La noche estaba tan oscura como la tinta.
En el centro de la ciudad, al borde de la azotea de un edificio de cien metros de altura, una figura estaba tan inmóvil como una estatua.
Sus pies se tambaleaban al borde, a un paso de una caída de cien metros. Los automóviles iban y venían por la calle debajo de él.
Los ojos de la figura estaban cerrados, discerniendo cuidadosamente las innumerables fuentes de ruidos caóticos a su alrededor.
Los sonidos provenían de todas direcciones, de todos los rincones de la ciudad.
La ciudad era solo la cabecera de un condado, aunque de tamaño decente. Cuando las voces de todos los ciudadanos se unían, se convertían en una poderosa inundación de sonido.
Tang Hao se concentró en escuchar por un rato, luego frunció el ceño. Abrió los ojos para salir del trance.