Tang Hao se sentía deprimido: había sido muy malentendido. Estaba claro que él no había hecho nada contra ella.
—¡Oye! Escucha mi explicación. ¡No hice nada!
—¿Quién te creería?! ¿Quién más haría esto si no eres tú? ¿Yo? —Zhao Qingxue mordió sus brillantes labios rojos en un arrebato de furiosa vergüenza.
—Irónicamente, fuiste tú quien se lo hizo a sí misma... —murmuró Tang Hao.
—¿Qué dijiste? —Los ojos de Zhao Qingxue se abrieron en una mirada furiosa mientras su voz subía varios tonos.
—Si no me crees, ¡pregúntales! —Al decir eso, Tang Hao hizo un gesto hacia los policías criminales a su lado—. Estabas poseída por un fantasma justo ahora. Así fue como terminaron así las cosas.
Zhao Qingxue frunció el ceño como si recordara partes de lo que había sucedido. Su rostro se sonrojó como un tomate.
—Entonces... Entonces, ¡déjame ir! ¿Cuánto tiempo piensas sostenerme así? —Estaba tanto avergonzada como ansiosa. Su cuerpo suave luchaba ligeramente en el abrazo de Tang Hao.
—¡Oh!
