El Bosque de los Susurros Malditos era un laberinto de árboles retorcidos y neblina venenosa. Yan Chao, desesperado, se adentró sin saber que era una trampa mortal. Apenas llevaba unas horas caminando cuando una bestia de Iniciado 4 Estrellas —un escorpión de sombra con pinzas afiladas como espadas— lo emboscó.
—¡No puedo ni huir de esto…! —gritó Yan Chao, esquivando a duras penas un ataque que dejó un cráter en el suelo.
Aunque ambos estaban en el mismo rango, la bestia era superior en combate. El escorpión lo arrinconó contra un árbol, clavándole un aguijón en el muslo. Yan Chao, enloquecido por el veneno, logró hundir una piedra afilada en uno de sus ojos, haciendo que la criatura retrocediera. Sangrando y tambaleándose, corrió hasta encontrar una cueva oculta tras una cascada de líquido negro, similar al alquitrán.
Dentro de la cueva, Yan Chao se desplomó. El veneno del escorpión quemaba sus venas, pero algo extraño sucedió: en lugar de morir, su sangre comenzó a brillar con un tono violeta oscuro, como si contuviera galaxias en su interior.
—¿Qué… qué soy? —murmuró, perdido entre el dolor y el asombro.
Al desmayarse, su conciencia fue arrastrada a un plano astral. Allí, frente a él, se alzaba un coliseo de estrellas, y en su centro, una figura con armadura de constelaciones habló:
—Tu estancamiento no es una maldición, Yan Chao. Es un sellamiento. Tu sangre Estelar Antigua es incompatible con las leyes de este mundo. Perteneces a un linaje que gobierna más allá de las galaxias… y Xan Nao es solo el principio.
La figura extendió una mano, y tres pergaminos tallados en luz aparecieron:
Respiración de las Estrellas Fugaces (para cultivar sin depender del qi de Xan Nao).
Paso del Vacío (movimiento que desafía el espacio).
Ojo del Caos (percibir el nivel de cultivo de otros y detectar tesoros ocultos).
—El Ojo del Caos —explicó la voz— te permitirá ver el flujo de qi en todos los seres, revelando su nivel de cultivo. También te guiará hacia tesoros ocultos, aquellos que otros no pueden encontrar.
Cuando Yan Chao despertó, el veneno había desaparecido. Su cuerpo, ahora marcado con runas estelares en el pecho, despedía un aura que hacía temblar a las bestias fuera de la cueva. Por primera vez en años, sonrió:
—Si Xan Nao me rechaza… yo rechazaré sus reglas.