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—¿Es ese el alborotador del que hablabas? —preguntó un hombre calvo, de ojos amarillos y figura esbelta, de pie sobre un alto edificio. Junto a él estaban la Maestra de la Puerta Mara y Camila.
Estaban observando a Kent, quien se acercaba a la Puerta del Arquero con Ingrid.
—En efecto, él es el discípulo de la Santa de la Espada —respondió la Maestra de la Puerta Mara, mirando a Kent con una expresión indescifrable. Al principio lo había mirado con ira en sus ojos, pero ya no.
—¿Y estás diciendo que debería dejarlo pasar o si no causará un alboroto? —preguntó el anciano. La Maestra de la Puerta Camila y Mara asintieron.
—Si quieres que tu evento transcurra según lo planeado, entonces asegúrate de dejarlo pasar. Puedes considerarlo como si nos debieras un favor cada una —dijo la Maestra de la Puerta Mara. Después de conversar con el maestro de la secta, habían venido a la Puerta del Arquero para hacer lo que les habían dicho.