Dylan se encontró atrapado en las garras de otra pesadilla. Las escenas eran caóticas, no podía ver nada claramente, pero el pánico que le oprimía el pecho se sentía demasiado real, asfixiándolo mientras jadeaba en busca de aire.
En la neblina tenue de su sueño, el sudor le escurría por la cara y el cuello, empapando las sábanas mientras se revolvía y daba vueltas, intentando desesperadamente escapar del terror que se cerraba a su alrededor.
Una figura sombría se cernía sobre él, sus rasgos estaban oscurecidos—no había ojos, ni nariz, ni boca. Era aterrador, y su inquietud crecía. No importaba cuánto lo intentara, no podía ver la cara con claridad, pero podía sentir el temor ascendente. Su corazón latía acelerado al presagiar el peligro que esta figura representaba.
—¿Qué me hiciste? —preguntó.