—Ayúdalos —dijo el hombre de blanco. Era muy alto y una luz cubría su rostro, impidiéndome ver sus facciones.
—¿Ayudarlos a qué? —No sabía quién era, pero algo en esa situación me resultaba extrañamente familiar.
—Tienes que detenerlo o morirán.
—¡¿Quiénes?! —Esa última declaración me alteró.
—Todo el mundo. Gale, Gale… —La voz del hombre se tornó extrañamente femenina—. Despierta, Gale. Vamos, cielo. Es hora de desayunar.
Abrí los ojos y vi a mi madre mientras sacudía mi hombro para despertarme. Me cubrí el rostro con las sábanas para seguir durmiendo. Quería volver a donde estaba aquel hombre y preguntarle muchas cosas. Sabía que lo que me decía era importante y necesitaba saber más al respecto.
—Como quieras. No volveré a llamarte, jovencito. Más te vale estar abajo en cinco minutos —fue lo último que mencionó, claramente molesta, antes de salir de mi habitación y bajar las escaleras.
"Gale"… El nombre me sonaba extraño y, a la vez, tan natural, como si lo compartiera con alguien más. Me levanté sin perder más tiempo. Tenía sueño, sí, pero alguien debería estar loco para querer hacerla enojar.
***
Entré a la cocina y vi a mi padre sentado a la mesa, untando mantequilla en su pan, mientras mi madre rompía un par de huevos para echarlos al sartén.
—Finalmente llegas. Toma asiento. Hoy le ayudarás a tu padre a cazar.
—¡No! Dijiste que me enseñarías magia.
—¿Terminaste el tomo mágico que te presté?
—No, pero es el segundo volumen. Necesito aprender lo básico para entenderlo —dije, desanimado.
—¡¿Cómo sabes que es el segundo volumen?!
—Porque lo leí en la portada.
—Pero si apenas hace una semana me pediste que te enseñara a leer —dijo sorprendida.
—No lo sé, quizá soy un genio —respondí, encogiéndome de hombros.
—Sí, claro, genio. Come tus huevos o se enfriarán —dijo mientras inclinaba el sartén de hierro para que cayeran en mi plato de barro.
—Vamos, Clarice. No necesito que me acompañe a cazar, puede quedarse a aprender magia contigo hoy —intercedió mi padre por mí. Sonreí mientras le agradecía internamente.
—Sé que estás ocupada, pero luego de que le enseñes, él puede ayudarte a limpiar para recuperar las horas perdidas —añadió.
Mi sonrisa, junto con mi agradecimiento, desapareció.
—No es mala idea. Te quedarás a aprender —sentenció mi madre, señalándome con la espátula.