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Un entrenador frio como el hielo: Ayanokouji Kiyotaka x Pokemon

Ryasamori
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Synopsis
Luego de que Ayanokouji Kiyotaka lograra escapar de la sala blanca gracias al sacrificio de sus pokemon con los que había pasado toda su vida, busca la vida que deseaba. Sin embargo, ¿será realmente capaz de alcanzarla? Únete a la historia de Ayanokouji Kiyotaka como un entrenador pokemon en la escuela mas importante de Japón.
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Chapter 1 - Prologo: Destrucción

En un mundo en el que los Pokémon son el centro de todo, surge la siguiente controversia: ¿realmente importan los seres humanos? Desde un enfoque crítico, no parece haber ninguna razón para que los Pokémon necesiten a los humanos, considerando el enorme poder que poseen. Me resulta difícil entender por qué los Pokémon obedecen a los humanos simplemente tras ser capturados y formar un vínculo basado en la confianza, cuando previamente habían sido derrotados por esos mismos entrenadores.

Si le preguntaras a cualquiera hoy en día, probablemente diría que los Pokémon son fundamentales en su vida y que muchos Pokémon encuentran felicidad al estar junto a sus entrenadores. Sin embargo, no podemos ser completamente ciegos ante una realidad: este mundo gira en torno a los Pokémon, no a los humanos.

Desde tiempos antiguos, se habla de Arceus, el padre de todos los Pokémon, y de otros muchos que son considerados legendarios. Sin embargo, algunos de estos seres intentaron destruir el mundo por razones que, en muchos casos, parecen triviales. De hecho, tengo a uno de esos destructores dentro de una Pokebola como un compañero algo impredecible. A pesar de eso, hemos logrado formar un vínculo, aunque ese lazo apenas acaba de nacer por la destrucción bruta y muerte de varios pokemon y seres humanos. Para entender cómo llegamos hasta aquí, tendría que recordar mi pasado.

Nací en una instalación conocida como "Sala Blanca", un lugar donde nos obligaban a aprender todo lo relacionado con los Pokémon: técnicas de batalla, gustos, comportamientos y demás conocimientos sobre esas criaturas. Además, nos instruían en habilidades de supervivencia, llevándonos a distintos lugares con los ojos vendados, donde nos sometían a diversas pruebas.

Al principio, cuando me dijeron que debía enfrentarme en una batalla contra un entrenador usando un Pokémon aleatorio, no me causó gran interés. Tampoco me importó mucho cuando perdí, cuando me castigaron, ni siquiera cuando vi al Pokémon que me habían asignado herido.Sin embargo, todo cambió cuando, a los cinco años, me dieron mi primer Pokémon: un ser artificial llamado Código Cero. quien al principio fue algo rebelde y obstinado a seguir mis ordenes, pero siempre me obligaba a correr de un lado a otro... por lo que se puede decir... que el fue quien le dio algo de luz a mi vida. 

En sus primeros días, era un Pokémon feroz, incapaz de obedecer cualquier orden y, a menudo, poniéndose en mi contra. A pesar de ello, no me rendí. Seguí insistiendo, y poco a poco, algo en su actitud comenzó a cambiar. Finalmente, dejó de desafiarme, convirtiéndose en un gran aliado. Todos esos lazos que fuimos construyendo juntos terminaron salvándome la vida.

Recuerdo un día en particular, cuando me pusieron a luchar contra un Tyranitar potenciado con drogas. Estuve a punto de morir, junto con él, pero nuestro vinculo habíamos forjado hicieron la diferencia. En ese momento crítico, Código Cero evolucionó a su forma desatada: Silvally. Con un potente metaláser, rescató mi vida y derrotó al Tyranitar.

A partir de ese momento, seguí mis entrenamientos y continué creciendo. No pasó mucho tiempo antes de que me convirtiera en uno de los mejores entrenadores de la Sala Blanca, capturando varios Pokémon con los que viví tanto buenos como malos momentos. Sin embargo, a pesar de todo, nos volvimos más fuertes juntos.

Con el paso del tiempo, la relación con mis Pokémon se fue fortaleciendo aún más, de igual manera que ellos desarrollaban un vínculo más profundo conmigo. Hasta que llegó el día en que algo cambió.

Mis Pokémon, de alguna manera, comenzaron a comunicarme que deseaban que fuera libre. Al principio, no entendía bien por qué debía tomar esa decisión. No tenía ninguna razón para dejar atrás lo que más me importaba: mis Pokémon. Sin embargo, ellos, con su naturaleza obstinada y sincera, insistieron. A través de pequeñas mordidas y lamidas, me mostraban el afecto que sentían por mí, como si estuvieran diciéndome, sin palabras, que debíamos ir más allá.

Al final les hice caso y... sucedieron cosas que no quiero recordar nunca, terminaron muriendo la mayoría de ellos sin importar su nivel de poder o cariño que les tenía quedándome solamente 2... no, mejor dicho 1 Pokémon.

Lo único que la decisión de escuchar a mis Pokémon me trajo como "beneficio" fue la destrucción de la Sala Blanca y, con ella, mi libertad. Si pudiera volver atrás en el tiempo, haría todo lo posible por evitar que aquello ocurriera. Pero ahora ya no importa. Todo está arruinado, destruido, y lo único que me queda es seguir adelante con mi vida, junto a mi Pokémon.

Mientras observaba a mi alrededor, me di cuenta de que me encontraba en una vasta extensión de nieve, con todo el edificio subterráneo reducido a escombros. Plumas dispersas por el suelo eran el único vestigio de lo que alguna vez hubo allí.

"Tengo tantas ganas de tirarte," murmuré, con la mirada fija en la ultraball que descansaba en mi mano. La apreté un momento antes de guardarla en el fondo de mi bolsillo, como si alejarme de ella pudiera aliviar el peso que sentía sobre mis hombros.

Al caminar entre los cuerpos de los científicos, una sensación de vacío se apoderó de mí. No me sentí ni culpable ni satisfecha. Simplemente tomé la ropa de uno de ellos, sin pensarlo demasiado, y también las Pokébolas vacías que tenían. Cada una de ellas, un recordatorio mudo de lo que había perdido y lo que había dejado atrás.

Mirando a mi alrededor, pude intuir que me encontraba en alguna montaña de la región de Kalos. La nieve cubría el suelo y las rocas se alzaban a mi alrededor, pero no podía estar segura. El paisaje era desolador, con la nieve cayendo lenta pero constantemente, como si el mundo se hubiera detenido en el tiempo. No tenía mapas, ni rumbo, ni absolutamente ninguna pista sobre cómo llegar a un lugar seguro. pero según el conocimiento que obtuve en ese lugar sabía que estaba en la región de Kalos.

Silvally estaba bastante débil, por lo que no era una opción sacarlo de su pokebola con este clima que solo lo haría empeorar, así que solo me quedaba caminar por este camino sin ninguna clase de equipo, pero definitivamente sobreviviré por la oportunidad que me dieron mis compañeros