—Su excelencia. ¡Obedeceré sus órdenes! —Abel se inclinó.
—Para que vivas más cómodamente en Ciudad Ángstrom, te otorgaré el título de aristócrata, un título de Señor. Como pago por los perfumes élficos que me estás dando, te daré tu propia villa. No vas a rechazar, ¿verdad? —La Gran Duquesa Edwina asintió con satisfacción.
—Sí, su Excelencia.
Es normal que Abel no discutiera con la Gran Duquesa Edwina por estas cosas. Ya no era un hombre ordinario. Ser un señor ya no era tan importante para él. En cuanto al dinero, siempre es bueno tener algo, pero no es importante ni para él ni para la Gran Duquesa Edwina.
El Duque Alberto observó cómo la criada sacaba a Abel del comedor. Se volvió a mirar a la Gran Duquesa Edwina:
—Edwina, ¿realmente quieres casar a tu hija con un humano?
—¿Estás diciendo que deberíamos encerrar a nuestra hija después de decirle que no puede estar con su amante? ¿Qué pasa si fracasa en su entrenamiento por eso? —respondió la Gran Duquesa Edwina.