Madeleine y Dyon se sentaron en lo alto de una masiva formación Ciervo Celestial que galopaba sobre el agua del océano, dejando detrás suaves ondulaciones.
—Entonces, ¿por qué crees que he estado estancada en el séptimo nivel de voluntad musical? —preguntó Madeleine con curiosidad.
Había dejado atrás los pantalones de chándal y la camiseta, muy para el pesar de Dyon, optando en cambio por su habitual qing pao morado casual. Su cabello estaba recogido, llevando el pasador defensivo que Dyon le había dado, sin saber aún que era un tesoro trascendente. Incluso había obligado a Dyon a llevar sus jeans y su camisa de vestir azul abierta.
Dyon miró a la chica que se sentaba en su regazo, sosteniendo una lira con una adorable expresión concentrada en su rostro, sintiendo su corazón en la garganta por lo que parecía la millonésima vez.
—Eres realmente demasiado hermosa —susurró Dyon.
Madeleine rió con dulzura. —Concéntrate, pervertido.