El primer recuerdo que tengo de mi vida… Sí, puede parecer curioso, pero aún lo conservo. Tenía seis años, o al menos eso creo. Un poco tarde para darme cuenta de mi existencia… Como sea.
Una mansión, si es que podía llamarse así, oculta entre las montañas, cercana a un pequeño arroyo y cubierta por miles de árboles. Un lugar en el que alguien podría perderse con facilidad, pues una vez dentro de la montaña no existía un camino fijo.
"Si alguien conoce a la perfección su lugar en el mundo, encontrar su hogar es demasiado sencillo."
Novara solía decir eso, aunque era evidente que más que una verdad absoluta, era una forma de convencerse a sí mismo de que aquella "pequeña" morada era suficiente para él. Chistoso.
La mansión estaba hecha completamente de madera, trabajada por los mejores artesanos, pulida hasta el último cimiento y cubierta por un material que parecía marfil, aunque se asemejaba más al cuarzo. Brillaba por sí sola. En su interior, un laberinto de incontables habitaciones creaba una sensación de inmensidad.
Tenía su propio mirador, oculto con astucia entre las ramas de los árboles. Sin embargo, con la suficiente concentración, los huecos dejados por las hojas permitían observar el exterior con claridad. Claro, solo si uno se acostumbraba a ello. Para cualquier extraño, no sería más que un cúmulo de puntos destellantes dispersos aquí y allá.
Pero yo no era un extraño.
Novara solía llevarme a ese lugar. O al menos, eso creo. Según lo que recuerdo, aquella montaña me pertenecía.
Como fuera, disfrutaba de mi compañía, o eso pensaba. Todos los días, exactamente a las 12:40 p.m.—creo—se permitía contarme historias. Algunas largas, otras cortas.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que las inventaba sobre la marcha. En eso sí tenía razón. Todo dependía de su estado de ánimo en ese momento… aunque, pensándolo bien, quizás dependía más de su creatividad.
Pero volvamos al tema.
Esa es la primera historia que recuerdo con total claridad.
—Escucha, Dyr… Tengo una historia para contarte.
La voz de Novara rompió el silencio mientras la vista seguía clavada en el horizonte, en ese mirador oculto entre las ramas.
—¿¡Historia!? —La emoción me hizo girarme de inmediato, los ojos brillando de expectativa—. ¿De qué será esta vez?
—Sabes, Dyr… el mundo en el que vivimos está loco.
Novara comenzó a hablar con una precisión inusual, como si cada palabra estuviera cuidadosamente elegida.
—Pero supongo que en un mundo de locos, al único cuerdo es a quien llaman loco. De cualquier manera… Hace mucho tiempo, en los inicios de la creación tal como la conocemos, Dios—el verdadero Dios—elegía a sus sucesores.
Hombres, mujeres, animales, insectos… cualquier ser era un candidato para convertirse en Dios. Una vez seleccionado el "nuevo", todo el conocimiento divino, así como su omnipotencia, le eran heredados.
—Se dice que Dios tardó siete días en crear todo lo que conocemos… y lo que aún desconocemos.
La voz de Novara se detuvo por un instante.
—Pero... ¿realmente fueron solo siete días?
—¡No tengo ni idea!
La respuesta salió de inmediato, acompañada de una sonrisa de oreja a oreja, aunque la pregunta ni siquiera iba dirigida hacia mí.
—Te entiendo.
La voz sonó calmada, casi como si la respuesta fuera esperada. Hubo una breve pausa antes de que aclarara la garganta y continuara.
—Durante un tiempo, los humanos fueron capaces de asemejarse a Dios… de cierto modo. ¿En apariencia? No. ¿En virtudes? Tampoco. ¿En poder?
Los ojos se entrecerraron ligeramente, y entonces la voz cobró fuerza.
—Sí. Capaces de separar los mares, destruir mundos, formar tormentas capaces de inundarlo todo, alcanzar la iluminación… ¡revivir de entre los muertos!
Con cada palabra, el tono se elevaba, como si la historia tomara vida por sí misma.
—¡ESO ES GENIAL! ¡YO TAMBIÉN QUIERO HACER ESO!
La emoción me invadió sin control, los ojos brillando con asombro. Las manos se cerraron con fuerza antes de juntarlas con decisión, simulando lanzar un ataque devastador.
—¡TOMA ESO!
El eco de mi propia voz se disipó en el aire, pero la historia aún no había terminado.
—Pero hay un problema con este último…
El tono cambió, volviéndose más pausado, más pesado.
—Hubo un caso en el que el hijo de Dios se sacrificó para perdonar nuestros pecados… por mero amor. Pero tiempo después, alguien intentó replicar aquel acto. La diferencia… es que mintió en su propósito.
La pausa que siguió se sintió densa, como si lo que estaba por decir tuviera un peso diferente.
—Decir que falló sería mentira. La resurrección fue un éxito.
Una corriente helada recorrió mi espalda.
—Pero hubo un problema.
El aire a nuestro alrededor pareció tensarse.
—Como si de un castigo divino se tratara, la persona resucitada quedó atrapada en el mundo físico… nuestro mundo. Incapaz de trascender al plano espiritual, ya fuera el cielo o el infierno, fue obligado a vagar por la eternidad… hasta que el mundo lo olvidó.
La incertidumbre golpeó de lleno a Novara.
—¡¿Cómo se olvida a alguien que no puede morir?!
Mi mano se levantó instintivamente, como si la respuesta pudiera agarrarse en el aire.
—Ni idea.
La expresión permaneció imperturbable, como si esa pregunta no tuviera una respuesta.
—Pero una vez que cercanos y extraños se dieron cuenta de este suceso… comenzaron a buscar desesperadamente la forma de hacer lo mismo.
Los pensamientos daban vueltas en mi cabeza.
—Por su parte, aquella persona, después de experimentar todo, de hacer todo… terminó harta de la maldición que era la vida eterna.
El tono descendió, volviéndose apenas un susurro.
—¿Por qué no podía trascender? Porque su alma fue fragmentada. Sin un alma completa, morir se volvió imposible.
Algo dentro de mí se revolvió ante esas palabras.
—¡Seguramente alguien tenía el poder de matarlo!
Mi grito salió con convicción, como si fuera la respuesta obvia a todo.
—Tal vez…
La respuesta vino con un dejo de misterio, como si la idea misma fuera posible, pero no del todo cierta.
—Pero, ¿recuerdas que mencioné que las personas podían hacer cosas increíbles?
El tono se volvió más pausado, casi como si cada palabra llevara un peso adicional.
—La razón fue el mismo inmortal.
Los ojos se entrecerraron ligeramente, como si estuviera recordando algo muy antiguo.
—Su sangre era la causante de otorgar y repartir poder, dando inicio a lo que se conoció como la "Nueva Era".
Un escalofrío recorrió mi espalda, pero la historia continuó.
—Aun así, no pienses que lo hizo en un acto de benevolencia. No. Fue pura casualidad.
Hubo un breve silencio antes de que la voz retomara su ritmo.
—En uno de sus incontables intentos por desaparecer del plano físico, saltó desde este mismo mirador.
Los ojos se desviaron hacia el borde, donde el vacío se extendía más allá de los árboles.
—Cuando finalmente cayó, sus huesos se rompieron en mil pedazos. Porque sí, era inmortal… pero no invulnerable.
Una imagen se formó en mi mente: un cuerpo destrozado sobre las rocas, la sangre filtrándose en la tierra, arrastrada por la corriente de un arroyo cercano.
—Su sangre se mezcló con el agua donde la gente solía beber. Y aquellos que lo hicieron fueron "bendecidos".
El tono se volvió más grave.
—Un día, alguien encontró al inmortal jadeando por ayuda, apenas aferrándose a la vida. Lo sacaron del arroyo y, con el tiempo, su sangre fue limpiada de las aguas de forma natural.
Los dedos se entrelazaron con calma, como si la conclusión de la historia ya estuviera escrita desde hace mucho.
—Así que, con los años, las personas bendecidas perdieron sus capacidades celestiales… sin poder explicarse el porqué.
La incertidumbre flotó en el aire.
—Hasta que alguien abrió la boca.
El tono descendió apenas un poco, pero la tensión en el ambiente se hizo más evidente.
—Se habló del desdichado inmortal… Se comentaron rumores… Y entonces, pasaron varios meses hasta que alguien preguntó: "¿Y si la sangre es la clave?"
Un murmullo casi imperceptible pareció repetirse en mi mente.
—"¡Sí! ¡Debe ser eso!" —gritó alguien más.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, pero la historia no se detenía.
—"¿Serían capaces de beber sangre humana?" —exclamaban otros tantos.
Los labios de Novara se curvaron apenas en una sonrisa que no transmitía calidez.
—Hasta que los más rebeldes tomaron una decisión.
El aire se sintió más denso, como si el mismo bosque estuviera conteniendo la respiración.
—Fueron al lugar donde yacía aquel pobre diablo y, sin dudarlo, lo mordieron. Rajaron su piel. Cortaron sus extremidades.
El corazón me martilleó en el pecho.
—Comenzaron a devorarlo con la pequeña esperanza de recuperar aquello que los acercaba a Dios.
La voz no titubeó.
—Por su parte, el inmortal… sintió cada golpe. Cada punzada. Cada trozo de carne arrancado.
La imagen se volvió insoportable en mi cabeza.
—Todo.
El eco de la palabra resonó en mi mente.
—No quedó ni rastro de él.
Una brisa helada recorrió el mirador.
—Se piensa que aún sigue con vida… condenado a estar esparcido por el mundo, con la desdicha de no poder morir.
El silencio que siguió pareció más pesado que nunca.
—Con esta historia quiero mostrarte la codicia del humano… al perseguir aquello que anhela, pero no es capaz de aceptar que está fuera de su alcance.
La mirada se clavó en la mía.
—De una manera cruda.
El eco de esas palabras se desvaneció lentamente.
—¿Y cómo consigo una parte del inmortal?
La sonrisa se extendió en mi rostro sin darme cuenta.
Hubo una pausa.
Una expresión de incredulidad se dibujó en el rostro frente a mí, reflejando una mezcla entre confusión y exasperación.
Y entonces, la carcajada estalló.
—¡Es una historia, mocoso! ¿De verdad crees que lo que digo es cierto?
La mano se posó con fuerza sobre mi cabeza, revolviendo mi cabello con un gesto castigador.
—¡Eres más tonto que un perro!
—¡¿Qué?! ¡Entonces me mentiste, viejo decrépito?!
La indignación brotó sin control, pero lo único que recibí a cambio fue una risa estruendosa.
—Si a un perro le arrojas una piedra invisible, se asustará… ¡igual que tú creyendo mis historias!
La carcajada se intensificó, resonando en el mirador como un eco burlón.
—Digo muchas cosas reales y vienes a creer la más rebuscada…
Antes de que pudiera responder, un pequeño sonido interrumpió el momento.
Los ojos se desviaron hacia la muñeca.
—¿Tan tarde es?
Un destello de ansiedad cruzó su rostro por un instante, pero yo tenía otras prioridades.
—¡Ahora dime cómo obtener esos poderes!
Sin pensarlo, lancé un golpe directo, pero una mano se apoyó con calma en mi cabeza, deteniéndome sin esfuerzo.
—Lo siento, pero debo volver a casa.
El tono era ligero, casi despreocupado.
—¿Te parece si nos vemos mañana?
Mis puños comenzaron a perder fuerza. Golpe tras golpe, cada vez más lentos, más débiles… hasta que finalmente me detuve.
—¡Solo si mañana me cuentas cómo conseguir mis poderes!
—¡Jajaja! Me parece justo.
La voz sonó lejana cuando la silueta comenzó a alejarse. Una mano se alzó en el aire en un gesto de despedida, y en un abrir y cerrar de ojos, el mirador volvió a quedarse en silencio.
El aliento salía entrecortado mientras me apoyaba sobre mis rodillas.
—¡Qué bien!
La emoción me recorrió de golpe, y sin poder contenerme, di un gran salto, alzando los brazos en el aire.
—¡Sí!
El aterrizaje fue más fuerte de lo esperado, pero incluso con el impacto recorriendo mis piernas, la sonrisa seguía intacta.
**Después de eso… no regresó al día siguiente. Ni el siguiente. Ni la semana siguiente. Ni el mes siguiente. Ni el año siguiente. Ni el siguiente a este. Ni el siguiente… ni el siguiente…**
El sol resplandecía. La lluvia estremecía el cielo.
Y la nieve…
Amo la nieve.
—¿Alguna vez regresó?
La voz interrumpió mis pensamientos.
—Sí… o bueno, algo así.
La respuesta salió con un dejo de melancolía, apenas un susurro entre el viento.
Un día como muchos otros, el mirador se convirtió en mi refugio. Me senté en el mismo lugar de siempre, con la comida desparramada a mi alrededor. Desde que Novara dejó de venir, podía hacer el desastre que quisiera sin que nadie me regañara.
El viento soplaba suavemente entre las ramas, y el crujido de las hojas secas era el único sonido que me acompañaba… hasta que una voz grave rompió la tranquilidad.
—¿Dyr Yuuzora?
El tono era imponente, pesado, como si cada palabra llevara un peso que no podía ignorar.
Al voltear, mis ojos se encontraron con la figura de un hombre de traje negro, lentes oscuros y una postura rígida que le daba una presencia intimidante.
No lo conocía. Pero tampoco me daba miedo.
—El señor Novara me pidió venir por ti. ¿Puedes acompañarme?
La mención de ese nombre fue suficiente para hacer que me levantara de inmediato.
Sin pensarlo, corrí hacia el desconocido.
Si Novara estuviera aquí, seguramente me habría regañado por seguir a un extraño sin hacer preguntas. Pero en ese momento, la emoción fue más fuerte que cualquier duda.
El trayecto fue un borrón de imágenes desconocidas hasta que finalmente llegamos a la ciudad.
Los edificios altos y el ruido incesante me resultaban extraños, pero lo que más me llamó la atención fue el lugar donde me llevó.
Un edificio enorme, con un olor peculiar. No era desagradable, pero tampoco familiar.
Todo era blanco.
Personas vestidas de blanco pasaban de un lado a otro con expresión seria. Algunos estaban sentados en sillas con ruedas, mientras que otros tenían habitaciones propias.
Y entre todas esas puertas…
Ahí estaba él.
La silueta de Novara se encontraba recostada en una de esas habitaciones, envuelta en una luz artificial que hacía que su piel pareciera más pálida.
El aire se atascó en mi garganta por un segundo antes de que mis piernas reaccionaran.
Corrí hasta él con el corazón golpeando contra mi pecho, la furia ardiendo en mi interior.
—¡Viejo de mierda! ¡¿Por qué no llegaste?!
La voz salió en un grito, pero algo más acompañó mis palabras.
Mi rostro se sentía caliente. Y al mismo tiempo, algo frío resbalaba por mis mejillas.
Como si estuviera lloviendo.
—¿Dyr…?
Los ojos cansados se posaron en mí con una chispa de reconocimiento.
—Oh, eres Dyr… Perdona, pero estuve ocupado.
La respuesta fue tan tranquila que dolió aún más.
—¡Pudiste avisarme! ¡Te esperé todos los días!
Los labios de Novara se curvaron en una leve sonrisa, pero sus ojos reflejaban algo que no podía descifrar.
—Oh, sí… Perdón, estuve ocupado.
El silencio se extendió por un momento antes de que la mirada se suavizara.
—Veo que has crecido. ¿Cuántos años tienes?
—Di… di… diecisiete…
La voz se quebró en el intento de mantenerse firme.
Los puños se apretaron con fuerza, como si eso pudiera contener el torbellino de emociones que me envolvía.
—¿Cuánto tiempo pasó…?
La pregunta flotó en el aire, cargada de incredulidad.
—¿En serio me esperaste todo ese tiempo?
Los ojos de Novara se entrecerraron, observándome con algo que no podía identificar.
—Son más de diez años… y no te has olvidado del viejo decrépito Novara…
El peso de una mano cálida se posó sobre mi cabeza.
—Eres más persistente de lo que esperaba.
No pude responder.
No tenía idea de lo que decía.
Las palabras flotaban a mi alrededor, lejanas, sin sentido.
Todo lo que podía hacer era soltar pequeños quejidos mientras mis lágrimas caían sin control.
—Papá… ¿cómo te sientes?
La voz de alguien más interrumpió el momento.
Al girarme, vi entrar a una chica que se dirigió directamente a Novara con una expresión neutral, sin siquiera mirarme.
—Buenos días.
El tono era frío, desinteresado.
Entre sus manos llevaba un pequeño ramo de flores.
Pasó junto a mí como si no existiera.
—Perdonen por interrumpir. Me voy ahora.
Parpadeé, aturdido.
Secando mis lágrimas con rapidez, giré la cabeza para verla con más detalle.
Cabello largo y sedoso, facciones delicadas, piel tan fina como la seda…
Su presencia era perfecta. Inalcanzable.
—Oh, ¿nunca te lo dije?
El tono de Novara me sacó de mi asombro.
—Ella es mi hija, Nanatori Novara.
Mis ojos se abrieron con sorpresa.
—Ella es la razón por la que te traje aquí.
Una mano se deslizó dentro de la bata que llevaba puesta.
Por un momento, todo quedó en silencio.
—Quería darte esto.
Cuando la mano volvió a salir, algo descansaba en su palma.
Un pequeño pedazo de carne.
—Dyr… quiero darte esto…
—¿Carne?
La sorpresa fue genuina.
El trozo de tejido descansaba en su mano como cualquier otro pedazo de carne, sin nada que lo hiciera especial a simple vista.
—No… Es una parte del inmortal…
El tono de Novara era grave.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿No era una historia que inventaste?
Los ojos de Novara se clavaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aire.
—No… Solo quería prepararte para este día.
El mundo pareció volverse más pequeño.
—Pero eras muy joven… Un niño en todo el sentido de la palabra.
Las palabras eran suaves, pero pesadas como plomo.
—Gente peligrosa se enteró de que yo tengo esto…
Un nudo se formó en mi garganta.
—Te conté lo que hacían las personas por un mísero acercamiento a la divinidad, ¿no es así?
Las imágenes de su historia regresaron de golpe a mi mente.
El inmortal siendo devorado…
Las personas cegadas por la codicia…
Los gritos…
El dolor…
—¡No lo necesito!
El grito escapó de mis labios antes de darme cuenta.
—Novara, no me interesa eso… ¡Fue el motivo por el cual no volviste, así que no lo quiero!
La habitación quedó en silencio por unos segundos.
Novara suspiró.
—No es así…
Su voz se volvió más suave, como si entendiera mi confusión.
—Dyr… quería dártelo para darte una responsabilidad que no te corresponde.
El aire se sintió más denso.
—Quería que cuidaras a mi hija…
Los latidos de mi corazón resonaron con fuerza en mis oídos.
—Estoy muriendo.
No.
—Ya no puedo hacerlo yo.
No…
—Por favor, Dyr…
Sus ojos se entrecerraron con cansancio.
—Traté de evitar darte este sufrimiento… pero ya no puedo más.
Mi cuerpo se estremeció.
—No tengo a quién recurrir…
Un rugido de frustración se formó en mi pecho.
—¡No se supone que el bastardo inmortal es… inmortal?!
El grito desgarró la habitación.
—Él lo es…
Novara sonrió con amargura.
—Yo solo soy un humano, Dyr…
Las piernas me temblaban.
—Come su carne.
El tiempo se detuvo.
—Así no tendrás que correr por temor a que busquen este tesoro.
Las palabras golpeaban como cuchillas.
—Así podrás obtener poder por un tiempo…
El corazón latía tan fuerte que dolía.
—Lo suficiente para hacer que mi hija desaparezca del mapa…
Los dedos de Novara se aferraron a mi muñeca con una última súplica.
—Te lo pido, Dyr…