De repente, el templo fue sacudido por un ruido ensordecedor. Kaito y el anciano se miraron entre sí, sorprendidos y alarmados.
—¿Qué pasa? —preguntó Kaito, tratando de mantener la calma.
—Es un ataque —respondió el anciano, con una expresión grave—. Las fuerzas oscuras han encontrado el templo.
Kaito se sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Cómo era posible que las fuerzas oscuras hubieran encontrado el templo? ¿Qué querían?
El anciano lo tomó del brazo y lo llevó hacia la parte trasera del templo.
—Tenemos que salir de aquí —dijo—. No podemos dejar que nos atrapen.
Pero ya era demasiado tarde. Un grupo de criaturas oscuras había irrumpido en el templo, armadas con espadas y escudos. Eran criaturas feas y deformes, con ojos rojos que brillaban en la oscuridad.
Kaito se sintió aterrorizado. ¿Cómo podría defenderse contra esas criaturas?
El anciano sacó una espada de su bastón y se preparó para luchar.
—No te preocupes, Kaito —dijo—. Estoy aquí para protegerte.
Pero Kaito sabía que no podía depender solo del anciano. Tenía que hacer algo para ayudar.
Se acordó de las palabras del anciano sobre su conexión con la luz. ¿Podría usar esa conexión para defenderse?
Con un grito de determinación, Kaito levantó sus manos y una luz blanca brillante salió de ellas, iluminando el templo y haciendo retroceder a las criaturas oscuras.
El anciano sonrió, impresionado.
—Bien hecho, Kaito —dijo—. Eres más poderoso de lo que creías.
Pero la batalla apenas había comenzado. Las criaturas oscuras se recuperaron rápidamente y continuaron su ataque.
Kaito y el anciano lucharon con todas sus fuerzas, pero estaban en desventaja numérica. Justo cuando parecía que todo estaba perdido, una figura misteriosa apareció en la escena...