El sol entraba por la ventana de la pequeña choza, deslumbrando al joven Xiao Chen. Molestado por la luz, empezó a abrir los párpados lentamente. Ya con los ojos abiertos, empezó a pensar en el día que le esperaba hoy. Por la mañana, debería ir a la escuela donde el anciano Xiao Mu nos enseñaría las nociones básicas y les contaría historias del pasado. Luego a la tarde iría con su padre, Xiao Ren a pescar en el río Jin-sè y, por último, en la noche se celebraría un banquete para toda la aldea Hé àn.
-Hijo, a desayunar. —Desde la cocina, la voz firme pero cariñosa de su madre llegó hasta su habitación.
Xiao Chen se estiró perezosamente antes de levantarse y dirigirse al comedor, donde su madre ya había puesto tres cuencos de arroz en la mesa. Al mismo tiempo que Xiao Chen se sentaba, su padre entraba por la puerta.
-Hijo, hoy tienes que comer bien. —dijo su padre, con un tono serio pero afectuoso. —Cuando salgas de la escuela, recuerda que tienes que pasar por la casa del señor Meng para pedirle el cebo para pescar esta tarde. - Xiao Chen asintió mientras devoraba el cuenco de arroz.
Al terminar de desayunar, Xiao Chen se despidió de sus padres y fue hacia la pequeña escuela de la aldea. Al llegar Xiao Chen, se encontró con el resto de los niños de la escuela y, mientras esperaban a la llegada del anciano Mu, habló con sus amigos Lin Kun y Meng Lian. Lin Kun era un joven algo robusto, pese a solo tener ocho años, de pelo corto, moreno y con una nariz algo pequeña; por otro lado, estaba Meng Lian, una niña de piel tersa y rostro amable, con largo pelo de color oscuro, lo que resaltaba aún más su piel blanca y, pese a que a veces era algo traviesa y juguetona, siempre era buena amiga.
- Hola, Chen - saludó Meng Lian, en un tono suave pero alegre. —¿Qué crees que nos contará hoy el anciano Mu? - Xiao Chen se encogió de hombros, algo distraído.
- No lo sé... quizás nos contara sobre algún héroe o algún reino de la antigüedad - dijo Xiao Chen, demostrando el poco entusiasmo que tenía de escuchar al anciano hablar de nuevo de buenos señores dirigiendo su reino.
- Chen, a ti solo te interesan las guerras - bromeó Lin Kun, dándole un codazo juguetón -. A mí me aburren.
- Y a ti solo te interesa cuando hablan de comida, ¡gordo! - replicó Xiao Chen, riendo mientras le tocaba la panza a su amigo.
Antes de que Lin Kun protestase, entró el anciano Mu y comenzó a dar la clase. Al principio, Xiao Chen no prestaba mucha atención a las enseñanzas de noción básica que daba el anciano Mu. Chen ya conocía la mayoría de las cosas que el anciano Mu decía; en gran parte su padre se las había enseñado mientras pescaban o cuando vendían el pescado en el pequeño mercado de la aldea. Al terminar de dar las nociones básicas, el anciano se disponía a contar una historia del pasado como hacía siempre.
-Hoy no les hablaré de un buen gobernante del pasado, amado por su pueblo, ni de un héroe que aparecía para salvar a la hija del emperador, ni nada por el estilo - dijo el Anciano Mu, mientras su voz resonaba con un tono místico - Hoy les hablaré del fundador de nuestra pequeña aldea.
Mientras el anciano pronunciaba estas palabras, logró captar la atención de los niños, en especial de Xiao Chen, que, sorprendido, empezó a pensar cómo era posible que en sus ocho años de vida nunca había oído hablar del fundador de la aldea de Hè án. Pero sus pensamientos quedaron en un segundo plano al comenzar el anciano con su relato.
-En el año 200 de la Era Long, siete reinos batallaban entre sí por el dominio del continente Tiandì. Uno de esos reinos era el Reino de Taiyang, que se encontraba al sur del continente, donde hoy se encuentra la Dinastía Xian; este reino era gobernado por la familia Xiao. El Reino de Taiyang estaba en una cruenta guerra con el Reino de Donghai gobernado por la familia Xi. En el momento álgido de la contienda, los reyes firmaron una tregua para negociar la paz entre ambos reinos. El príncipe heredero del Reino de Taiyang, Xiao Hao, desconfiaba de la tregua que su padre había firmado. Sabía que la familia Xi ansiaba apoderarse del reino de su padre, de su tierra fértil, de sus minas de cobre y hierro, de las riquezas que había acumulado el reino a través de los siglos y del rico flujo de comercio. Por tanto, trato de convencer a su padre de que estuviera alerta, que la tregua no era más que una treta con la que asestar un golpe definitivo al Reino de Taiyang.
Mientras Xiao Chen escuchaba con atención las palabras del anciano Mu, no paraba de preguntarse cómo es que no había escuchado sobre esos misteriosos reinos de antaño ni de esas familias. ¿Acaso solo el anciano sabía de aquello?
-Pese a que el príncipe Xiao Hao intentó advertir a su padre, este no le hizo caso alguno y se limitó a poner de excusa que el pueblo y el reino ya no podían soportar esta guerra, y aunque Xiao Hao entendía lo que su padre le decía, no podía dejar de pensar que algo estaba mal, pero al final trató de ahogar esos malos pensamientos y confió en su padre. En el décimo mes de ese año, en una noche otoñal en plena tregua entre Taiyang y Donghai, sucedió lo que Xiao Hao se había temido. Unos asaltantes que se habían hecho pasar por comerciantes durante el día subieron los muros de la ciudad y mataron a la mayor parte de los guardias que custodiaban las puertas de la capital del reino, prendieron una llama y de pronto aparecieron miles de soldados de las fuerzas de Donghai a las puertas de la ciudad dispuestos a entrar. Para cuando las fuerzas de Taiyang respondieron al ataque de los soldados de Donghai ya habían arrasado media ciudad. El rey de Taiyang entró en cólera al ver a su pueblo masacrado y su reino destruido, y decidido fue a enfrentar al bastardo del rey de Donghai, pero antes de ir al frente de batalla, pidió perdón a Xiao Hao por no escucharlo y le pidió que no se quedara a defender lo que ya había caído; debía tratar de salvar a todos los ciudadanos que pudiera y alejarlos de esta masacre.- Mientras el anciano seguía hablando, una pequeña lágrima recorría su mejilla.- Xiao Hao, una vez más, entendió a su padre y, aunque en esta vez estaba lleno de ira y no podía tener más ganas de luchar junto a su padre, no podía no cumplir la última voluntad de su padre. Xiao Hao solo pudo salvar a los jóvenes de las grandes familias y algunos de las familias menores de la ciudad, además de la mayor parte de la familia real. Escaparon por un pasadizo secreto que tenía el palacio real que conducía a la periferia de la ciudad. Mientras Xiao Hao huía con los resquicios de Taiyang, su padre se enfrentaba con su jian en mano a los séquitos del rey, hasta que ya cansado y lleno de heridas, no pudo más que caer de rodillas sobre su amada tierra y esperar el cruel destino. Ese cruel destino no vendría de otra mano que la de su rival, que mirando desde arriba alzó su jian y le cortó la cabeza al antiguo rey. Gracias al tiempo que había retenido el rey a los ejércitos de Donghai, Xiao Hao había podido escapar hasta las montañas y emprendió la búsqueda de un nuevo hogar para su pueblo. Al irse de aquellas montañas, dio un último vistazo a la ciudad y su reino, ambos en llamas. Tras algunos meses en los confines de su antiguo reino, que tras la invasión de Donghai pasó a llamarse Dinastía Xian, Xiao Hao encontró un valle junto a un río que bajaba de las montañas con un tenue color dorado. Allí asentó a su pueblo, creando la aldea Hé àn en el año 201 de la Era Long.
Xiao Chen, al igual que el resto de los niños, soltó lágrimas silenciosas, orgulloso de sus antepasados y a la vez lágrimas de rabia hacia la Dinastía Xian a la cual ellos pertenecían. Pero Xiao Chen seguía inquieto, había muchas cosas que no entendía y, aunque sabía que algunas era mejor no preguntarlas, sí que había una pregunta que quería preguntar.
- Anciano Mu, ¿Qué pasó con el antepasado Xiao Hao?
- Joven Chen, la verdad es que nadie sabe muy bien qué ocurrió con el fundador. Después de fundarse la aldea, Xiao Hao cedió el liderazgo a su hermano menor y se despidió de su mujer y su hijo, para perderse en la espesura del bosque. Algunos dicen que Xiao Hao se suicidó de impotencia, otros que empezó a vagabundear por las calles de su antiguo reino, pero lo más probable es que Xiao Hao fuera a vengar a su padre y a su reino caído, enfrentándose contra el recién coronado emperador. Al poco tiempo de haberse ido, el emperador murió a causa de unas heridas de caza según los registros oficiales, pero, joven Chen, yo creo que esas heridas no se las provocaron animales, sino nuestro gran ancestro.
De pronto, Meng Lian, que llevaba tiempo sin decir palabra, cogió aire y muy fuerte le preguntó al anciano:
- ¿¡Por qué nuestra aldea no fue atacada si éramos los enemigos de Donghai!?
Antes de contestar, el Anciano Mu echó una potente como desgastada carcajada ante esa forma de preguntar de la niña. —Verás, joven Lian, al cabo de unos meses una patrulla de la Dinastía Xian descubrió nuestra aldea y lo notificó al nuevo emperador. El nuevo emperador, al contrario que su padre, era benevolente y no buscaba más guerra, por lo que fue junto con una patrulla a la aldea Hé àn. Una vez aquí, negoció con el hermano menor de Hao y llegaron al acuerdo de que si los aldeanos de Hé àn daban todas sus armas y prometían fidelidad a la dinastía, su pasado no existiría y frente a sus ojos esa gente no eran antiguos ciudadanos de la ciudad de Taiyang. Los aldeanos aceptaron la gracia del emperador, entregaron sus armas y prometieron que ni ellos ni sus descendientes tendrían hostilidad contra la Dinastía.
De repente, todos los niños entendieron por qué en su aldea no había armas de ningún tipo, y todos pensaron que tampoco parecían necesarias; siempre habían estado en paz. Sin embargo, para Xiao Chen esto no era así; por el contrario, para él, carecer de armas los hace débiles frente a futuros agresores. Si bien ahora vivían tiempos de paz, ¿Quiénes podrían asegurar que no vendrían nubes de guerra en algún momento? Pero Chen prefirió mantener esa idea en su cabeza y no comentársela a nadie.
Cuando cesaron las preguntas al anciano Mu, este dio por acabada la clase de ese día y permitió que los niños volviesen a sus casas. Xiao Chen, algo despistado, reflexionando aún sobre la historia del fundador, se quedó solo en la clase; cuando se dio cuenta de ello, rápidamente se levantó y se dispuso a irse. En la salida, en el marco de una de las esquinas de la escuela, se encontraba Meng Lian.
- Chen, mi padre me dijo que te pasarías a buscar el cebo de pesca a la salida de la escuela. ¿Te apetece venir conmigo? - dijo con algo de pena y vergüenza en la voz.
- Claro, Lian. - contestó mostrando alegría, pero algo vergonzoso al igual que ella.
- Genial, pues vamos, Chen.
Ambos se fueron a la casa de su padre, el señor Meng; esta se encontraba en lo más alejado de la aldea. Su padre era el cazador y solía salir a cazar al amanecer y, cada dos meses, iba a las ciudades cercanas a vender la carne que no se consumía en la aldea; allí solía comprar todo lo que no había. Durante el trayecto, Xiao Chen y Meng Lian fueron hablando de cosas sin importancia, pero Lian veía a Chen un poco más distraído de lo habitual y se preguntaba a qué se debía, pero no sabía si debía preguntar, pero armándose de valor y de nuevo chillando a pleno pulmón.
- ¡Chen, ¿Qué te pasa, estás distraído?! - Cuando se dio cuenta de que había gritado la pregunta de nuevo, sintió vergüenza y se puso colorada.
Chen por un momento se quedó pensativo, paró la marcha y mirando directamente a los ojos de Lian, mientras soltaba una ligera sonrisa.
- Lian, no me pasa nada, solo es que me quedé pensando en qué pasará si alguien nos ataca.
- Chen, no debes preocuparte por eso, nuestra aldea no tiene riquezas de ningún tipo, vivimos de lo que da la tierra y el río. Apenas sobran recursos, ¿Quién querría atacarnos? —dijo Lian con un tono suave, mientras acariciaba la mejilla de Xian Chen.
Chen se volvió a quedar pensativo; aunque sabía que Lian tenía razón en el fondo de su corazón, aún no estaba del todo convencido, y recordó la leyenda del fundador, como él sabía que algo no estaba bien por su propia percepción. Lian se quedó mirando al embobado Chen y se preocupó por él. Chen, al notar la preocupación de Meng Lian, decidió no darle más vueltas y sonrió de nuevo a Lian, mientras reanudaron la marcha volviendo a reír.
Al fin llegaron a su destino; la casa del señor Meng era igual que el resto de casas de la aldea, lo único diferente era la piel de las bestias que el señor Meng cazaba. Al entrar a la casa, el señor Meng se encontraba afilando una lanza muy básica, pero era lo más cercano que había visto Xiao Chen a un arma en aquel momento. Chen solo había oído hablar sobre esas armas y los hombres que las sujetaban en las historias del anciano Mu. Al ver por primera vez un arma, sintió la tentación de tocarla, de sentir su duro tacto y su afilado filo entre sus dedos.
- Joven Chen, espero que mi hija no le haya vuelto loco por el camino; ya tengo preparado su cebo.
- Gracias, señor Meng. - Chen cogió el cebo y lo metió en una pequeña bolsa que traía.
- Padre, podríamos invitar a Chen a comer. - dijo Lian con cierta vergüenza.
- Claro, buena idea, Lian'er. Joven Chen, ¿le gustaría quedarse y comer con nosotros?
- Por supuesto, señor Meng, gracias por su amabilidad. - dijo haciendo una pequeña reverencia.
- Pues siéntate en la mesa, Chen, en un momento estará la comida. - dijo Lian con una gran sonrisa.
Chen se sentó en la mesa del salón y empezó a hablar con el señor Meng, pero su atención quedó clavada en la lanza con la que el señor Meng cazaba.
- Señor Meng, ¿puedo preguntarle algo?
- Claro, muchacho, puedes preguntar lo que quieras.
- ¿Cómo consiguió usted su lanza?
El señor Meng miró fijamente a Xiao Chen; era una pregunta extraña la que aquel muchacho le había preguntado. Habitualmente, la gente de la aldea Hé àn no solía tener mucho contacto con él y menos al ver su arma, ya que eran temerosos de ellas, pero ese muchacho era diferente; veía en él la mirada de un asesino, alguien destinado al campo de batalla.
- Verás, joven Chen, esta lanza perteneció a mi padre; nuestra familia no era original de la aldea Hé àn, sino que nosotros provenimos de la ciudad de Yu, en la Dinastía Qiang. Cuando la madre de Lian'er falleció por el ataque de unos bandidos, decidí ir con Lian'er hacia el sur y llegué a la aldea Hé àn.
Chen iba a preguntar algo de nuevo, pero en ese momento entró Lian con la comida y decidió dejar el tema apartado. La comida fue agradable; Chen y Lian no paraban de reírse, mientras que el señor Meng no podía dejar de darle vueltas a la mirada de ese chico a su arma. Sabía que con el tiempo ese niño se transformaría en un joven que querría ver el mundo y luchar por lograr grandes metas. Pero, sin duda, esa mirada era la mirada de alguien que vivirá cientos de batallas. Cuando el señor Meng se quiso dar cuenta, ya había pasado una hora y el chico se despedía de Lian'er para irse con su padre a pescar.
El sol se encontraba en el noreste cuando Xiao Chen se encontró con su padre, en el pequeño muelle junto al río. Xiao Ren y Chen se subieron a un pequeño junco y, al llegar a lo bajo del río, sacaron las cañas y el cebo, y comenzaron a pescar.
- Padre, hoy en la escuela el anciano Mu nos ha contado la historia del fundador de la aldea, ¿por qué nunca me la habías contado?
- Chen'er, la historia de nuestra fundación no es importante, no es más que una vieja historia; contarla solo traería rabia a los aldeanos de Hé àn, pero lo importante de esa historia no es Xiao Hao, sino el pueblo que él salvó. Su pueblo, gracias a que olvidamos nuestros rencores con la Dinastía Xian, hemos podido sobrevivir en paz lejos de las grandes urbes y de los engaños de la corte. Chen'er, desde aquel trágico episodio han pasado doscientos años y nuestro pueblo desde entonces ha vivido en paz, ¿lo entiendes, Chen'er?
- No, padre, no lo entiendo. Es cierto que hemos vivido en paz estos años, pero que hayamos vivido durante estos años en paz no significa que seamos inmunes a la guerra y a la brutalidad de las personas. - Chen mostró una expresión de angustia y rabia mientras pronunciaba cada palabra.
- Hoy podría llegar un ejército extranjero o bandidos a nuestra aldea, y entonces, ¿Cómo defenderemos a nuestro pueblo, padre?
Ante la respuesta de Chen, su padre se quedó descolocado, pero aunque su hijo tuviera algo de razón, sabía lo que ocurriría si se les diera armas y se instruyera a los aldeanos en el arte de la guerra, pero Chen aún era muy joven para comprender eso; por ello dejó pasar el tema. Chen, sin embargo, siguió estando algo molesto; nadie entendía lo que decía. Ese día pescaron pocos peces, pero suficientes para el gran banquete de esta noche que se celebraba en honor a los antepasados.
El sol estaba por caer mientras Xiao Chen se preparaba para el gran banquete; su madre llevaba varios días haciéndole un hanfu de color blanco con adornos azules para honrar a los ancestros y los muertos de la aldea. Chen se veía más mayor con el puesto; además, resaltaba su piel algo morena debido al trabajo de campo. Al fin llegó el momento del gran banquete. Todos en la aldea estaban contentos, bailaban, bebían vino de arroz que fabricaba el anciano Mu y cantaban alegres. En un momento determinado de la noche, el anciano Mu se colocó en el centro de la plaza mientras el resto de los aldeanos se sentaban a su alrededor.
- Hermanos, hoy es el día en que rendimos homenaje a nuestros ancestros, aquellos que cuidan de nosotros desde los cielos. Para demostrar nuestra admiración y nuestros respetos, tomaré este vino y lo esparciré contra la tierra que ustedes nos han dado. - dijo mientras extendía las manos sujetando un cuenco con vino de arroz y esparciéndolo por la tierra frente a él.
El resto de aldeanos siguió los pasos del anciano Mu y derramaron sus cuencos de vino por el suelo de la aldea.
- Ahora, hermanos, bebamos un sorbo de vino en honor a nuestros ancestros y dejemos en el pilar los obsequios a nuestros hermanos caídos que se reúnen con los ancestros.
Todos los aldeanos dieron algunas de sus pertenencias; Chen, al acercarse al pilar, iba con una pieza de jade que había encontrado tiempo atrás a las orillas del río. Cuando Chen iba a colocar la pieza de jade, se oyó un fuerte estruendo y la tierra empezó a temblar. Los aldeanos pensaron que se trataban de sus ancestros que estaban enfadados con ellos debido a las pocas ofrendas este año.
- Ancestros, sentimos no haberlos satisfecho con nuestras pocas riquezas, pero sientan lástima de nosotros y perdónennos. - dijo el anciano Mu con la voz temblorosa y el resto de aldeanos hicieron lo mismo que el anciano.
- ¡¡JA JA JA JA!! - sonó una fuerte risa de un hombre desconocido.
Al mirar para atrás, los aldeanos, siguiendo el sonido de esa risa, vieron frente a sus ojos a un hombre alto, de cuerpo grande, con un pelo de desaliñado, de color negro como el carbón, pero pobre en la zona delantera. Tenía ojos grandes junto a una nariz mediana, pero torcida; sin duda alguna, lo que más miedo daba de ese hombre era su sonrisa, una sonrisa grande con unos dientes más afilados de lo normal. Parecía ser un oficial del ejército imperial y detrás de él se veían varias filas de hombres montados sobre sus caballos, al igual que aquel hombre.
- ¡¡PARECE QUE ESTAS OVEJAS CREYERON QUE ÉRAMOS DIOSES!! - dijo con una voz ronca, pero fuerte, imponiendo miedo y obediencia, lo que hizo que sus subordinados riesen al unísono de los aldeanos.
- Disculpe, señor, ¿Quién es usted? - dijo el anciano Mu con voz temblorosa y en el rostro una expresión de un gran terror.
- ¡¡YO SOY HUÁNG KUN, COMANDANTE DEL 1º REGIMIENTO DE CABALLERÍA IMPERIAL DE LA DINASTÍA XIAN!!
- Bien, comandante, ¿y qué le trae aquí? - volvió a preguntar el anciano Mu con miedo.
- ¡¡UNA ORDEN DEL EMPERADOR!!
El comandante Huán Kun sacó un pergamino dorado, que era el decreto imperial, y comenzó a leerlo en voz alta.
- ¡¡BAJO LA ORDEN DEL EMPERADOR XI XEN, ACUSADOS DEL DELITO DE CONFABULACIÓN CON LOS ENEMIGOS DEL ESTADO Y TRAICIÓN A LA DINASTÍA XIAN, SE LES CONDENA A LA MUERTE!!
- Eso no puede ser, ninguno de nuestros aldeanos tiene lazos con ninguna de las otras dinastías, esto debe ser un error. - contestó el anciano Mu con desesperación.
- Lo que dice el anciano es verdad. - dijo toda la aldea en conjunto.
Huán Kun no se molestó en contestar, sacó su dao seguido de la misma acción por parte de sus hombres y cargó contra los aldeanos. De repente, al ver el mar de sangre que se acababa de desatar, Chen y sus padres trataron de huir y esconderse en su casa. Xiao Ren cogió a su hijo, lo miró a los ojos.
- Hijo, debes huir y alejarte de la aldea lo más rápido posible. - dijo su padre con una voz de angustia y desesperación.
- Padre, no puedo dejarlos aquí, no puedo dejar que mueran mientras yo huyo.
- Chen'er, debes vivir por nosotros; si tú mueres por nuestra culpa, será más doloroso para nosotros que si logras huir. - dijo su madre mientras las lágrimas fluían por sus mejillas.
Chen no podía evitar soltar lágrimas, pues sabía que esa sería la última vez que vería a su padre y a su madre. En ese mismo momento, uno de los soldados de Huáng Kun atravesó la puerta de la choza y cogió por el pelo a la madre de Xiao Chen, arrastrándola mientras Xiao Ren trataba de evitarlo.
- ¡CHEN'ER, CORRE! - dijo la madre de Xiao Chen, gritando de dolor y con lágrimas bañando su rostro por completo.
Chen no pudo pensárselo demasiado, pues un soldado iba a agarrarlo, pero antes de que pudiera agarrarlo para llevárselo, Chen corrió hacia la ventana de la choza y saltó por ella. Salió corriendo hacia el bosque perseguido por los soldados, trató de correr todo lo posible, pero era difícil lograr perder a los soldados. Pero en un determinado momento, en que se había alejado de los soldados, pudo esconderse en una pequeña cueva. Al cabo de unas horas, los soldados se acercaron a la cueva en la que estaba Xiao Chen mientras lo buscaban, pero de pronto otro soldado los llamó diciendo que el comandante los buscaba. Una vez detenida su búsqueda, Chen salió de la cueva y subió la colina solo para encontrarse con una visión espantosa, la aldea Hé àn sumida en llamas y aún se oían los gritos de los aldeanos y el río Jin-sè se convirtió en un río sumido en sangre. Lleno de rabia e impotencia, Xiao Chen miró hacia adelante y siguió huyendo por el bosque.
Pasaron varios días en los que Xiao Chen caminó sin rumbo, sin apenas comer y mucho menos beber; estaba demacrado, sin fuerzas en las piernas ni en los brazos, y se sentía que en cualquier momento se iba a desmayar. A punto de llegar a un camino, Chen no pudo aguantar más y se cayó. Sus ojos apenas pudieron mantenerse abiertos, pero en los últimos instantes vio una sombra de un hombre, lo que le hizo sentir temor de que pudiera ser el comandante Huáng Kun. Pese a su temor, su cuerpo no aguantó más y cayó desmayado.
- Rápido, traed agua y algo de comida para este niño. - dijo un desconocido.
Al cabo de unas horas, Xiao Chen volvió en sí; se encontraba en una pequeña tienda de campaña al estilo militar, lo que le asustó, pues pensó que el Huáng Kun lo había capturado.
- Bien, ya te has levantado, joven, ¿Cómo te llamas? - preguntó el extraño.
Xiao Chen se sorprendió, pues el hombre frente a él no era el comandante Huáng Kun, sino, por el contrario, era muy distinto a este. El hombre tenía un porte noble, pelo oscuro, algo canoso y largo; ostentaba unas cejas abundantes y una nariz grande a la vez que ancha que encajaba perfectamente con una perilla canosa y larga.
- Me llamo Xiao Chen.
- Yo soy el general del 6.º ejército de la Dinastía Xian, Lü Wei.
Al escuchar esto, Xiao Chan volvió a ponerse tenso y estuvo tentado de agarrar un cuchillo y tratar de matar a aquel hombre.
- Tranquilo, joven Chen, aunque pertenecemos a la Dinastía Xian, hace unas semanas el príncipe heredero mató a su padre y se proclamó emperador. Desde ese momento nosotros dejamos de ser guerreros de la Dinastía Xian y nos dirigimos a la Dinastía Jian. Pero, ¿y tú qué hacías caminado solo sin comida ni agua?
Xiao Chen, de nuevo más tranquilo al ver que Lü Wei no era un enemigo, comenzó a contarle la historia de la aldea Hé àn con lágrimas en los ojos de impotencia, rabia y tristeza. El general Lü Wei entendió rápido la situación del joven Chen y todo por lo que tuvo que pasar. También sabía que, si el niño se quedaba en la Dinastía Xian, tarde o temprano lo encontrarían las fuerzas de Xi Xen y acabarían matándolo para silenciar la masacre del emperador. Así que tras pensarlo detenidamente, Lü Wei decidió adoptar al joven Xiao Chen como su hijo adoptivo.
- Xiao Chen, ya que tuviste el infortunio de encontrarte con tan mala situación, me gustaría ofrecerte ser mi hijo adoptivo. Debes entender que si te quedas aquí, no te espera sino la muerte, pero si decides unirte a mí, dentro de unos años podrás estar frente al que trajo el desastre a tu aldea y apuñalarlo.
Xiao Chen se quedó pensativo, pero sabía que el general no quería hacerle ningún daño, así que aceptó la proposición del general. A partir de ese momento, Xiao Chen pasó a llamarse Lü Chen y, con su nueva identidad, partió junto a un ejército de quinientos hombres que huían en busca de asilo a la Dinastía Jian.