—"Gracias por su interés, pero hemos decidido avanzar con otros candidatos que se alinean mejor con nuestras necesidades actuales."—
Deirdre cerró la puerta de vidrio del edificio con un empujón, sintiendo el frío aire del exterior golpearle el rostro. Apoyó las manos en sus caderas y soltó un resoplido de frustración, mirando al cielo gris como si buscara un consuelo que sabía que no iba a llegar.
—Otra manera no grosera de decir "no te queremos."— murmuró con un sarcasmo que no le sentaba del todo.
La acera bullía con el ritmo del mediodía, el sonido de tacones y conversaciones apresuradas envolviéndola. Pero Deirdre apenas notaba nada de eso. Su mente estaba en otra parte, repasando una lista mental de rechazos que había acumulado en las últimas semanas.
—Siete. Ya son siete. — dijo para sí misma, ajustándose la bufanda que apenas protegía su cuello del frío. Se llevó una mano al rostro, cubriendo su boca por un instante mientras una pregunta se escapaba en un susurro.
—Albert, ¿Qué debería hacer en este momento?
La mención de ese nombre hizo que un nudo familiar se formara en su garganta. Sus pasos la llevaban automáticamente por las calles, sin rumbo claro, mientras sus pensamientos la arrastraban al abismo de siempre: el lugar vacío al otro lado de la cama, las risas que ya no estaban, el futuro que se había desmoronado en un instante.
Fue entonces cuando lo sintió: un empujón firme en su hombro derecho.
Deirdre perdió el equilibrio, tropezando hacia adelante y cayendo al suelo con un golpe seco. Su bolso se deslizó a su lado, derramando el contenido. Parpadeó, confundida, mientras el sonido de un claxon la devolvía a la realidad.
Un hombre desde el interior de un coche rojo le gritaba por la ventana abierta:
—¡Mira por dónde caminas, idiota! —
El vehículo arrancó antes de que pudiera procesar lo que había pasado. Miró a su alrededor, todavía sentada en el frío concreto. ¿Cuándo había cruzado la calle?
Sus manos temblaban cuando se dio cuenta de que, si no hubiera sido por ese empujón, habría estado en medio de la carretera.
—¿Estás bien? —
La voz llegó desde atrás, clara y suave, pero cargada de preocupación. Giró la cabeza y vio a una joven de cabello oscuro, lacio y brillante, vestida con una chaqueta de cuero y pantalones oscuros que contrastaban con el brillo cálido de sus ojos.
—Ese coche casi te arrolla. Parecías muy perdida en tus pensamientos. — agregó, arrodillándose frente a ella.
Deirdre sintió el calor subirle al rostro. Se apresuró a recoger su bolso, balbuceando disculpas con una timidez que la traicionaba:
—L-lo siento... no... no sé qué pasó. Gracias por... por empujarme.
La chica le ofreció una mano con una sonrisa tranquila.
—No te preocupes. Todo bien, pero tal vez deberías prestar más atención.
Deirdre tomó la mano que le ofrecían y se dejó ayudar a ponerse de pie. El tacto de la chica era firme y seguro, un contraste completo con su propio temblor.
—¿Estás segura de que estás bien? — insistió la desconocida, mientras la examinaba con los ojos entrecerrados, buscando algún signo de daño.
Deirdre asintió rápidamente, demasiado avergonzada para sostenerle la mirada.
—S-sí... estoy bien. Perdón otra vez.
—No te preocupes. — La chica le guiñó un ojo mientras se enderezaba. —Ten cuidado. No todos los días alguien está cerca para salvarte el pellejo. —
Con un gesto casual, la desconocida le dio una palmada en el hombro y comenzó a alejarse entre la multitud.
Deirdre, aún roja de la vergüenza, se quedó en el lugar, sus pensamientos enredándose mientras observaba la espalda de la chica desaparecer. La sensación del suelo frío en sus piernas y el claxon resonando en su cabeza la dejaron en claro estado de shock.
"¿Qué demonios acaba de pasar?" pensó, todavía temblando.
Deirdre permaneció en la acera unos momentos más, con la sensación de su salvadora aún grabada en la mano y su mente luchando por procesar lo ocurrido. Al ver a la chica desaparecer entre la multitud, un impulso inesperado la sacó de su inmovilidad.
—¡Espera! — gritó, aunque su voz apenas logró sobresalir por encima del bullicio de la calle.
Reuniendo coraje, comenzó a correr detrás de la joven, esquivando a los transeúntes y luchando contra su propia torpeza. Finalmente, la alcanzó justo cuando esta doblaba una esquina.
—P-perdón... yo...— Deirdre jadeaba, tratando de recuperar el aliento mientras la chica la observaba con curiosidad, una ceja levantada y una sonrisa entretenida.
—Quería... agradecerte otra vez... por lo que hiciste. Y.… disculparme... apropiadamente. —
La chica se echó a reír, un sonido despreocupado que hizo que Deirdre se sonrojara aún más.
—No te preocupes por eso. Cualquiera habría hecho lo mismo. — Su tono era casual, pero había algo en su mirada que parecía analizar a Deirdre con más profundidad de la que mostraba.
Antes de que Deirdre pudiera responder, la chica sacó una hoja doblada de la chaqueta y la sostuvo frente a ella.
—Si realmente quieres ayudarme... haz esto. —
Deirdre parpadeó, confundida, y aceptó la hoja con manos temblorosas. Cuando volvió a levantar la mirada, la chica ya se alejaba, su silueta oscura fundiéndose con la multitud una vez más.
Miró la hoja en su mano, una mezcla de desconcierto y curiosidad invadiéndola. La desplegó con cuidado, revelando un panfleto sencillo pero llamativo. En el centro, con letras grandes y cursivas, había una pregunta:
¿Qué es lo que más deseas?
Deirdre lo leyó varias veces, sintiendo una extraña incomodidad en el pecho. Sacudió la cabeza, dobló la hoja y la guardó en su bolso.
—Esto puede esperar. — murmuró, y se dirigió hacia su casa.
Después de un rato, llegó al complejo de departamentos donde vivía. El edificio era sencillo pero agradable, con paredes de un tono neutro que reflejaban el cálido resplandor de las lámparas del pasillo. El ascensor, aunque no era nuevo, funcionaba sin problemas y emitía un leve ding cuando las puertas se abrían con suavidad.
Deirdre apenas notaba los detalles del lugar, aunque solía pensar que era un espacio decente para alguien que buscaba comodidad sin lujos. Subió hasta el quinto piso, sintiendo cómo la jornada la dejaba cada vez más exhausta con cada paso.
Frente a la puerta de su departamento, buscó las llaves en su bolso, revolviendo entre papeles, una billetera gastada y otros objetos sin mucha importancia. Justo cuando las encontró, la puerta del departamento vecino se abrió.
—¡Holaaa, Dei-Dei! —
El saludo animado la tomó por sorpresa, aunque era una escena ya familiar. Adrián, su vecino del lado, salió con ropa deportiva, su cabello despeinado de manera deliberadamente atractiva y una sonrisa radiante que parecía diseñada para iluminar cualquier ambiente.
Deirdre levantó la vista, devolviéndole un saludo tímido y breve.
—Hola, Adrián. —
Él se recargó en la pared junto a ella, cruzando los brazos con aire relajado.
—¿Tuviste suerte hoy? Seguro que esta fue la buena. —
Ella soltó una risa sarcástica mientras trataba de meter la llave en la cerradura. Adrián no parecía darse por aludido.
—Oye, si no has comido nada todavía, podríamos ir por algo. No lo digo como una cita ni nada raro, solo como un amigo preocupado por ti. —
Finalmente, la puerta del departamento se abrió. Sin mirarlo directamente, Deirdre respondió:
—Gracias, pero estoy bien. —
Adrián suspiró, pero no insistió. Solo le dio una última sonrisa amistosa antes de alejarse por el pasillo.
Deirdre entró en su departamento, cerrando la puerta tras ella y dejando que la oscuridad del interior la envolviera. El lugar estaba frío y silencioso, con un aire denso que parecía reflejar su propio estado emocional. Se recargó contra la puerta y dejó escapar un largo suspiro, sus manos todavía aferrando el bolso como si fuera un ancla.
"Un día más." pensó, dejando caer el bolso en el suelo y cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba al vacío del apartamento.
El departamento de Deirdre parecía congelado en el tiempo, como si el mundo hubiera seguido girando sin él. Una fina capa de polvo cubría los muebles, y las cajas medio vacías en las esquinas eran testigos de promesas incumplidas de reorganizar su vida. El silencio del lugar se sentía opresivo, roto solo por el crujido del suelo bajo sus pasos.
Deirdre caminó por el pasillo, sus ojos inevitablemente atrapados por las fotos en las paredes. Eran recuerdos encapsulados, pequeños momentos de felicidad congelados para siempre. En una, ella y Albert estaban en la playa, ambos riendo mientras el viento alborotaba sus cabellos. En otra, estaban abrazados frente a un árbol de Navidad. Cada imagen era un recordatorio de lo que había perdido, y cada mirada a ellas era como arrancarse una costra de una herida que nunca terminaba de sanar.
Al llegar a la sala, dejó caer su bolso sobre el suelo y se dejó caer en el viejo sillón, envuelta en la oscuridad que parecía un eco de su propio interior. Se abrazó las rodillas y refunfuñó en voz baja, sus palabras apenas un susurro que se perdía en la quietud del departamento.
—Todo es tan difícil sin ti, Albert. Todo...—
Buscó su celular en el bolsillo de su chaqueta y encendió la pantalla. Una avalancha de notificaciones la recibió, la mayoría mensajes sin contestar. Sus dedos deslizaron con desgano por la pantalla, deteniéndose en algunos.
Había varios de sus padres:
"¿Ya comiste, hija? Por favor, llámanos."
"¿Necesitas algo? Podemos ayudarte con lo que sea."
"No tienes que estar sola. Ven a casa, aquí siempre tendrás un lugar."
Luego estaban los de sus viejos amigos:
"Deirdre, deberíamos vernos, estoy preocupado por ti."
"Conozco a alguien que es un excelente psicólogo, ¿quieres que te pase su número?"
"Hablemos, por favor. No estás sola."
Deirdre dejó escapar un bufido, cerrando los ojos por un momento. Las palabras de todos, aunque bien intencionadas, le pesaban como un recordatorio constante de su propia fragilidad.
—No necesito que nadie se compadezca de mí. — murmuró, apretando el celular contra su pecho. —Yo resolveré mi situación sola... pero... ojalá no estuviera tan sola. Ojalá todavía tuviera tu ayuda, Albert. —
Se abrazó las piernas, acurrucándose en posición fetal sobre el sillón, dejando que el silencio la envolviera. El mundo a su alrededor parecía un lugar frío e inhóspito, pero había algo en la forma en que esa oscuridad la rodeaba que también se sentía familiar, casi como un refugio.
Entonces recordó.
La hoja que la chica le había dado.
Deirdre se enderezó de golpe, encendiendo la luz de la sala con un movimiento torpe. Se agachó para buscar su bolso, revolviendo entre los papeles y objetos hasta que encontró la hoja doblada. La abrió lentamente, esperando encontrar las mismas palabras que había leído antes.
¿Eso es lo que más deseas?
Deirdre se quedó helada, parpadeando repetidamente. Recordaba claramente que el panfleto decía algo diferente: ¿Qué es lo que más deseas?
—Tal vez lo leí mal por las prisas. — pensó, aunque la incertidumbre no abandonaba su pecho.
Siguió leyendo.
Las respuestas a tus problemas, la solución a todo y la oportunidad única de obtener eso que desea tu corazón.
¿Aceptas esta invitación?
Deirdre soltó una risa seca, agitando la cabeza con incredulidad.
—Debe ser uno de esos panfletos que te dan las sectas en la calle. Hablan sobre aceptar a un dios y cómo cambiará tu vida. —
Su tono se volvió más sarcástico mientras doblaba la hoja otra vez.
—No necesito entrar a un culto. Necesito un trabajo. —
Con la intención de tirar el papel a la basura, se detuvo por un momento, sosteniéndolo entre sus dedos. Miró la pregunta en el panfleto una última vez y dejó escapar un susurro, casi como si no quisiera que nadie, ni siquiera ella misma, la escuchara.
—Pero ojalá fuera tan sencillo. —
Se recostó contra el respaldo del sillón, sus ojos fijos en la hoja.
—Dios... si es que puedes oír esto... sí aceptaría. Quisiera cumplir mi mayor deseo. —
Con un suspiro pesado, arrugó la hoja en un gesto brusco y la arrojó al basurero.
—Tonterías. Como si un dios me fuera a escuchar. —
Deirdre se levantó y caminó lentamente hacia su habitación. El aire en el departamento parecía haberse vuelto más denso, pero ella estaba demasiado cansada para notarlo. Se dejó caer en la cama, cerrando los ojos con fuerza mientras un pensamiento final cruzaba su mente antes de caer en el sueño.
"Solo quiero que todo vuelva a ser como antes."
Deirdre caminaba en un mundo extraño, hecho completamente como si fuera una pintura realizada en únicamente tinta oscura que parecía fluir como un río denso bajo sus pies. A su alrededor, figuras indistintas se movían en la dirección contraria a la suya, sus formas humanas desdibujadas como si fueran manchas borrosas. Ninguna le prestaba atención, y, aun así, la sensación de estar siendo observada no la abandonaba.
Intentaba avanzar, pero el suelo parecía resistirse a cada paso. De pronto, frente a ella, emergió una figura más clara, una silueta humana que se mantenía inmóvil en medio del caos. La figura levantó un brazo y apuntó con un dedo en una dirección específica.
Deirdre siguió la dirección indicada, y allí lo vio: un fuego dorado consumía una ciudad que parecía conocida y desconocida al mismo tiempo. Las llamas danzaban con una intensidad hipnótica, devorando edificios y engullendo calles enteras. El calor parecía tangible, pero no podía sentirlo en su piel.
—¿Qué significa esto? — murmuró, dirigiéndose a la figura que la observaba en silencio.
Quiso acercarse, pero antes de que pudiera dar un paso, la figura abrió la boca. Lo que salió no fue una voz, sino un agudo chillido, un sonido insoportable que perforaba sus oídos como el silbido de una tetera.
Deirdre gritó y se llevó las manos a los oídos, cerrando los ojos con fuerza. Cuando los abrió de nuevo, estaba en su habitación.
El aire era pesado y la habitación estaba sumida en penumbras. El único sonido que rompía el silencio era el tictac monótono de un reloj que anunciaba el inicio de un nuevo día. Pero entonces, en el fondo, escuchó el sonido que la había atormentado en su sueño: el chillido de una tetera.
Deirdre se cubrió los oídos con una almohada, tratando de bloquear el sonido.
—Por favor... debe ser una broma. — murmuró con voz quebrada.
Finalmente, incapaz de ignorarlo más, se levantó de la cama. Su habitación estaba en un estado deplorable: ropa esparcida por el suelo, libros y papeles acumulados en las esquinas, y las cortinas cerradas mantenían el lugar en una penumbra perpetua. Buscó algo para defenderse y encontró un gancho de ropa entre el caos. Sosteniéndolo con manos temblorosas, salió al pasillo.
La luz en el apartamento era tenue, filtrándose apenas a través de las cortinas del salón. Cada paso que daba resonaba en el silencio opresivo. Cuando llegó a la cocina, el aroma del café recién hecho la golpeó con fuerza, tan fuera de lugar que la desconcertó aún más.
Allí estaba.
Un chico alto, de cabello castaño y ojos penetrantes, con un físico que parecía sacado de una revista. Llevaba una camisa blanca que resaltaba su complexión atlética, y en sus manos sostenía una taza de café que estaba sirviendo con una tranquilidad inquietante.
El chico levantó la mirada y le dedicó una sonrisa relajada.
—Deirdre, qué bueno que despiertas. Preparé café como te gusta. —
Ella dio un paso atrás, apretando con más fuerza el gancho que sostenía como un arma improvisada.
—¿Quién eres? ¿Qué haces en mi apartamento? Te advierto que llamaré a la policía si no te vas. — Su voz temblaba, y el miedo era evidente en cada palabra.
El chico dejó la taza sobre la mesa y levantó las manos, como si quisiera calmarla.
—Tranquila. No me puedo ir. Tú me convocaste, y ahora tú y yo estamos juntos en esto. —
Deirdre parpadeó, su mente luchando por procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué demonios estás diciendo? ¿Yo te convoqué? ¡Eso es imposible! —
El chico inclinó ligeramente la cabeza, observándola con una mezcla de paciencia y curiosidad.
—Bueno, técnicamente es posible. Hiciste el ritual, ¿no? Doblaste la hoja, aceptaste, y dijiste tu mayor deseo. —
—No... no tiene sentido. Eso no era real. Fue solo una tontería. —
—Tal vez para ti era una tontería, pero para nosotros no lo fue. — dijo el chico, sonriendo con complicidad. Dio un sorbo al café, como si estuviera en casa.
—Soy Alex, tu VOOG. Y, por lo que parece, ahora estamos juntos en esto, Deirdre. —
Ella sintió que sus piernas comenzaban a temblar, el gancho resbalando lentamente de su mano mientras el peso de las palabras de Alex se asentaba en su mente.
Deirdre comenzó a reír. Al principio fue un leve murmullo, pero rápidamente se convirtió en una risa sarcástica y desquiciada.
—¡Definitivamente me volví loca! Esto no puede estar pasando... Esto es un sueño. ¡Eso es! Estoy soñando, necesito despertar. — Su risa se mezclaba con un tono de desesperación y locura.
Alex la observó con una mezcla de confusión y preocupación. Sin decir nada, caminó hacia ella con la taza de café en la mano y se la ofreció con una sonrisa tranquila.
—Bueno, si estás soñando, toma esto. Quizá el café te ayude a despertar. —
Deirdre lo miró como si estuviera viendo a un fantasma. Su risa cesó de golpe, reemplazada por un pánico absoluto. Soltó el gancho que sostenía y se levantó de golpe, gritando.
—¡Estás loco! ¡No sé cómo entraste aquí, pero sal de mi departamento! —
Sin darle tiempo a reaccionar, salió corriendo del apartamento. Su corazón palpitaba con fuerza mientras abría la puerta y comenzaba a tocar frenéticamente las puertas cercanas.
—¡Un loco se metió a mi departamento! ¡Por favor, alguien ayúdeme! — gritaba, golpeando las puertas con todas sus fuerzas.
Pero no hubo respuesta. Una tras otra, las puertas permanecían cerradas, como si nadie estuviera en casa. El pasillo parecía más largo y silencioso de lo que recordaba, y la ausencia de cualquier respuesta solo aumentaba su pánico.
De pronto, Alex salió de su apartamento, claramente alarmado. Su expresión, que hasta ahora había sido relajada, se volvió seria al mirar hacia el cielo a través de una ventana al final del pasillo.
—Oh no... el cielo. Esto es malo. —
Deirdre se detuvo un momento, mirando la expresión de Alex, antes de girar hacia la misma ventana. Lo que vio la dejó helada.
El cielo no estaba oscuro de una manera natural. No era la oscuridad de una noche sin luna, ni una tormenta. Era un negro profundo, opresivo, como si un umbral o un gigantesco domo cubriera la ciudad. Había algo antinatural en su apariencia, como si el mismo cielo hubiera sido borrado y reemplazado por algo completamente desconocido.
Alex extendió una mano hacia ella.
—Deirdre, tienes que volver. Estamos en peligro. —
Pero ella no lo escuchó. En un impulso de pura adrenalina, giró sobre sus talones y comenzó a correr hacia las escaleras. No iba a esperar el elevador; algo en ella le decía que no podía permitirse detenerse. Bajó los escalones tan rápido como pudo, tropezando un par de veces, pero sin detenerse.
Cuando finalmente salió del edificio, el aire era extraño, pesado. La ciudad, que normalmente estaría llena de ruido y movimiento, estaba completamente en silencio. Deirdre corrió un par de cuadras, su respiración convirtiéndose en jadeos descontrolados, hasta que finalmente se detuvo, recargándose contra una pared para recuperar el aliento.
—¿Dónde está todo el mundo? — murmuró, con la voz temblorosa. Miró a su alrededor, notando que las calles estaban vacías, ni un solo coche ni una persona a la vista.
Levantó la vista al cielo nuevamente, y una sensación de vértigo la invadió.
—Eso... eso no se ve normal. —
Las palabras salieron de su boca en un susurro, mientras una mezcla de miedo y confusión se apoderaba de ella. La ciudad que conocía ya no era la misma. Algo estaba terriblemente mal.
Deirdre trataba de recuperar el aliento, su mente dando mil vueltas en un intento inútil de procesar todo lo que estaba pasando. El extraño cielo, la ciudad desierta, el desconocido en su cocina, todo parecía sacado de una pesadilla. Pero antes de que pudiera seguir pensando, una voz femenina la sacó bruscamente de sus pensamientos.
—Me alegra que hicieras lo que te pedí e invocaras a tu VOOG. —
Deirdre levantó la mirada rápidamente, buscando la fuente de la voz. Una sensación helada recorrió su espalda cuando vio a la misma chica que la había salvado el día anterior acercándose a ella con una sonrisa tranquila.
—Aunque me sorprende no verlo cerca. — La chica ladeó la cabeza, con un brillo peligroso en los ojos. —Es muy imprudente estar en medio del campo de batalla sin él. —
Había algo en su tono, algo amenazador que hizo que el cuerpo de Deirdre se tensara.
—Tú...— dijo Deirdre, jadeando, mientras retrocedía un paso. —¿Qué fue lo que me diste? ¿Qué está pasando?
La chica se río, un sonido ligero pero cargado de arrogancia.
—¿Qué te di? Oh, querida, solo hice eso para volverme más fuerte. —
—¿Qué...? ¿Qué significa eso? — preguntó Deirdre, sin entender nada, su voz quebrándose por la confusión y el miedo.
La chica suspiró, como si estuviera perdiendo la paciencia.
—Mira, te lo explicaré de manera sencilla: me dedico a encontrar gente débil como tú, personas que no tienen nada que perder, para que invoquen a su VOOG. Y luego... los derroto y absorbo su fuerza. Es así de simple. —
—¿Derrotar...? ¿Absorber...? ¡No entiendo nada de lo que estás diciendo! —
La chica sonrió con desdén, su actitud despreocupada desapareciendo.
—No importa si entiendes o no. — Dio media vuelta, con un gesto de desdén. —Lo único que necesito ahora es que mueras. —
Se detuvo por un momento, girando la cabeza hacia el horizonte.
—Hazlo rápido. — ordenó con frialdad. —No quiero ver esto. —
Deirdre sintió su garganta cerrarse cuando, de repente, a su lado apareció un hombre alto y robusto, vestido con una sudadera con capucha oscura y pantalones holgados, el típico estilo de un pandillero urbano. Su rostro estaba cubierto de cicatrices, y su presencia era tan imponente que la hizo retroceder instintivamente.
El hombre la miró con una expresión casi apática, como si lo que estuviera a punto de hacer no tuviera importancia alguna para él.
—Lo siento, niña. No es personal, pero son órdenes de mi ama. —
Deirdre retrocedió, paralizada por el miedo. Sus piernas temblaban, su corazón latía descontrolado, y su mente estaba en blanco. Cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor, incapaz de hacer otra cosa.
Entonces, lo escuchó.
Un sonido ensordecedor, como el impacto de un objeto masivo cayendo al suelo, seguido por un rugido potente, como el de un vehículo a toda velocidad.
Deirdre abrió los ojos lentamente, con el corazón en la garganta, y lo vio.
Alex estaba frente a ella, su silueta alta y poderosa bloqueando cualquier peligro. Su semblante serio irradiaba una confianza inquebrantable mientras miraba donde el hombre alto y robusto yacía derribado, claramente incapacitado.
—Te dije que no te alejaras de mi lado. — dijo Alex, con una voz baja y firme, sin apartar la vista del lugar donde había derribado al hombre.
Deirdre estaba paralizada, incapaz de articular una sola palabra, mientras Alex finalmente se giró hacia ella con una sonrisa cálida. Su expresión cambió por completo, volviéndose amable y reconfortante.
—Te dije que confíes en mí. — Su tono era cariñoso, casi protector. —Yo soy tu aliado, Deirdre, y estoy aquí para cuidarte. —
Aunque las palabras de Alex estaban llenas de calidez, Deirdre no podía dejar de temblar. El peligro, la confusión, y la intensidad de lo que acababa de presenciar la habían dejado completamente desconcertada. Sin embargo, algo en su voz, en la seguridad con la que hablaba, hizo que una pequeña chispa de esperanza comenzara a encenderse dentro de ella.
Desde la distancia, la chica de cabello oscuro permanecía inmóvil, con una sonrisa que exudaba arrogancia. Chasqueó la lengua y, sin molestarse en mirar directamente, levantó la voz con autoridad.
—Vaya, eres más rápido de lo que pensé. —. Entonces giró un poco la cabeza y gritó: —¡Biggy! ¡Ya levántate y acaba con él!
Deirdre, aún recargada en la pared, miraba la escena con los ojos muy abiertos. Su respiración seguía descontrolada, pero el miedo la mantenía paralizada. Podía sentir el calor de su piel y el sudor frío acumulándose en su frente.
El hombre robusto, que había estado en el suelo, comenzó a moverse. Lo primero que hizo fue apoyar una enorme mano contra el pavimento roto, levantándose como si su cuerpo de casi dos metros de altura fuera tan liviano como una hoja. Se sacudió el polvo de su ropa con movimientos lentos, deliberados, mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro.
—Entendido, ama. — dijo con una voz profunda y rasposa que resonó como un eco entre los edificios.
Deirdre no podía apartar la vista del hombre. Cada músculo de su cuerpo parecía diseñado para intimidar, y sus cicatrices contaban historias de batallas pasadas. Aunque estaba claramente herido por el ataque anterior de Alex, su postura irradiaba confianza, como si estuviera seguro de que esta vez no fallaría.
Antes de que pudiera siquiera pensar en moverse, Biggy flexionó las piernas y, con un rugido de esfuerzo, saltó hacia ellos. El sonido del aire siendo desgarrado por su movimiento hizo que el corazón de Deirdre latiera aún más rápido. Su enorme puño estaba preparado para caer como un martillo sobre Alex, y el suelo bajo sus pies crujió por la presión del salto.
Deirdre sintió que sus piernas flaqueaban. El miedo la paralizó, incapaz de reaccionar. Pero Alex estaba listo.
—¡Cuidado! — exclamó, moviéndose con la rapidez de un rayo.
Antes de que el golpe pudiera alcanzarlos, Alex giró hacia ella, sus ojos llenos de decisión. Sin dudarlo, la cargó en sus brazos como si no pesara absolutamente nada. Deirdre apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando él saltó, llevándola consigo al aire justo en el momento en que el puño de Biggy impactó el suelo.
El sonido fue ensordecedor. El concreto se rompió en mil pedazos, formando un cráter profundo en el pavimento. Los escombros volaron por todas partes, y el eco del golpe resonó por las calles vacías como si el mundo mismo estuviera siendo destrozado.
—¡Estamos demasiado alto! — gritó Deirdre, su voz temblando mientras veía cómo los edificios se hacían más pequeños a medida que Alex los llevaba cada vez más lejos del suelo. Su estómago se revolvía, y su corazón latía tan rápido que pensó que podría detenerse.
Ella se aferró instintivamente a Alex, enterrando su rostro en su pecho para evitar mirar hacia abajo. La sensación de volar no tenía nada de mágico; era aterradora, fría y completamente fuera de su control.
Alex miró hacia abajo, calculando el lugar donde aterrizarían. Su voz se mantuvo serena, aunque había un leve toque de disculpa en su tono.
—Lo siento, pero, aunque no me has dado órdenes todavía, mi deber es protegerte. No puedo dejar que nada te pase. —
Deirdre lo escuchaba, pero sus pensamientos estaban demasiado enredados para responder. El aire golpeaba su rostro, sus manos temblaban, y una parte de ella seguía sin creer que todo aquello estuviera sucediendo.
Cuando finalmente aterrizaron al otro lado de la acera, Alex lo hizo con una elegancia sorprendente. El impacto fue suave, apenas dejando marcas en el suelo, pero incluso entonces Deirdre no podía mantenerse de pie. Alex la dejó cuidadosamente en el suelo, apoyándola contra una pared para que pudiera recuperar el aliento.
—Escucha. — Alex se inclinó un poco hacia ella, su expresión seria pero tranquila. —Si tú lo ordenas, acabaré con esto aquí y ahora. Estaremos a salvo. —
Deirdre levantó la vista hacia él, sus ojos llenos de lágrimas que amenazaban con caer. El miedo, la confusión y la desesperación la tenían al borde del colapso, pero había algo en la forma en que Alex la miraba, algo en su voz, que le daba una chispa de calma en medio del caos.
—¿Si puedes salvarnos...? — balbuceó, su voz temblorosa. Tragó saliva, tratando de encontrar las palabras. —No tienes que preguntar... ¡Es obvio! —
Su tono, aunque alterado, llevaba una mezcla de súplica y determinación. No tenía idea de cómo había llegado a esa situación, pero en ese momento solo quería salir con vida.
Alex asintió, enderezándose mientras volvía su atención hacia Biggy, quien ya se estaba preparando para otro ataque. El enorme hombre los observaba con una sonrisa cruel, sus manos apretándose en puños que parecían capaces de aplastar cualquier cosa.
—Entendido. — respondió Alex, su voz ahora más firme, casi desafiante.
Cuando se giró hacia Biggy, su postura se volvió completamente diferente. Su cuerpo emanaba una confianza tranquila, y sus ojos brillaban con una intensidad que hacía que pareciera invencible.
—Quédate aquí. — dijo a Deirdre, sin mirarla, pero con un tono que no admitía discusión. —Esto se va a poner feo. —
Deirdre lo miró mientras avanzaba hacia Biggy, su corazón latiendo con fuerza. Aunque no entendía exactamente lo que estaba sucediendo, una pequeña parte de ella comenzó a confiar en que, tal vez, Alex realmente podía protegerla.
Desde la distancia, la chica de pelo oscuro observaba todo con una sonrisa maliciosa, su expresión llena de satisfacción mientras sus ojos seguían a Alex y a Biggy como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.
Alex dio un paso al frente, colocando su cuerpo entre Deirdre y el gigantesco Biggy. Su expresión era completamente seria, y mientras apretaba los puños, un fuego brillante e intenso comenzó a rodearlos, iluminando el espacio con un resplandor dorado que parecía desafiar la oscuridad del cielo.
—Solo uno de nosotros saldrá con vida de aquí. — dijo Alex, su voz resonando como una sentencia.
Biggy soltó una carcajada burlona, mostrando sus dientes amarillos mientras sus músculos se tensaban con anticipación.
—¡Ese serás tú, chico bonito! ¡Tú serás el que muera! — rugió, inclinando su cuerpo hacia adelante como un toro listo para embestir.
Con una velocidad sorprendente para alguien de su tamaño, Biggy cargó contra Alex, el suelo temblando bajo sus pies con cada paso. Su puño derecho, grande como un martillo, se dirigía directo al rostro de Alex con una fuerza devastadora.
Pero Alex no esperó a que el golpe lo alcanzara. En un movimiento fluido, giró sobre su eje, esquivando la embestida con una agilidad que parecía imposible. Sus piernas, rodeadas por fuego, dejaron un rastro ardiente en el suelo mientras se deslizaba lateralmente.
Biggy, al perder su objetivo, se giró rápidamente, pero Alex ya estaba en movimiento. Con un impulso poderoso, Alex se lanzó hacia adelante, su puño derecho envuelto en llamas. Impactó el costado de Biggy con fuerza, el sonido del golpe resonando como un trueno.
Biggy gruñó de dolor, tambaleándose, pero no retrocedió. En cambio, soltó un rugido y lanzó un golpe descendente con ambos brazos, buscando aplastar a Alex como si fuera un insecto.
Alex, con una calma casi sobrenatural, saltó hacia atrás, esquivando el ataque. El impacto de los brazos de Biggy contra el suelo hizo que el concreto se rompiera en cientos de pedazos, pero Alex ya estaba preparado para el contraataque.
Aprovechando el momento de vulnerabilidad, Alex corrió hacia Biggy con pasos rápidos y precisos. Cada movimiento suyo parecía estar calculado al milímetro, como un guerrero entrenado para enfrentar a gigantes en el campo de batalla.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Alex saltó, girando su cuerpo en el aire con una gracia feroz. Usando su pierna envuelta en fuego, lanzó una patada giratoria que impactó directamente en el rostro de Biggy, haciéndolo retroceder varios pasos. El gigante se tambaleó, llevándose una mano a la cara mientras maldecía entre dientes.
—¡Maldito mocoso! ¡Voy a destrozarte! — bramó, volviendo a cargar.
Alex aterrizó suavemente y adoptó una postura firme, con los puños levantados y los pies en posición de ataque, como si estuviera en el campo de batalla liderando un ejército.
Cuando Biggy volvió a lanzarse contra él, Alex cambió su estrategia. Esquivó los golpes masivos del gigante con movimientos rápidos y precisos, acercándose más y más a su oponente. Su estilo de combate era limpio, eficiente, y tenía la elegancia de un guerrero antiguo.
En un momento, mientras Biggy lanzaba un golpe descuidado, Alex atrapó su brazo con ambas manos y, usando la fuerza del propio gigante en su contra, lo arrojó hacia el suelo con un movimiento brusco. Biggy cayó de espaldas, el impacto sacudiendo el área.
Sin perder el tiempo, Alex retrocedió un par de pasos, apretando los puños con fuerza. El fuego que los rodeaba se intensificó, ardiendo con una intensidad casi cegadora.
—Es hora de terminar con esto. — murmuró Alex, su voz baja pero cargada de determinación.
Biggy, ahora herido y jadeando, intentó levantarse, pero antes de que pudiera ponerse de pie por completo, Alex se lanzó hacia él con toda su velocidad.
Con un salto impresionante, Alex apareció frente a Biggy, quien apenas tuvo tiempo de levantar la vista. Alex giró su cuerpo, concentrando toda su fuerza en un único golpe con el puño derecho, directo al estómago del gigante.
El impacto fue brutal. El puño de Alex, rodeado de fuego, atravesó las defensas de Biggy como si fueran papel. El aire pareció detenerse por un momento mientras el cuerpo del gigante se inclinaba hacia adelante, el dolor grabado en su rostro.
Entonces, una ráfaga de fuego ardiente atravesó a Biggy desde el puño de Alex, quemándolo desde el interior. La explosión de energía fue tan intensa que iluminó las calles cercanas, y el grito de dolor de Biggy resonó como un eco por la ciudad vacía.
El cuerpo del gigante cayó pesadamente al suelo, dejando un cráter donde impactó. Su cuerpo aún humeaba por la ráfaga de fuego, y sus ojos estaban cerrados, inertes.
Alex se quedó en pie, su respiración calmada mientras el fuego en sus puños comenzaba a apagarse lentamente. Miró el cuerpo inmóvil de Biggy por un momento antes de girarse hacia Deirdre, quien había estado observando todo con el corazón en la garganta.
—Te lo dije. — dijo Alex, acercándose a ella con una sonrisa suave. —Confía en mí. Estoy aquí para protegerte. —
Deirdre, aun temblando y con las lágrimas brotando de sus ojos, no sabía si gritar, llorar o agradecer. Su mente estaba llena de caos, pero había algo en la tranquilidad de Alex que, por un instante, hizo que todo pareciera menos aterrador.
La voz de la chica resonó sobre el cuerpo inmóvil de Biggy, interrumpiendo el silencio que se había instalado tras el enfrentamiento.
—¡Tonto! ¡Levántate! Aún no puedes ser derrotado. — Su tono era una mezcla de frustración y desesperación, como si no pudiera aceptar lo que acababa de suceder.
Biggy, aún tumbado en el suelo, apenas logró levantar la cabeza. Su cuerpo estaba completamente exhausto, y su voz apenas era un murmullo.
—Lo siento... Erika... pero ese tipo... tenía algo extraño. No es un VOOG normal.—
Alex, que ahora se acercaba al cuerpo de Biggy, lo observaba con calma. Su postura era relajada, pero la intensidad en sus ojos mostraba que estaba listo para atacar nuevamente si era necesario.
—Se acabó. — dijo Alex con firmeza, mirando directamente a Erika. —Ríndete, o lo mataré de todas maneras. —
Erika apretó los puños con fuerza, su rostro deformado por la frustración.
—No puedo perder así de fácil. —
Alex dejó escapar un leve suspiro, inclinando ligeramente la cabeza mientras la miraba.
—Tu estrategia de cazar VOOGs con bajo nivel es patética. — dijo con un tono desaprobatorio. —Eso no te llevará a ningún lado. Si un VOOG de verdad quiere ser poderoso, debe enfrentarse a los que son más fuertes que él. Solo así puede progresar. —
Las palabras de Alex parecieron golpear a Erika con más fuerza que cualquier ataque físico. Su expresión se suavizó, y por un momento, bajó la mirada.
—Me esforcé tanto...— murmuró, más para sí misma que para los demás. —Y todo acaba así. —
Alex dio un paso hacia ella, manteniendo su mirada fija en la chica.
—Al menos no estás muerta. — dijo, su voz adoptando un tono más neutral. —Te he liberado de la tortura que es participar en esto. Créeme, hay peores destinos. —
Erika levantó la vista, sus ojos buscando algo en el rostro de Alex, como si intentara descifrar un misterio.
—Pareces saber mucho de esto. — dijo con una sonrisa amarga. —Es como si ya hubieras participado antes. —
Alex se rio suavemente, su tono ahora burlón.
—Claro que no. — respondió, sacudiendo la cabeza. —Solo digo lo que me parece obvio.
Erika dejó escapar una leve risa, aunque estaba teñida de tristeza. Su sonrisa era débil, casi resignada.
—Supongo que esto es una despedida, amigo. — dijo, mirando a Biggy. —Parece que hasta aquí llegamos. —
Biggy, aún tumbado, asintió levemente, con una sonrisa cansada en el rostro.
—Fue un gusto, Erika. Pero deberías decirle al jefe sobre él...—
Erika lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—Me rindo. — dijo finalmente.
De repente, una luz intensa iluminó el lugar, cegadora y cálida. Deirdre, que había estado observando todo desde la distancia con el corazón en la garganta, levantó un brazo para cubrirse los ojos. La luz era tan brillante que parecía desintegrar las sombras, y el calor que emanaba era reconfortante y aterrador a la vez.
Cuando la luz desapareció, Deirdre parpadeó varias veces, intentando ajustar su vista. Para su sorpresa, ya no estaba en la calle.
Estaba en su habitación.
—¡Fue una pesadilla! — gritó, llevándose ambas manos al pecho mientras sentía cómo su corazón latía desbocado.
Miró a su alrededor, reconociendo el desorden familiar de su cuarto. Una sonrisa de alivio comenzó a formarse en su rostro mientras se levantaba de la cama.
—¡Fue solo un sueño! — exclamó con entusiasmo, casi riéndose de sí misma por haber sentido tanto miedo. Sus piernas, aún algo temblorosas, la llevaron al pasillo, con el único pensamiento de ir a la cocina y prepararse algo para desayunar.
Cuando llegó a la cocina, sin embargo, su sonrisa se desvaneció de inmediato.
Allí estaba Alex, de pie junto a la mesa, con una taza de café en la mano. La misma sonrisa confiada de siempre adornaba su rostro mientras la miraba.
—Ahora sí, toma tu café antes de que se enfríe. —
Deirdre se detuvo en seco, su respiración quedándose atrapada en su pecho. Parpadeó varias veces, como si esperara que la imagen frente a ella desapareciera, pero Alex seguía allí, tranquilamente esperándola.
—¡Aaaaaaaah!— gritó con todas sus fuerzas, señalándolo con un dedo tembloroso.
El miedo y la confusión la sobrepasaron, y antes de que pudiera decir algo más, sus piernas cedieron. Su visión se volvió borrosa, y su cuerpo cayó al suelo mientras la oscuridad se apoderaba de ella.
Alex dejó escapar un suspiro, colocó la taza sobre la mesa y se inclinó hacia ella.
—Supongo que debí haber comenzado con algo menos impactante y debí prepare el desayuno. — murmuró con una sonrisa mientras miraba a la chica desmayada en el suelo.
Y así, la mañana tranquila que Deirdre esperaba se convirtió en el siguiente paso de un viaje que estaba lejos de terminar.
"El destino no siempre llama a la puerta; a veces, te empuja al abismo."