No importa cuántas vidas recordara o cuántos siglos había experimentado, su familia, amigos y la gente de Shenzhou siempre serían su límite.
Nadie tenía permiso para tocarlos.
Quien lo hiciera siempre tendría que pagar un precio correspondiente.
Y esta vez, las acciones de Qin Xian no solo implicaron a Lin Huaijin, sino también a la vida de muchas personas inocentes.
Sin mencionar que, antes de que ella encontrara a Qin Xian, ya había dañado a incontables personas ordinarias.
Ella no podía tolerar que alguien tratara la vida humana como sin valor.
Sin esperar a que Qin Xian reaccionara, Ye Wanlan extendió la mano, agarró a Qin Xian que estaba sentado en el coche y lo arrojó al suelo.
—¡Ah——! —Qin Xian soltó un grito agudo—. Mi pierna, mi pierna...
Un mes de tiempo no era suficiente para que sus extremidades se recuperaran completamente, así que la próxima semana la Señora Qin lo acompañaría a Yunjing para recibir tratamiento de la Familia Su.
