Días después, Dyon despertó y se encontró tumbado en una cama de hierba. De repente, se sintió mal.
—¡No les di buenos lugares para dormir! Soy un idiota.
Pero, antes de que pudiera levantarse, notó algo pesando en su pecho.
Allí, una adorable niña de cinco años dormía plácidamente, sus pequeñas manos agarraban la camisa de Dyon. Junto a ella yacía Pequeño Negro, echándose una siestecita sin preocupación alguna en el mundo.
Un dolor sordo invadió el corazón de Dyon. —Realmente no soy lo suficientemente bueno para ti, ¿eh, Pequeña Lyla? —Dyon acarició suavemente el largo cabello rosa de la niña.
—Mm —Lyla se removió, sintiendo un toque familiar—, ¿hermano mayor?
De repente, ella se despertó de golpe, agarrándose al cuello de Dyon y sollozando.
Dyon la sostuvo durante mucho tiempo. Parecía que quería decir algo pero no podía expresar las palabras. Él solo pudo suspirar.