Dyon apareció en un mundo de oscuridad. La única luz provenía del suelo agrietado bajo sus pies que parecía brillar en un rojo sangre. El cielo no tenía estrellas, solo se veía el tenue contorno de una torre en la distancia que irradiaba su propio color rojo.
El aire era pesado, y la sensación de peligro hizo que se le erizaran los pelos a Dyon. El espacio a su alrededor estaba lleno de lo que parecían ser contornos de árboles. Pero, cuando Dyon utilizó su Aurora para inspeccionarlos, se sorprendió al descubrir que estaban hechos de hueso carbonizado que se elevaba a tal altura que, incluso con la ayuda de su Aurora, Dyon no podía ver la cima.
Si no fuera porque eran tan delgados y escasos, nunca habría visto la torre en la distancia.
—¿Qué clase de mundo es este?...
Desde la memoria de su maestro, Dyon sabía perfectamente que cada mundo legado dejado por un experto era diferente. Sin embargo, una cosa permanecía igual: cada uno era una prueba para encontrar al sucesor ideal.