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—Debes estar muy descontento de que no entré en conflicto con la sede, ¿verdad? —preguntó Roland.
Estaba examinando el rostro de Aldo mientras preguntaba, como si intentara leer su mente.
En ese momento, Aldo parecía un poco deprimido. Parecía haber experimentado algún gran trastorno en la vida, y sus ojos carecían de espíritu y hasta parecían algo entumecidos.
—No tiene nada que ver con eso. Fue el apuesto joven talento de la familia Bard quien vino, así que es bastante normal para él saber cuándo avanzar y cuándo retroceder. Con la personalidad de los Hijos Dorados, tarde o temprano entrarás en conflicto con la sede. No tengo prisa —negó con la cabeza entumecida ante la pregunta de Roland.
—Entonces, ¿qué diablos pasa con tu apariencia de desamor, Presidente? —Roland encontró una silla y se sentó.
Había sillas de sobra, pero Aldo no se sentó. La tenue luz del laboratorio hacía que la expresión del presidente pareciera aún más sombría.