El sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. Leonhardt se encontró en su habitación, repasando las páginas del libro de magia que su padre le había regalado. Aún no comprendía del todo el sistema de estadísticas, pero poco a poco iba entendiendo cómo funcionaba su nueva habilidad.
Mientras leía, escuchó un leve golpe en la puerta.
—Adelante.
La puerta se abrió lentamente y Saya asomó la cabeza.
—¿Puedo entrar?
Leonhardt ascendió y cerró el libro.
—¿Ocurre algo?
Saya avanzó con pasos cautelosos y se detuvo frente a él.
—Hay algo que quiero mostrarte.
Leonhardt la miró con curiosidad.
—¿De qué se trata?
Saya respiró hondo, como si estuviera reuniendo valor. Luego, cerró los ojos por un momento y, cuando los abrió, algo cambió.
Pequeños cuernos emergieron de su cabeza, y una fina cola negra con la punta roja se deslizó detrás de ella.
Leonhardt abrió los ojos con sorpresa.
—¡Puedes ocultarlos y mostrarlos a voluntad!
Dije que sí.
—Sí… Es una habilidad especial que tengo.
Leonhardt la observó con atención. Sus rasgos seguían siendo los mismos, pero ahora que veía su verdadera apariencia, se notaba más su linaje demoníaco.
—¿Por qué me lo muestras ahora?
Dije bajando la mirada.
—Porque confío en ti.
Leonhardt sintió un leve escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la forma en que lo dijo que le hizo comprender la profundidad de sus palabras.
—Gracias por confiar en mí, Saya.
Ella levantó la mirada y sonriendo tímidamente.
—Pero… —Leonhardt apoyó un dedo en su barbilla—. ¿No sería peligroso si alguien más lo descubre?
—Sí, por eso lo oculto. Si los demás lo supieran, podrían…
No terminó la frase, pero Leonhardt entendió a lo que se refería.
—No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
Dijo con alivio.
Pero antes de que pudiera seguir hablando, alguien tocó la puerta con fuerza.
—¡Leonhardt, ábreme!
Era Freya.
Saya palideció y rápidamente ocultó sus cuernos y su cola.
Leonhardt se sobresaltó y se levantó para abrir la puerta.
—¿Qué pasa, Freya?
Freya entró sin invitación y miró alrededor hasta fijarse en Saya.
— ¿Qué hacían ustedes dos solos aquí?
Leonhardt levantó una ceja.
—Sólo hablábamos.
Freya frunció el ceño.
-Mmm…
Saya evitó su mirada, pero Freya no parecía convencida.
—¿Por qué tienes esa cara?
—¿Qué cara?
—Esa cara de que ocultas algo.
Leonhardt sospechó.
—Freya, no hay nada grave.
Freya entrecerró los ojos.
—Si tú lo dices…
Saya, aún nerviosa, decidió cambiar de tema.
—Freya, ¿necesitabas algo?
—Ah, sí. Mañana vamos a la ciudad y quiero que vengas con nosotros.
Leonhardt parpadeó.
—¿A la ciudad?
-Si. Mi madre dijo que necesitábamos algunas cosas, y ya que Saya es una criada ahora, puede acompañarnos para aprender.
Dije que estaba tenso.
—¿Yo también?
—Por supuesto.
Saya miró a Leonhardt en busca de ayuda. Si iban a la ciudad, habría más personas y más posibilidades de que alguien sospechara de ella.
Leonhardt lo notó y le dio una leve sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes. Yo estaré contigo.
Saya asintió con timidez.
Freya los miró con sospecha pero no dijo nada más.
—Bueno, entonces no se duerman tarde. Nos vemos mañana.
Y con eso, salió de la habitación.
Saya dejó escapar un suspiro de alivio.
—Esa chica es intensa…
Leonhardt río.
—Sí, pero tiene buen corazón.
Saya sonrió débilmente.
—Gracias por todo, Leonhardt.
Él le revolvió el cabello con suavidad.
—Descansa, Saya. Mañana será un día largo.