EpĂlogo.
El viento gĂ©lido azotaba las ventanas de la abadĂa abandonada, silbando una melodĂa fĂşnebre que resonaba en el silencio sepulcral. Dentro, tres figuras se movĂan como sombras, sus cabellos negros como la noche cayendo en cascada sobre hombros delicados. Eran hermanas, trillizas de diecisĂ©is años, con una belleza inquietante que parecĂa esculpida en la misma oscuridad. Sus nombres, un eco de su origen dual: Isabelle Moreau-Yamamoto, Juliette Moreau-Yamamoto, y ChloĂ© Moreau-Yamamoto. Francesas de nombre, japonesas de apellido, un legado misterioso que se reflejaba en sus ojos, profundos pozos de secretos y una oscura promesa.
Isabelle, la mayor, poseĂa una mirada penetrante que parecĂa leer el alma. Su belleza era frĂa, distante, como la promesa de un poder inmenso. Juliette, la del medio, irradiaba una sensualidad cautivadora, un encanto que hipnotizaba y dejaba un rastro de deseo. ChloĂ©, la menor, era la más enigmática, con una inocencia engañosa que ocultaba una fuerza interior sorprendente. Ellas eran los tres deseos infernales, encarnaciones de las ansias más profundas de la humanidad: juventud eterna, poder ilimitado y el cumplimiento de cualquier deseo.
Esa noche, bajo la luz de la luna llena que se filtraba a travĂ©s de los cristales rotos, las hermanas realizaron un antiguo ritual. Un cĂrculo de velas negras rodeaba un altar improvisado, donde yacĂa un antiguo grimorio, sus páginas llenas de jeroglĂficos y sĂmbolos prohibidos. Con movimientos precisos y una concentraciĂłn aterradora, invocaron a las entidades que les habĂan prometido poder y dominio. El aire se cargĂł de una energĂa palpable, un frĂo que calaba hasta los huesos, acompañado de un olor a azufre que llenaba la abadĂa.
De repente, un resplandor cegador inundĂł la habitaciĂłn. Tres figuras imponentes emergieron de las sombras, sus alas blancas como la nieve contrastando con la oscuridad que las rodeaba. Eran ángeles, seres de una belleza sobrenatural, con ojos que brillaban con una luz celestial. Pero su belleza no era serena, sino que irradiaba una fuerza poderosa, una autoridad divina que imponĂa respeto y temor. Sus rostros, aunque hermosos, expresaban una tristeza profunda, una melancolĂa que resonaba con la oscuridad que emanaba de las hermanas.
Gabriel, el ángel de la juventud eterna, se acercĂł a Isabelle, su mirada fija en la joven. Su aura irradiaba una energĂa revitalizante, una promesa de vida sin fin. Rafael, el ángel del poder, se dirigiĂł a Juliette, su presencia imponente, su mirada llena de una fuerza que parecĂa capaz de doblegar mundos. Y Miguel, el ángel del deseo, se acercĂł a ChloĂ©, su aura llena de una promesa de satisfacciĂłn infinita, un eco de los anhelos más profundos del corazĂłn humano.
El aire se tensĂł. El silencio, roto solo por el susurro del viento, se convirtiĂł en un campo de batalla invisible entre la oscuridad y la luz, entre el deseo infernal y la gracia celestial. El amor, en su forma más pura y peligrosa, floreciĂł en medio del caos. Un amor prohibido, un amor entre ángeles y demonios, entre la luz y la oscuridad, un amor que pondrĂa a prueba los lĂmites del cielo y el infierno. El destino de las tres hermanas, y el de los ángeles que habĂan caĂdo bajo su hechizo, estaba sellado. La batalla por sus almas habĂa comenzado. La abadĂa abandonada se convertirĂa en el escenario de una guerra celestial, donde el amor y el deseo se entrelazarĂan en un mortal abrazo.
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