Un niño de pelo negro, camina por la zona destrozada de lo que alguna vez fue una bulliciosa ciudad, ríos de sangre corren por los sucios surcos de piedra, montañas de cadáveres se apilan por todas partes.
Sus ojos azules, antes vibrantes y llenos de alegría, ahora estaban vacíos e inusualmente quietos, como si fueran los de un maniquí.
Mirando el caos circundante, disfrutó un momento del doloroso silencio que reinaba la ciudad, hace tan solo unas cuantas horas, estaba sumida en el caos.
'Mi madre murió...'
Pensó sin cambiar su ahora inexpresivo rostro.
'Sin dejar ni siquiera un cadáver para llorar.'
Prominentes ojeras se denotaban en sus ojos.
'Es doloroso...'
Arrodillándose en el suelo sin importarle nada mas, se sujetaba el pecho con fuerza y lágrimas corrían suavemente por su rostro.
'¡Duele mucho!'
Golpeando el suelo con sus brazos maldijo al mundo internamente, soltando un grito ahogado y doloroso.
"Este mundo..."
Postrado en el suelo mientras sus lagrimas caían, soltaba un sollozo doloroso.
"¡Este mundo...! Es... una mierda..."
Sus interminables sollozos le dificultaban el habla, buscando cualquier forma de desahogarse siguió golpeando el suelo.
Entonces una voz serena y madura llamo su atención.
"Te equivocas..."
Volteando a ver al hombre, los ojos del niño, llenos de tristeza e ira, vieron a un hombre demacrado, con su armadura dañada y un brazo faltante.
"Este mundo, no es una mierda."
Una sonrisa humorística apareció en el rostro del caballero plateado, recostado en una pared.
"Este mundo es simplemente injusto."
Mirándolo a los ojos, con su expresión confiada y una sonrisa.
"Esta es tu primera bocada del agrio mundo, y es la mas dulce, disfrútala."
Las lágrimas pararon de caer y el chico miro al cielo, mientras el atardecer se cernía sobre el, pensó.
'¿Que derecho tengo yo?'
Elviroon, dirigió su mirada a los riós de sangre.
'Así que fueron ellos, malditos sacerdotes.'
Mirando al horizonte, juro hacerlos pagar.
*****
Elviroon, ahora vistiendo un traje negro formal, caminaba por un pasillo blanco, con piso de mármol y varias pinturas en las paredes.
A su lado, iba una joven de pelo naranja un poco decaída, vistiendo un traje rojo oscuro, con detalles negros, su mirada estaba dirigida al piso.
"Alza la cabeza, tienes que estar presentable para la audición."
Jean, sin girar la cabeza, se mordió el labio y se pregunto internamente.
'¿Como puede estar tan tranquilo después de lo que paso?'
Sabiendo que estaban a punto de hacer algo importante, se trago su dolor y murmuro.
"Si señor..."
Una vez la chica se recompuso, avanzaron hasta llegar a una puerta blanca de mármol que media 4 metros de alto y 3 de largo, ornamentada con gemas y metales preciosos.
Sin tener que decir un palabra una voz fuerte y monótona hablo del otro lado.
"Adelante, héroes."
Inmediatamente, dos guardias dentro de la habitación jalaron las pesadas puertas, Dejando el suave sonido del mármol frotándose contra una lujosa alfombra.
La habitación no era muy diferente al pasillo, completamente blanca, con algunas obras de arte por ahí, lo único era una vibrante alfombra roja que llenaba todo el suelo del imponente salón.
Mas allá se ve un sofá de cuero, donde yacía sentado una única persona, un hombre viejo, vestido con una túnica blanca y dorada, su pelo largo canoso, que iba desde su cabeza hasta su barba, que le llegaba al pecho, a pesar de todo eso, lo que mas destacaba era su constitución delgada, casi demacrada, como si estuviera en sus últimos años de vida.
Elviroon y Jean entraron, y cuando estuvieron a unos metros del sofá, se arrodillaron sobre una pierna.
"Saludamos a su eminencia, el Papa."
El Papa los miro un momento, no indiferente como Elviroon, era una vista extraña, sobre todo para Jean, el rostro del Papa era enigmático, como si no hubiera nada, pero cuando te fijas podrías discernir alguna expresión, solo para volver a la misma resolución, inexpresivo.
"Elviroon, Jean, les debo mucho."
"Solo cumplimos con nuestro deber."
Dice Elviroon, imperturbable.
El Papa, dando un vistazo a los guardias, hizo un gesto para que abandonaran la habitación, inmediatamente se fueron.
"No, su hazaña va mucho mas allá de eso, pusieron sus vidas en juego a pesar de la desesperada situación, eso no lo haría cualquiera."
"No merezco tales palabras..."
"No seas tan humilde, acabaste con el desastre en nombre de la iglesia."
La ultima palabra sonó con un atisbo de resentimiento en su voz.
"Solo eran unas desgraciadas bestias, fue mala suerte que la tragedia escalara tanto..."
"Así es, fue mucha mala suerte, lamento sus perdidas..."
El Papa hizo una pequeña reverencia.
"Esta bien, ellos murieron cumpliendo con su deber, solo podemos esperar que no hayan muerto con arrepentimientos."
Jean, se mordió el labio al recordar las grotescas imágenes del campo de batalla.
"Incluso tuviste que sacrificar tu brazo, me asegurare de que seas debidamente recompensado."
"Agradezco su favor."
El Papa, a punto de decir algo mas, tocio, inmediatamente los guardias trataron de ayudarlo, pero este los detuvo y les hizo una seña para que abandonaran la habitación.
"¿Se encuentra bien?"
Recostándose en el sofá, y un poco cansado, hablo.
"Me queda poco tiempo de vida."
"...Espero que su salud mejore."
Esbozando una sonrisa, el Papa miro a las dos personas postradas ante el.
"Gracias a los cuidados que me proporcionan por mi posición viviré unos cuantos años mas, después de eso tendrán que elegir un nuevo Papa."
"Espero que ese día jamás llegue..."
Volviendo a su rostro inexpresivo el Papa miro al techo.
"Debido a mi 'Salud' la iglesia me tiene prohibido salir a menos que sea acompañado por los sacerdotes."
"Todos lo apreciamos mucho, Papa."
"¿Si? yo no estaría muy seguro..."
Elviroon, frunció el ceño, sabiendo hacia donde se dirigía esta conversación.
"Debido a mi incapacidad para abandonar el templo solo, me es imposible expandir la religión, y cada que salgo los sacerdotes evitan el contacto con otra gente."
El Papa, sin cambiar su expresión, se giro y se dirigió a un ventanal, mirando el jardín exterior, lleno de flores y arboles, las hojas caían a través de la ventana.
"Es irónico, el Papa, que a pesar de ser el puesto mas alto de la religión, no puede hacer nada contra los que están debajo de el."
Sujetando sus manos con fuerza, un leve temblor lleno el cuerpo del Papa.
"Pero los sacerdotes se están ocupando de expandir la gloria de la iglesia en mi nombre..."
Jean, comprendiendo poco a poco lo que decía el papa, miro a Elviroon, este, con su característica inexpresiva cara, solo miraba al Papa con el ceño fruncido.
"Así que poco a poco, mi influencia es mas baja, no seria mucho problema ya que es imposible revocar el puesto de Papa hasta la muerte del mismo."
"Por lo tanto, todavía le quedan unos años mas en el puesto."
"Si, pero después de que muera, se llevaran las elecciones papales, que suelen tomar de 2 a 5 años, depende de dos cosas, los votos de los sacerdotes y el reconocimiento de los creyentes."
"Lo primero esta completamente fuera de nuestras manos."
Elviroon, cambiando el tono a uno mas sombrío, lentamente desapareció el ceño de su frente.
"El reconocimiento, lo poseo yo, pero debido a mi incapacidad para salir, la estoy perdiendo poco a poco."
Jean, por fin comprendiendo de lo que hablaban, apretó los puños, las uñas clavándose en sus palmas.
'Esos sucios cerdos...'
"Así que necesito representantes para una regulación de las elecciones."
Finalmente, Jean rompió el silencio.
"¿Por qué nosotros?"
Con su voz un poco ronca y un tono melancólico, el Papa hablo.
"Porque no hay nadie mas."
Un silencio sepulcral lleno la lujosa habitación, después de unos segundos, se rompió el silencio.
"Esta, no es mas que una petición desesperada... una petición de un hombre viejo e impotente."
Girando para ver a los soldados arrodillados.
Elviroon, al ver de nuevo sus ojos, comprendido la emoción que estaba en ellos, sus ojos, opacos como vidrios empañados, revelaban una pena profunda.
"Por favor, no permitan que esos sucios sacerdotes tomen la iglesia por completo."
Con su voz casi rompiéndose por la impotencia, el Papa termino.
Elviroon y Jean se miraron, por unos segundos, luego respondieron al mismo tiempo.
"Seria un placer servirle, su eminencia."
FIN DEL PROLOGO