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Li Wan Er no esperaba que Su Han estuviera tan obsesionado con ella. Era como una bestia enloquecida que casi la desgarra.
Li Wan Er bostezó y su mirada encantadora hizo que Su Han sonriera amargamente en su camino de regreso.
Su Han sabía que tenía que volver antes de la cena. ¿Quién sabe qué haría Qiao Yu Man, ese pequeño diablo excéntrico, si llegaba tarde?
Su Han se duchó antes de salir de la casa de Li Wan Er para asegurarse de que no quedara ninguna evidencia en su cuerpo.
Era la hora de la cena cuando llegó apresurado a la casa de la familia Qiao.
En el salón, sólo Qiao Yu Man estaba sentada frente al televisor sola. Simplemente miró hacia atrás a Su Han, con una sonrisa triunfal en sus labios.
No importa cuán poderoso fuera su cuñado, todavía tenía que escucharla obedientemente.
Con ese pensamiento, Qiao Yu Man se sintió aún más complacida, pensando que tenía un buen control sobre él y que debía aprovecharlo al máximo.
