcano iluminaba su rostro con reflejos dorados y plateados. Su pulso se aceleró; lo que veía no era solo una manifestación de poder, era un aviso de peligro inminente.
En cuanto Seraphine intentó mover a Kael, Aeris se levantó de golpe, encarando a la maestra del gremio con una furia que rara vez mostraba.
—¡¿En qué estabas pensando, Seraphine?! —su voz era un filo afilado de ira contenida—. ¡Lo lanzaste a un combate que claramente no estaba listo para enfrentar! Kael es un novato, apenas ha tocado una espada en su vida. Lo propio habría sido que le enseñaras a usarla antes de enviarlo contra criaturas reales, ¡pero en lugar de eso lo pusiste en peligro innecesariamente!
Seraphine la miró con calma, aunque sus ojos grises se oscurecieron levemente. El frío de la habitación no tenía nada que ver con el ambiente del gremio, sino con la sensación opresiva que emanaba de Kael.
—No fue mi intención que llegara a este punto —respondió con frialdad—. No sabía que su poder reaccionaría de esta manera.
—¡Eso no es excusa! —Aeris alzó la voz—. Kael no es como los demás, ¡y tú lo sabes! ¿O acaso solo querías verlo fallar?
El aire se volvió más denso, cargado de electricidad contenida. Aeris cerró los puños con frustración y miró fijamente a Seraphine, su mirada afilada como una daga.
—¡Kael podría estar muriendo y tú solo dices que "no lo sabías"! —Su voz tembló de furia—. No podemos confiar en cualquiera para tratarlo. Necesitamos traer al único que puede ayudarnos.
Seraphine chasqueó la lengua con disgusto antes de sacar un pergamino de comunicación de su cinturón. Su expresión mostraba una mezcla de irritación y resignación. Rasgó el sello con un gesto brusco y lo sostuvo entre sus manos mientras pronunciaba unas palabras en voz baja. La tinta en el pergamino brilló con un tono plateado y una voz respondió al instante con un tono que rezumaba desconfianza.
—¿Seraphine? —La voz era grave, pero había un matiz de desdén en ella—. No esperaba recibir una llamada tuya. ¿A qué debo este 'honor'?
—No tengo tiempo para tus juegos, Dorian —escupió Seraphine, con impaciencia—. Es una emergencia. Kael está en peligro y lo necesito estable hasta que llegues.
—¿Ese es tu nuevo protegido? —preguntó Dorian con un tono sarcástico—. No suelo hacer favores, y menos a ti.
Seraphine cerró los ojos y apretó los puños. No tenía tiempo para discutir su enemistad con Dorian, no cuando Kael podía estar muriendo. Inhaló profundamente y, por primera vez en mucho tiempo, su tono dejó entrever algo más que orgullo.
—Dorian, si no vienes, lo perderemos. Este chico... tiene algo dentro de él, algo que ni siquiera Aeris y yo comprendemos. Y si lo dejamos sin tratamiento, algo peor que la muerte podría ocurrirle. No te lo estoy pidiendo como favor. Te lo estoy suplicando.
Hubo un largo silencio en la línea de comunicación. Luego, Dorian suspiró.
Hubo un breve silencio antes de que la voz respondiera.
—No me agrada esto, pero está bien. Llegaré en cuatro horas... pero antes dime, ¿en qué estado exacto se encuentra? —preguntó Dorian, su tono aún cargado de escepticismo.
Seraphine exhaló con impaciencia, pero Aeris fue la que respondió primero.
—Está perdiendo temperatura rápidamente. Su piel está pálida y el brazo donde aparecieron las runas sigue ardiendo, como si tuviera fuego recorriendo sus venas. Además, su respiración es inestable, y su cuerpo está convulsionando.
Dorian chasqueó la lengua al otro lado del pergamino.
—Mantenlo caliente, pero no demasiado. Su temperatura está descendiendo porque su energía se está desbordando y su núcleo no puede estabilizarse. Si lo envuelven en mantas, solo empeorará el desequilibrio. En su lugar, asegúrense de canalizar energía de su entorno hacia él, para que su cuerpo no entre en estado crítico.
—¿Y cómo se supone que hagamos eso? —preguntó Seraphine con irritación.
—Si no tienes un catalizador de energía arcana, Aeris puede intentarlo con su propia afinidad. No detendrá el proceso, pero evitará que caiga en un estado irreversible. Y sobre todo, no lo despierten. Si intenta moverse o forzarse a despertar, su núcleo podría colapsar.
Seraphine apretó los dientes, su frustración evidente.
—Entendido. Llegarás en cuatro horas... pero si algo le pasa antes de eso, juro que te haré responsable.
Dorian soltó una risa seca.
—Haz lo que digo y no tendrás que culpar a nadie. Manténganlo estable... y más les vale que no me hayan hecho venir en vano.
El brillo del pergamino se disipó y Seraphine apretó los labios. Aeris respiró hondo y volvió su mirada a Kael, cuya piel parecía más pálida a cada segundo. Kael apenas podía seguir la discusión, su visión se volvía borrosa y su cuerpo se estremecía con convulsiones leves. Sentía que lo estaban desgarrando desde adentro, como si su propio poder estuviera luchando por liberarse. Apenas escuchaba las voces a su alrededor, su consciencia desvaneciéndose poco a poco.
De repente, su cuerpo perdió toda tensión. Su cabeza cayó hacia un lado y sus ojos se cerraron por completo.
—¡Maldición! —Aeris extendió una mano hacia su frente—. Su temperatura está descendiendo demasiado rápido.
—Resistirá —respondió Seraphine, aunque su voz sonaba menos segura de lo habitual. Sus ojos reflejaban algo que rara vez dejaba entrever: preocupación.
—¡Kael! —gritó Aeris, arrodillándose rápidamente a su lado, pero su aliento quedó atrapado en su garganta.
Porque Kael... ya no estaba ahí.
Cuando abrió los ojos, la sensación de frío lo golpeó con una intensidad brutal. Este lugar no se parecía en nada al gremio.
El mundo a su alrededor era un páramo de sombras y hielo, un paisaje que parecía haber sido consumido por el olvido. El suelo negro y agrietado exudaba un aura malsana, y cada grieta despedía un vapor helado que ennegrecía el aire. El ambiente era gélido, un frío sepulcral que parecía querer devorar todo a su paso. Sin embargo, Kael no lo sentía en su piel. El ardor de las runas en su brazo contrarrestaba el hielo del mundo que lo rodeaba, envolviéndolo en un calor reconfortante. La energía dorada pulsaba rítmicamente, creando un escudo invisible que lo mantenía inmune al frío que habría sido mortal para cualquier otro ser vivo en aquel lugar. Su respiración permanecía estable, y aunque el entorno era hostil, su cuerpo se mantenía firme, protegido por el misterioso poder que lo acompañaba. Su propia respiración se convirtió en escarcha ante sus ojos, pero el calor que emanaba de su brazo evitó que sintiera el frío.
El cielo era una vasta extensión de sombras en constante movimiento. Un murmullo sofocado recorría el ambiente como si miles de voces susurraran desde el vacío, cada una más cercana que la anterior. Kael sintió su pecho apretarse, su instinto gritándole que No estaba solo en este lugar.
Movió los dedos lentamente, notando el calor pulsante en su brazo derecho. Las runas no solo lo protegían del frío, sino que parecían generar una barrera que mantenía su cuerpo en equilibrio. Su abrigo de viaje estaba intacto, pero no sentía el peso de la humedad ni el entumecimiento que debería provocarle el ambiente hostil.
Su espada seguía asegurada en su cinto, y cuando la tocó, el calor de su propio cuerpo parecía impedir que el metal se enfriara, evitando que la escarcha lo cubriera. Era una sensación extraña, como si estuviera dentro de un refugio invisible en medio de aquel mundo helado.
Entonces, los vio.
Los engendros de la ruina... Kael los conocía, aunque nunca los había visto en persona. Su abuela solía contarle historias sobre ellos cuando era niño, relatos que parecían cuentos de advertencia para mantenerlo alejado de lugares prohibidos. "Los Revenn acechan en la oscuridad, esperando a los incautos que desafían los límites del mundo", le decía con voz grave, mientras avivaba el fuego en las noches frías. En ese entonces, Kael pensaba que solo eran supersticiones... pero ahora, estaban aquí, en frente de él, y ya no eran solo parte de una historia olvidada.
Criaturas deforme y siniestras, conocidas en antiguas leyendas como los Revenn, emergieron lentamente de las sombras. Sus cuerpos eran una amalgama de extremidades alargadas y piel oscura como la noche, retorciéndose como si sus propios huesos estuvieran en guerra con su carne. Ojos brillantes y carentes de alma lo observaban desde todas partes, parpadeando con un fulgor enfermizo. Sus movimientos eran erráticos, como si cada uno de sus pasos fuera una lucha contra su propia existencia.
Kael sintió su pecho oprimirse. Su corazón latía con fuerza mientras los Revenn se acercaban, susurros inquietantes llenando el aire. No estaba solo en este lugar... y esas cosas venían por él.
Kael no dudó. Su instinto gritaba que quedarse quieto significaba la muerte. Su mirada recorrió el paisaje en busca de una salida, pero todo lo que veía eran las sombras alargándose a su alrededor y los Revenn avanzando lentamente, sus movimientos inquietantes y torcidos.
De repente, en la distancia, una grieta en una de las rocas llamó su atención: una cueva. Era estrecha y oscura, pero en este momento representaba la única opción viable. Sin pensarlo dos veces, se giró sobre sus talones y comenzó a correr.
El suelo agrietado crujía bajo sus pasos, y cada zancada hacía que su respiración se volviera más rápida. Aunque no sentía el frío, la presión opresiva de aquel mundo pesaba sobre sus hombros como si intentara hundirlo en la oscuridad. Los susurros de los Revenn se hicieron más intensos, transformándose en un murmullo ensordecedor que lo perseguía mientras huía.
—No mires atrás... no mires atrás... —murmuró para sí mismo entre jadeos, obligándose a mantener la vista al frente.
El eco de sus propios pasos retumbaba en el aire enrarecido. Cada vez que giraba levemente la cabeza, podía ver las siluetas deformes de los Revenn deslizándose tras él, sus figuras siniestras moviéndose con una velocidad antinatural.
El borde de la cueva estaba cerca. Con un último esfuerzo, Kael se impulsó hacia adelante y se lanzó dentro de la abertura, rodando sobre el suelo áspero antes de detenerse en la penumbra del interior.
Se quedó inmóvil, con el pecho subiendo y bajando violentamente. Aferró la empuñadura de su espada con fuerza, esperando que las criaturas lo siguieran dentro... pero no lo hicieron.
Los Revenn se detuvieron justo en la entrada. Sus figuras permanecieron en la oscuridad exterior, observándolo fijamente. Parecían incapaces o reacias a cruzar el umbral. Kael tragó saliva, sin comprender del todo qué significaba aquello, pero sin atreverse a probar su suerte saliendo de su refugio.
La cueva se extendía en las sombras, y aunque no sabía qué lo esperaba dentro, era preferible enfrentar lo desconocido que entregarse a las criaturas que acechaban afuera.