El calor del Reino de Fuego era asfixiante. Aunque Marceline no podía morir por el fuego gracias a su naturaleza vampírica, sí sentía un cosquilleo incómodo en la piel con cada paso que daba dentro del castillo de la Princesa Flama. No era peligroso, pero tampoco era agradable.
El sistema ya le había dejado claro que su mejor opción era conseguir el ADN Pyronite, y en algún lugar dentro del tesoro real de la princesa debía estar la clave. Solo tenía que acercarse lo suficiente, hacerse su amiga, ganarse su confianza… y después ver cómo obtener lo que necesitaba.
Pero había un problema. Uno que no esperaba.
—Eres diferente a cualquiera que haya conocido, Marceline… Me gusta eso.
La voz de la Princesa Flama sonaba suave, casi melódica, pero su mirada era intensa. Como si realmente viera algo especial en ella.
Marceline sintió cómo su mente se quedaba en blanco. Su cuerpo estaba acostumbrado a este tipo de comentarios, a la sensación de que alguien la encontraba atractiva. El problema era que, en su mente, seguía sin saber cómo sentirse al respecto.
Antes, cuando aún era un chico en su mundo original, jamás se había sentido nervioso con este tipo de situaciones. Pero ahora… en este cuerpo… algo se sentía diferente.
No tuvo tiempo de procesarlo demasiado. Una sensación de ser observada la golpeó de repente.
Giró ligeramente la cabeza y la vio.
Una mujer alta, de piel rojiza y armadura negra con detalles en llamas, apoyada contra una de las columnas de lava del castillo. Sus ojos dorados no apartaban la mirada de Marceline, y en sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa ladeada.
Era una sonrisa que decía: "Sé exactamente lo que estás sintiendo ahora mismo."
Marceline se removió incómoda. Sentía que la estaban analizando, que esa guerrera podía ver a través de ella de una manera que no le gustaba.
Pero no dijo nada. Solo se quedó ahí, observando.
Y eso, de alguna forma, era aún peor.
—¿Te pasa algo? —preguntó la Princesa Flama, inclinando la cabeza con curiosidad.
Marceline reaccionó rápido.
—N-no, nada. Solo estaba pensando en… lo genial que es tu castillo.
La princesa sonrió, pero la guerrera no apartó la mirada.
Y Marceline supo en ese momento que esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.