La noche descendía sobre el bosque como un manto de sombras vivas, envolviendo a los chicos en una penumbra inquietante. El hambre les mordía el estómago con garras invisibles, pero su intento por cocinar el conejo terminó en un fracaso torpe y frustrante. No sabían cómo prepararlo, y el hedor de la carne cruda les revolvía el estómago. Sin otra opción, se conformaron con las pocas bayas y frutas que habían recolectado. La acidez y amargura de algunas solo acentuaban la miseria de su situación. Exhaustos y con la boca seca, intentaron dormir, turnándose en grupos de cuatro para vigilar.Karl lanzó una baya al fuego con una mueca de disgusto.—Esto es una mierda —gruñó, con la mirada fija en las llamas, que danzaban en el viento nocturno.A su lado, Clara se apoyaba en su hombro, inmóvil, con la vista perdida en la fogata. Frente a ellos, Daniel observaba la oscuridad con la mandíbula tensa, como si esperara que algo emergiera de entre los árboles. Fernando, apenas despierto, se removió con fastidio antes de murmurar:—Sí, esto es horrible. Estamos cansados, hambrientos y asustados... ¿qué podría ser peor?Karl le dedicó una sonrisa seca antes de mirar al resto del grupo, extendidos sobre la hierba en un sueño inquieto, como cadáveres esperando despertar. Su mirada regresó a Daniel, quien no había dicho una palabra en varios minutos.—Has estado raro todo el día —comentó Fernando, entrecerrando los ojos—. ¿Pasa algo?Daniel suspiró, cruzándose de brazos y pensando sus palabras.—No sé cómo explicarlo, pero... siento algo —admitió, clavando la vista en las sombras entre los árboles—. Como si algo o alguien nos estuviera observando. Desde que llegamos... no ha desaparecido. No sé si es paranoia o si realmente hay algo ahí.El silencio se extendió como una sombra más entre ellos. Karl arqueó una ceja y dejó escapar una risa burlona.—¿Algo te observa? Genial. Ya estás perdiendo la cabeza, amigo.Las risas débiles del grupo se desvanecieron cuando Antonio, que hasta entonces parecía dormitar, se incorporó ligeramente y dijo en un tono grave:—No es solo él... Yo también lo he sentido. Y aún lo siento.El aire se volvió más pesado. Un escalofrío recorrió la piel de todos los presentes, un sudor frío que se adhería a la nuca como si algo les respirara desde la oscuridad. Karl, que siempre tenía un comentario listo, intentó reír, pero su voz sonó levemente tensa.—Ehh... Tú no sueles bromear con estas cosas, ¿cierto?Antes de que Antonio pudiera responder, un sonido rasgó el silencio: hojas agitadas, ramas crujiendo, arbustos moviéndose con lentitud y sigilo. No había viento, y aun así, algo se deslizaba entre la maleza.El corazón de Karl se detuvo por un segundo, antes de que su instinto lo dominara.—¡CHICOS, LEVÁNTENSE! —rugió, con el pulso acelerado.Las sombras respondieron moviéndose.La tensión en el aire se volvió asfixiante. Antonio se incorporó de inmediato, alargando la mano hacia su arco apoyado contra un árbol. Sus dedos temblorosos rozaron la madera al mismo tiempo que recogía las armas de Víctor. En el otro extremo del campamento, Alfred se puso de pie en un instante, desenfundando su espada con un movimiento torpe pero decidido.—¡¿Qué está pasando?! —rugió, sus ojos recorriendo la oscuridad.—¡Ruidos! ¡Escuchamos ruidos! ¡Todos en guardia! —Karl gritaba mientras empujaba con el pie a Emma, quien apenas murmuró algo entre sueños.—¡Despierta, Emma, maldita sea! —insistió, pero la joven apenas reaccionó.Los chicos ya estaban en posiciones defensivas. El equipo de Alfred se había negado a seguir las formaciones propuestas por Daniel, así que estos habían decidido organizarlas por su cuenta. Fernando encabezaba la línea con su escudo en alto, mientras que Daniel y Víctor flanqueaban los lados. Antonio, con el arco tensado, se mantenía detrás de ellos, preparando su habilidad de Fénix de Fuego.El silencio cayó como una losa sobre ellos.Los sonidos de pasos furtivos y hojas crujientes los rodeaban, pero sus ojos eran incapaces de ver entre las sombras. La fatiga se enroscaba en sus entrañas como una bestia hambrienta, haciendo que sus cuerpos temblaran. Cada pequeño crujido les erizaba la piel.Entonces, todo se detuvo.Karl, con los dientes apretados y el ceño fruncido, perdió la paciencia.—¡Ahhh, pero qué mierda está pasando! —rugió.Un susurro entre los arbustos. Una sombra fugaz.—¡Cuidado! —gritaron al unísono Daniel y Antonio.CLINK.El impacto resonó tras Karl, quien sintió el aire escaparse de sus pulmones al girarse de golpe. Una flecha se había estrellado contra el escudo de Clara, quien apenas logró reaccionar a tiempo.—¡Nos atacan! —bramó Alfred.—¡Víctor, danos luz! —ordenó con urgencia.Víctor alzó su espada envuelta en un resplandor tenue. Su habilidad aún era débil, pero la suficiente para iluminar una parte del bosque. Y entonces lo vieron.Un goblin.Desde una rama alta, la criatura los observaba con una sonrisa afilada. No era como los goblins de los cuentos, pequeños y torpes. Éste era alto, apenas más bajo que un adolescente humano. Llevaba fragmentos de armadura oxidada y su piel verdosa estaba cubierta de cicatrices. En su mano sostenía un arco con la cuerda ya tensada.La flecha voló directo hacia ellos.Clara se movió instintivamente, alzando su escudo y desviando el proyectil. El goblin gruñó, saltando de la rama y alejándose de la luz. A su alrededor, las sombras cobraron vida.De los matorrales emergieron tres más.Las espadas de los goblins brillaron bajo la luz del fuego. Uno de ellos se lanzó sobre Alfred con un golpe descendente, pero Alfred bloqueó el ataque con su espada, tambaleándose hacia atrás. El segundo goblin corrió directo a Clara, quien apenas logró levantar su escudo antes de que la hoja enemiga lo alcanzara. El tercero intentó atacar por la retaguardia, pero un flechazo atravesó su torso. Antonio, con los ojos encendidos en llamas, retiró la cuerda de su arco mientras la criatura se retorcía, su cuerpo carbonizándose por la habilidad Fénix de Fuego.Alfred apenas tuvo tiempo de procesar la escena cuando su oponente rugió de furia, lanzando un ataque lateral. Karl intervino, clavando su lanza en el pecho del goblin. La criatura se tambaleó hacia atrás, con la mano sobre la herida.En el otro lado del campo de batalla, los chicos avanzaban con cautela hacia el goblin arquero. Pero la criatura no esperó. Con un chillido inhumano, saltó desde la copa del árbol, empuñando un cuchillo en un ataque desesperado. Fernando reaccionó de inmediato, alzando su escudo sobre su cabeza. El impacto resonó en el aire cuando el goblin rebotó contra el metal, cayendo al suelo. Pero no se quedó inmóvil. Se puso de pie en un instante, mostrando sus colmillos en una sonrisa sádica.Detrás de ellos, un cuarto goblin emergió de entre los árboles, balanceando un mazo de piedra. Su blanco era Víctor.—¡Empújalo! —gritó Daniel.Víctor, con esfuerzo, bloqueó el golpe y contraatacó con un empujón brutal, desequilibrando a la criatura. Daniel aprovechó la oportunidad, canalizando su maná en sus armas. Sus cuchillas destellaron cuando se lanzó contra el goblin. La bestia esquivó con rapidez, lanzando un arañazo con sus garras. Daniel, sorprendido, cerró los ojos y retrocedió, sintiendo el ardor de un rasguño en su mejilla.La furia encendió a Víctor, quien cargó con un grito. Su espada descendió en un tajo feroz. El goblin apenas pudo bloquear con su arma, pero Víctor lo remató con una patada brutal en el estómago, estrellándolo contra un árbol. Antes de que pudiera reaccionar, la hoja de Víctor se hundió en su pecho.La batalla se tornó un caos.Fernando se cubría de los golpes, resistiendo mientras Antonio intentaba acertar otro disparo. Emma, quien ya había despertado, murmuró una plegaria y lanzó un hechizo de viento. La ráfaga golpeó a uno de los goblins, enviándolo directo contra la fogata. El fuego se apagó por un instante.Fernando, viendo la oportunidad, activó su habilidad. Su escudo se envolvió en llamas, y al siguiente golpe del goblin, la criatura gritó al sentir sus manos quemadas. Retrocedió, tambaleante, aferrándose los dedos carbonizados.No tuvo oportunidad de reaccionar.La hoja de Daniel lo atravesó por la espalda.El silbido del viento y el crujido del fuego fueron los únicos sonidos que quedaron.Los chicos se quedaron de pie, con la respiración agitada. Daniel observó la escena, su pecho subiendo y bajando con fuerza. Sus manos temblaban sobre el arma ensangrentada. Los cadáveres de los goblins yacían en el suelo.Había pasado en un parpadeo.Y aún sentía que aquello no había terminado.