Dos meses después, el silencio de la ciudad había quedado atrás.
El viento soplaba con calma, deslizándose entre los árboles, rozando mi nuca con una suavidad nostálgica. La fogata chisporroteaba frente a mí, recordándome las noches en la mansión de Novara.
—Y entonces acepté el egoísmo de Novara sin preguntar nada más… —las palabras salieron con un dejo de resignación mientras miraba las llamas danzar—. Y míranos hoy… Nanatori y yo contando historias, como el señor Novara.
A mi lado, la chica observaba el fuego en silencio. Las marcas en su piel, esas líneas oscuras que recorrían desde lo alto de su frente hasta perderse en su cuello, parecían resaltar con el brillo de las llamas.
—Entonces por eso es que estás conmigo… —su voz tenía un matiz melancólico.
—Así es.
Un pedazo de madera cayó en la fogata, avivando las llamas.
—Trato de honrar la memoria de tu padre.
Nanatori desvió la mirada por un instante.
—Gracias… supongo.
Su tono era difícil de descifrar.
—Veo que, por lo menos, le importaba algo a mi padre.
Se quedó unos segundos mirando el fuego antes de acostarse en el suelo.
—Buenas noches, Dyr…
—Buenas noches…
Pero las horas pasaron, y el sueño nunca llegó.
El cansancio tampoco.
Mis ojos se quedaron fijos en las llamas, igual que los suyos antes de cerrar los párpados.
A diferencia de ella, yo no podía dormir.
Los recuerdos de aquel día volvieron a mi mente como una tormenta implacable.
—P... Pero no sé si pueda... —las palabras apenas salieron de mis labios, cargadas de duda—. ¿Qué es lo que debo hacer?
Frente a mí, la voz quebrada de Novara apenas se sostenía.
—Te lo suplico, Dyr... Quiero que mi hija viva su vida. No quiero nada más.
Sus manos temblorosas acercaron el pedazo de carne hacia mí.
—Cómelo…
Mis dedos se cerraron en torno a la carne tibia. Sentía su textura húmeda contra la piel.
Lo acerqué a mis labios.
—Gracias… —la voz de Novara sonó aliviada, como si con ese solo gesto su carga se desvaneciera.
Pero en ese instante, un estruendo sacudió el edificio.
El suelo vibró bajo mis pies.
—¡¿Qué?! —Giré la cabeza con rapidez, viendo cómo una parte del edificio se desplomaba en una nube de polvo y escombros.
El grito de Novara perforó el aire.
—¡Malditos... son unos malditos!
Su frustración se transformó en desesperación cuando volvió a mirarme.
—¡Por favor, Dyr, cómelo de una vez!
Su voz era un ruego.
—¡Salva a mi hija!
—¡Lo haré por usted, señor Novara!
El grito salió de lo más profundo de mi pecho mientras me lanzaba hacia la parte destruida del hospital.
El trozo de carne seguía en mi mano, húmedo y tibio. Lo llevé a mi boca y lo tragué sin pensarlo. Un escalofrío me recorrió la espalda.
Salté por el borde sin saber si sobreviviría a la caída. Tal vez fue la adrenalina del momento, pero mi cuerpo aterrizó con fuerza sobre mi rodilla derecha. No sentí dolor. Apenas si me detuve antes de seguir corriendo, mi respiración acelerada mezclándose con el estruendo de los escombros cayendo tras de mí.
Algo brilló en el cielo.
Una estela de colores se extendía en la distancia, surcando el firmamento como un rastro etéreo.
Sin saber qué era, pero seguro de que debía seguirla, dirigí mis pasos hacia ella. Corrí más rápido, más de lo que jamás había corrido. Los edificios de la ciudad ocultaban mi vista, pero no me detuve. Salté entre ellos, trepé hasta lo más alto y me impulsé sin esfuerzo, sintiendo un poder nuevo recorrer mis venas.
Desde aquella altura, podía ver claramente hacia dónde se dirigía la estela.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad…
El golpe resonó con fuerza.
Un cuerpo delgado fue arrojado sin piedad contra la pared de un edificio en espera de demolición.
—¡¿Quién carajos eres?! —El miedo hacía temblar su voz, pero la furia aún se aferraba a cada palabra.
La silueta imponente que la miraba desde arriba sonrió con desdén.
—Lye Kuro.
El tono despreocupado contrastaba con la brutalidad de sus actos.
—Ahora, señorita, ¿puede decirme dónde está la parte del inmortal?
Sin esperar respuesta, una bofetada cortó el aire.
El eco del golpe quedó suspendido por un instante.
—¡Anda, rápido! —Otra bofetada, esta vez más fuerte.
El dolor ardía en su piel.
—N... N... ¡No sé quién sea! —La voz se quebró en desesperación—. ¡¿Por qué me trajiste aquí?!
El puño de Lye se cerró con fuerza.
—Tu estúpido padre está por morir. Así que, para mantener su legado, lo más sensato sería darle el trozo a su hija.
Su mirada se tornó fría.
—Habla de una maldita vez.
Las gotas de sangre empezaron a teñir el suelo.
—¡Escucha, maldita sea! —La desesperación era palpable—. ¡No tengo ni idea de qué hablas!
El puño se alzó de nuevo.
Corrí sin dudarlo.
El extraño ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que mi puño impactara contra su costilla derecha con una fuerza abrumadora. Su cuerpo salió disparado como si lo hubiera atropellado un tren.
—¡Solo cállate!
Sin perder el tiempo, sujeté a la chica en mis brazos y me lancé a la carrera, alejándome lo más rápido posible.
Pero él no me dejaría escapar tan fácil.
De la nada, una sombra pasó por encima de mi cabeza.
El aire se estremeció.
Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal impactó de lleno en mi rostro. Un destello rojo cubrió mi visión mientras mi cuerpo se elevaba por los aires.
El mundo giró.
Sentí el concreto ceder con un estruendo mientras atravesaba la primera pared. Luego la segunda. La tercera...
Cuando el impacto final llegó, todo mi cuerpo ardía en agonía.
—¡Maldito mocoso! —Su voz retumbó en mis oídos—. ¡¿Quién te dio el derecho de golpearme?!
La chica gritó.
Forcé mis ojos a abrirse solo para ver cómo la tomaba del cabello y la arrojaba con brutalidad a un rincón del edificio.
El suelo bajo mí se sentía inestable.
Traté de incorporarme.
Dolía. Cada fibra de mi ser gritaba.
Atravesar tres paredes de concreto sólido no era precisamente algo fácil de ignorar.
—¿Quién demonios eres?
La voz del bastardo se tornó más seria.
Sus ojos me escanearon con una expresión que iba de la incredulidad a la furia.
—Espera… llegaste aquí como si supieras exactamente a dónde ir. Como si me estuvieras siguiendo… —Su ceño se frunció más—. Y además… fuiste capaz de mandarme a volar con un simple golpe…
Sus dientes rechinaron.
—No me digas…
La ira cubrió su rostro como una sombra oscura.
—¡Maldito Novara! ¡¿Le dio tal poder a un simple niño?!
Su silueta se desdibujó.
El sonido de su carrera fue lo único que alcanzó a entrar en mi aturdida cabeza antes de que una patada brutal impactara contra mi rostro.
Mi cuerpo se elevó de nuevo, pero esta vez, el golpe no terminó ahí.
Una onda de choque se expandió desde su pie, atravesándome como una explosión interna.
El dolor fue insoportable.
Era como si algo dentro de mí se rompiera. Como si mi propia existencia se fragmentara.
Y entonces, mi cuerpo salió disparado hacia el techo como si no pesara nada.
El impacto contra el suelo fue brutal.
Mi cuerpo se estremeció al sentir el frío concreto raspar contra mi piel. Pero lo peor de todo fue el dolor.
Una sensación ardiente y desgarradora recorrió mi rostro.
Mis manos se aferraron instintivamente a él.
_Duele, duele, duele… ¡duele!_
Era como si me hubieran arrancado un pedazo de la cara de un solo tajo.
El dolor era insoportable, pero aún así, mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo.
Una presencia se acercaba.
_No recibiré otro golpe…_
Con el poco aliento que me quedaba, me obligué a levantarme.
Justo en ese momento, un golpe brutal se estampó contra mi rostro.
El mundo giró.
Mi cabeza se sacudió con violencia mientras mi cuerpo giraba por la fuerza del impacto.
Un instinto desesperado me hizo llevar las manos a mi cara, el dolor me nublaba la razón. Por un momento, consideré que arrancármela sería mejor que seguir sintiendo esto.
Pero entonces, algo cambió.
Mis ojos, borrosos por el sufrimiento, captaron una ligera distorsión en el aire frente a mí.
No entendí lo que estaba viendo.
Pero mi cuerpo sí.
Sin pensar, mis ojos siguieron la curva que se formaba en el aire.
Y de repente, el bastardo salió disparado como si una fuerza invisible lo hubiera golpeado.
Su cuerpo se estrelló contra el suelo, rodando un par de veces antes de tambalearse para reincorporarse.
—¿Qué…? —murmuré sin comprender.
Sin darme tiempo para procesarlo, volvió a cargar contra mí.
Mi cuerpo temblaba.
Pero no podía darme el lujo de caer.
_No ahora._
_No después de lo que prometí._
Con una voluntad forzada, me obligué a seguir luchando.
Las corrientes de aire se movían frente a mí, formando patrones extraños.
Sin saber cómo, mis ojos los captaban con claridad.
Cada vez que fijaba mi vista en uno de ellos, algo en el ambiente se alteraba.
El bastardo se detenía, como si su propio cuerpo reaccionara al viento.
Era una ventana de oportunidad.
Aprovechando su desconcierto, lancé un golpe.
Fue torpe, pero increíblemente fuerte.
Su cuerpo salió disparado contra una pared.
Intentó reincorporarse, pero antes de que pudiera hacerlo, fijé mi vista en otra corriente de aire.
Como si fuera un mecanismo invisible, algo lo obligó a errar su próximo ataque.
Una vez más, le devolví el golpe.
Uno tras otro, cada impacto lo hacía volar, estampándolo contra las paredes del edificio.
Las corrientes de aire me mostraban un camino, y con cada golpe, lo seguía con más precisión.
Lo acorralé contra un pilar.
No dudé ni un segundo.
Mis puños comenzaron a llover sobre él, sin descanso.
La adrenalina me nubló la razón.
Cada golpe era más fuerte que el anterior.
Cada vez que su cuerpo intentaba moverse, otro impacto lo volvía a aplastar contra la estructura.
Grité, completamente envuelto en la sensación del combate.
—¡¿Qué te parece eso, hijo de perra?!
La adrenalina me hacía sentir invencible.
Pero una voz llena de desesperación me trajo de vuelta a la realidad.
—¡Idiota! ¡Deja de golpear y mira a tu maldito alrededor!
Los escombros comenzaron a caer.
Las grietas en las paredes se extendieron como telarañas.
El sonido del concreto cediendo me perforó los oídos.
El edificio entero tembló.
Se estaba derrumbando.
—¡Mierda…!
Corrí.
Corrí sin pensar, sin un rumbo claro.
Pero el edificio se venía abajo con cada segundo que pasaba.
—¡Espera!
Mi puño aún ardía, pero mis piernas se movieron antes de que pudiera pensar en otra cosa. El estruendo del concreto cediendo me llenó los oídos, y sin perder un segundo corrí hacia Nanatori.
Logré sujetarla del brazo, pero ella reaccionó de inmediato, apartándose de un golpe y retrocediendo con los ojos abiertos de par en par.
Miedo.
Puro, absoluto miedo reflejado en su mirada.
—¡Nanatori!
Su nombre escapó de mi garganta con desesperación. El edificio ya no soportaba más. A mi alrededor, el suelo se agrietaba, el polvo se levantaba, los escombros caían en todas direcciones.
Estaba por lanzarme hacia ella, decidido a sacarla de ahí a toda costa, cuando algo atrapó mi pierna.
Un escalofrío me recorrió entero.
Miré hacia abajo y sentí un nudo en la garganta.
Una mano ensangrentada me sujetaba con fuerza inhumana.
El bastardo que la había traído aquí.
—¡Suéltame!
Mi grito fue puro pánico.
Pero él… él solo sonrió.
Un crujido ensordecedor se apoderó del lugar.
Un enorme bloque de concreto cayó sobre nosotros.
Y antes de que la oscuridad me tragara por completo, mis ojos se fijaron en la dirección donde Nanatori había corrido.
Ella…
Su cuerpo…
No.
No, no, no.
Su cabeza estaba aplastada.
Su brazo izquierdo… cercenado.
El horror se apoderó de mí.
Mi respiración se cortó.
Todo se volvió borroso.
Y lo último que hice antes de perder el conocimiento fue gritar su nombre con todas mis fuerzas.
—¡NANATORI!
No sé cuánto tiempo pasó.
¿Horas?
¿Días?
Cuando volví en mí, lo primero que sentí fue un peso sofocante sobre mi cuerpo.
Mi pecho subía y bajaba con dificultad.
El dolor en mis brazos me hizo reaccionar.
—Gh…
Intenté moverme.
Mis músculos protestaron, desgarrándose con cada esfuerzo.
Pero no me importó.
Con la adrenalina recorriéndome las venas, comencé a apartar los escombros que me cubrían.
Mi piel se cortó en el proceso, los bordes afilados de las rocas desgarraron mi carne sin piedad, pero todo lo que importaba era salir de ahí.
Cuando finalmente me liberé, jadeé con fuerza.
Mi mirada recorrió el lugar.
El bastardo con el que había peleado… ya no estaba.
No importaba.
Nanatori.
Tenía que encontrar a Nanatori.
Mis piernas reaccionaron solas.
Corrí con todas mis fuerzas hasta donde la había visto por última vez.
Y entonces…
—Nana… Nanatori…
Mi voz tembló al pronunciar su nombre.
Ahí estaba ella.
O lo que quedaba de ella.
Un escalofrío helado recorrió mi espalda.
No podía ser real.
No podía.
Mis rodillas cedieron y caí junto a su cuerpo destrozado.
Mis manos se movieron sin control, temblorosas, tratando de… ¿juntarla? ¿Unirla?
No tenía sentido.
Pero lo hice de todos modos.
Porque mi cerebro se negaba a aceptar la realidad.
Mis dedos quedaron manchados de sangre.
Y en cuanto el peso de la verdad cayó sobre mí, un grito desgarrador salió de mi garganta.
Mi visión se nubló por las lágrimas.
No sé cuánto tiempo estuve ahí.
Apenas podía respirar.
Pero entonces, mi cuerpo se movió por inercia.
No podía quedarme ahí.
Me levanté y corrí.
El hospital.
Salté por la parte destruida, con la esperanza de encontrar a Novara.
Pero…
Su habitación estaba vacía.
No había nadie.
La cama estaba deshecha.
El aire olía a abandono.
—¿Quién demonios eres?
Un guardia.
No me quedé a responder.
Escapé sin pensarlo dos veces.
Corrí sin mirar atrás, mis piernas llevándome por puro instinto hasta una calle más adelante.
Ahí estaba él.
La persona que me había llevado con Novara.
—¡Dyr! ¿Dónde estabas, muchacho?
Su expresión pasó del alivio a la preocupación en cuestión de segundos.
—¿La señorita está contigo?!
Ella…
Mis labios temblaron.
No podía decirlo.
Negué con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta que me impedía respirar con normalidad.
—¿Dónde está el señor Novara?
El aire pesaba.
La respuesta no llegó de inmediato.
En su lugar, el rostro del hombre se tensó, su expresión se volvió sombría mientras sus manos se cerraban con fuerza en puños.
—Necesito saber dónde está su hija.
Su voz sonó urgente.
—Dyr, dime dónde está. Es importante.
Frustración.
Rabia.
Dolor.
—¡CÁLLATE!
El grito salió de mi garganta como un rugido, desgarrándome por dentro.
Mis puños temblaban.
No podía soportarlo más.
—Te hice una maldita pregunta… ¿¡Dónde está Novara!?
El silencio que se formó fue sofocante.
Pero finalmente, su respuesta llegó.
Fría.
Cortante.
—Murió.
Mis ojos se abrieron con impacto.
—El día de ayer, durante el ataque —continuó sin mirarme directamente—. Su ritmo cardíaco se disparó. Se levantó de la cama y trató de seguirte…
Su voz tembló, pero siguió hablando.
—Antes de que llegara al borde, lo sujeté con fuerza para impedir que se lanzara. No puso resistencia… solo apretó su pecho, justo donde estaba su corazón, y sus ojos…
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Se apagaron lentamente.
Mi respiración se volvió errática.
—Al final, solo pudo decir…
Un silencio mortal cayó entre nosotros.
Las siguientes palabras me golpearon como una maldición.
—Nanatori… Dyr… sálvala.
La sangre se heló en mis venas.
Mi visión se nubló de inmediato.
No veía nada.
No escuchaba nada.
No existía nada.
Solo yo… y el vacío que me consumía desde adentro.
—¡Dyr!
Unas manos me sujetaron con fuerza por los brazos.
—¡Dyr, reacciona!
El sonido de su voz se distorsionaba en mis oídos.
—¡DYR!
Sentí cómo me sacudía con desesperación.
—¡Necesito saber dónde está la señorita!
Nanatori…
La imagen de su cuerpo aplastado cruzó por mi mente como un relámpago.
Mis piernas flaquearon.
Pero ya no quedaban lágrimas.
El dolor en mi pecho era sofocante, como si algo dentro de mí se rompiera en mil pedazos y no pudiera hacer nada para detenerlo.
Me aparté bruscamente, empujando con fuerza al trabajador de Novara. Su cuerpo perdió el equilibrio y cayó al pavimento con un sonido seco.
No me detuve.
No lo pensé.
Mis piernas se movieron por sí solas, corriendo desesperadamente de regreso al lugar donde se encontraba Nanatori.
—Carajo, carajo, carajo, carajo…
Las palabras escapaban de mis labios sin cesar, una tras otra, como si fueran lo único que podía decir, lo único que podía pensar.
—Carajo, carajo, carajo, carajo…
Mis pasos resonaban en la calle desierta.
—Carajo, carajo, carajo, carajo…
Cada latido en mi pecho era un grito de agonía.
—Carajo, carajo, carajo, carajo…
Y entonces, la vi.
O lo que quedaba de ella.
Mi cuerpo se desplomó junto a los restos de Nanatori, temblando de impotencia.
—Perdón…
Mi voz se quebró.
—Perdón, perdón, perdón, perdón…
Las palabras se entrecortaban con mi llanto.
—Perdón, perdón, perdón, perdón…
Las lágrimas caían a mares, deslizándose por mi rostro hasta perderse en el suelo.
Todo a mi alrededor se teñía de rojo.
Busqué consuelo en cualquier cosa, pero no había nada. Solo vacío. Solo muerte.
Mis pensamientos se volvieron un torbellino de imágenes y palabras.
**"¿Cómo puedo obtener ese poder?"**
**"Todo viene del inmortal."**
Las palabras de Novara cruzaron mi mente como un eco lejano.
Pero ya había comido la parte del inmortal…
**"Su resurrección se dio por un acto de amor."**
No sabía por qué recordaba eso justo ahora.
No tenía sentido.
Y, sin embargo, lo vi.
La misma estela que me había traído hasta aquí recorría lentamente el cuerpo sin vida de Nanatori, como si intentara decirme algo.
Un atisbo de esperanza irracional nació en mi pecho.
Mis manos temblaron al sujetarla con fuerza, tanta que mis propias uñas se clavaron en mis palmas, haciéndolas sangrar.
Era desesperación.
Era miedo.
Era egoísmo.
Pero no me importaba.
Novara me había pedido que la salvara… y fallé.
Si existía aunque fuera una mínima posibilidad…
Si quedaba una sola esperanza, por pequeña que fuera…
Apreté los ojos con fuerza, ahogando un sollozo.
Y recé.
No sabía a quién, ni si alguien me escucharía.
Solo quería un milagro.
—Oye… ¿estás bien?
Una voz dulce rompió la oscuridad.
Mis ojos se abrieron con lentitud, todavía empañados por las lágrimas.
La visión era borrosa al principio… pero ahí estaba.
Frente a mí, con una expresión confusa en el rostro.
Nanatori.
Mi respiración se detuvo.
No supe qué hacer.
No supe qué decir.
Mis manos, aún ensangrentadas, se apoyaron en el frío suelo mientras todo el dolor dentro de mí se desbordaba en un llanto incontenible.
El tiempo pasó sin que pudiera medirlo con certeza.
Solo cuando el temblor de mis manos comenzó a ceder, me di cuenta de la suave caricia recorriendo mi espalda.
El gesto era delicado, casi tímido, como si buscara consolarme sin saber cómo hacerlo.
Levanté la vista lentamente, encontrándome con la mirada serena de Nanatori.
—¿Ya te sientes mejor? —su voz era suave, casi como un susurro.
Sus ojos, llenos de calidez, se posaron en mí con una ternura inesperada.
—Tú eres el chico que estaba con mi padre, ¿verdad? Viniste aquí para salvarme, ¿cierto? Gracias…
Asentí con torpeza, aún temblando. La sensación de su piel cálida contra la mía contrastaba con el frío que se había instalado en mi pecho.
—Perdón, Nanatori…
No supe qué más decir.
Ella parpadeó, confundida.
—¿Por qué? Viniste a salvarme y, aunque el edificio quedó hecho pedazos… estoy sana y salva gracias a ti.
Su sonrisa era ligera, despreocupada.
Demasiado tranquila.
Mi corazón se encogió en mi pecho.
Ella… no recordaba nada.
El peso de la verdad ardió en mi garganta, pero el miedo me hizo callar.
No podía decirlo.
No quería decirlo.
Apretando los puños, desvié la mirada y murmuré con voz temblorosa:
—Nanatori… El señor Novara murió… No pude salvarlo.
El silencio se extendió entre nosotros.
Por un momento, temí que no hubiera escuchado mis palabras.
Entonces, su respiración se volvió irregular.
—N… no… no…
Su voz se quebró.
—No te preocupes…
Suavemente, pero con torpeza, intentó esbozar una sonrisa.
—Y… ya sabía que p… pasaría… No… no es algo que… me impor…
Las palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando finalmente se derrumbó.
Las lágrimas brotaron de sus ojos sin control.
Sabía exactamente cómo se sentía.
El dolor de perderlo.
La impotencia de no haber podido hacer nada.
No lo pensé.
Solo la abracé con fuerza, dejando que mis propias lágrimas se deslizaran por mi rostro.
Ella se aferró a mí, temblando, mientras su llanto se volvía cada vez más desgarrador.
Nos quedamos así, hundidos en el dolor compartido.
No era el único destrozado por la noticia… Ella estaba mucho más afectada. Era natural, después de todo, era su padre real. Pero incluso sabiendo eso, no tuve la fuerza suficiente para confesarle lo que le hice.
*"Se piensa que el inmortal aún sigue con vida, condenado a estar esparcido por el mundo y con la desdicha de no poder morir. No siendo aceptado ni en el cielo ni en el infierno, siendo la inmortalidad su castigo divino."*
Justo en ese momento, esas palabras volvieron a mi mente.
_¿Qué hice…?_
No solo por mi culpa Nanatori murió… Sino que la obligué a estar condenada por la inmortalidad.
*"Se dice que su alma fue fragmentada y por eso era incapaz de trascender."*
Arruiné todo.
Nanatori recibió un castigo eterno por mi culpa.
Me quedé en silencio, sintiendo como el peso de mi error me aplastaba. Pero no podía quedarme así. No después de lo que hice.
Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en la piel.
Desde ese momento decidí que honraría la muerte de Novara… Y la tuya, Nanatori.
Aunque fuera mi último deseo, aunque me costara hasta el último aliento de esta vida…
Juré restaurar tu alma.
Juré darte la capacidad de morir en paz.