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Chapter 50 - Rebelión contra el cielo - Part 37

Capítulo 37: La Humillación del Perdedor

El eco de la carcajada de la Muerte todavía flotaba en el aire cuando los heraldos comunes se miraron entre ellos, intercambiando sonrisas maliciosas. Daichi había sido tragado por la nada, pero su deshonra no terminaría ahí. No para aquellos que habían presenciado su caída.

Uno de los heraldos, un ser de figura delgada con ojos brillantes como brasas, se acercó con una sonrisa burlona.

—Bueno, bueno… Daichi, el gran estratega. ¿Quién lo habría pensado? —dijo con sorna—. Creí que eras un maestro de la tortura, pero parece que el arte de ser humillado es tu verdadera especialidad.

Los demás heraldos rieron con crueldad.

—No lo olvidemos —intervino otro, con un tono teatral—. Nuestro "querido" Daichi fue derrotado por un simple bastardo y una niña mimada. Pero, claro, debe haber sido un plan maestro suyo… dejarlos ganar para sorprendernos después, ¿verdad?

—Oh, claro, todo era parte del plan —se burló otro heraldo—. Un plan en el que termina llorando y sin extremidades.

La Muerte, quien observaba la escena con evidente entretenimiento, chasqueó los dedos y las sombras comenzaron a mostrar lo que realmente había sucedido.

Las imágenes de la batalla aparecieron flotando en el aire: Daichi, Haru y Kenta enfrentándose a Ryuusei y Aiko. Los gritos de rabia y dolor resonaban como un eco de la realidad.

—Oh, miren esto —dijo la Muerte con un tono divertido—. Parece que nuestros pequeños heraldos bastardos no solo ganaron, sino que lo hicieron con estilo.

Los heraldos comunes se agolparon alrededor de la proyección, observando con fascinación.

—¡Miren eso! —señaló uno, riendo—. Ryuusei esquiva como si estuviera bailando. Y Aiko… ¡oh, vaya! Le voló los dientes a Kenta de un solo golpe.

—Increíble, de verdad —asintió otro—. Pero lo mejor de todo es la parte en la que Daichi suplica. ¡Rebobina eso!

Las sombras volvieron a proyectar el momento exacto en el que Daichi, completamente destrozado, gritaba y rogaba por su vida mientras Ryuusei, sin inmutarse, le arrebataba todo. Los heraldos comunes no pudieron contenerse y estallaron en carcajadas.

La Muerte suspiró con falsa melancolía.

—Ah, Daichi… te consideré alguien especial por un tiempo. Pero, sinceramente, Ryuusei y Aiko tienen algo que tú nunca tuviste.

—¿Dignidad? —preguntó un heraldo, provocando risas.

La Muerte sonrió y negó con la cabeza.

—No, inteligencia. Y mérito. Ryuusei y Aiko hicieron lo que tú nunca fuiste capaz de hacer: evolucionar.

El ambiente se llenó de murmullos. Era raro que la Muerte diera elogios, aunque fueran indirectos.

—Al final, Daichi era solo un obstáculo más. Un pequeño estorbo en el camino de algo más grande —continuó la Muerte, apoyando su mejilla en su mano—. Ryuusei y Aiko son… interesantes. No como ese pobre infeliz que ahora está condenado al olvido.

Las palabras de la Muerte sellaron el destino de Daichi de una vez por todas. No solo había sido derrotado, sino que su legado sería reducido a una burla. Un chiste entre heraldos.

La Muerte chasqueó los dedos y la proyección desapareció.

—Bueno, basta de entretenimiento —dijo con un bostezo—. Ahora, volvamos a lo nuestro. ¡Que alguien reparta las cartas!

Los heraldos se sentaron de nuevo, pero las risas sobre Daichi continuaron. Para ellos, él no era más que una historia graciosa, una anécdota que contar en noches aburridas.

Y para la Muerte… sólo un peón que ya no servía para nada.