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Un silencio mortal volvió a reinar.
Por un momento, el presentador sospechó que había algo malo con sus oídos.
Su mano, sujetando el micrófono, temblaba mientras preguntaba incrédulo —¿Qué has dicho?
—Quedan cinco, que vengan todos de una vez —la voz de Ye Wanlan seguía serena, su mirada hacia el presentador era impasible—. No me hagas repetirlo.
Esta declaración, una vez más transmitida a través de los altavoces, fue recibida con absoluto silencio.
La historia de la arena subterránea abarcaba más de un siglo.
Este había sido el campo de batalla donde la nobleza del País Wanta competía por poder y recursos.
Nadie sabía cuánta sangre había permeado en la tierra aquí, e incluso las paredes tenían su cuota de cadáveres incrustados.
Había quienes venían aquí por su propia voluntad para luchar por comida, así como maestros que triunfaban en docenas de encuentros.
Pero nunca había habido un suceso tan increíble como el de uno contra muchos.
