Ye Mo se calmó y casualmente agarró a Jing Xi y la tiró sobre el tapete de bambú al lado.
—No intentes esto conmigo, dime dónde está Susu. Te daré lo que necesito pagarte. No me interesas —la voz de Ye Mo era fría.
La alegría y la emoción de Jing Xi de repente fueron enviadas al abismo. Aunque su piel todavía estaba roja y los deseos innatos aún estaban en su corazón, ese pisotón a su ego la hizo incapaz de controlarse. Aunque el incienso la afectaba, el rechazo sin dudar de Ye Mo y sus acciones bruscas la hicieron incapaz de aceptarlo. Casi escupió sangre de la ira.
—Bien, eres muy bueno... —Jing Xi caminó hacia la esquina de la habitación y se paró frente al incienso. Luego, se volvió y miró fríamente a Ye Mo mientras decía:
— Lo lamentarás, quieres ver a Susu, en tus malditos sueños.
