El fuego que envolvía a Daniel se extinguió lentamente, dejando su piel intacta, aunque su interior ardía con un poder caótico. Su corazón latía desbocado, como si no soportara el peso del pacto que acababa de aceptar.
—Esto no es... como lo imaginé —murmuró, cayendo de rodillas, jadeante.
El poder que sentía no era del todo suyo. Era inestable, como una bestia encadenada que luchaba por liberarse. Cada intento de controlarlo le provocaba un dolor insoportable en el pecho, como si miles de agujas perforaran su alma.
En ese momento, un eco resonó en el aire, una risa amarga que provenía de su interior.
—El poder no se te regala, joven fénix. Debes domarlo, o él te consumirá.
La voz era la misma que había oído antes. Daniel apretó los dientes, levantándose con dificultad.
—Si este poder es un pacto, entonces dime... ¿cuál es el precio real? —preguntó, mirando el amuleto que seguía brillando tenuemente en su mano.
La voz guardó silencio, pero una ola de recuerdos ajenos lo golpeó de repente. Vio visiones de un fénix luchando contra dioses, quemándose una y otra vez en una espiral interminable de muerte y renacimiento. Entendió que este no era un simple poder; era una maldición que lo obligaría a enfrentarse a sus propios límites, una y otra vez.
—El precio es tu humanidad. Cada vez que uses este poder, te acercarás más a convertirte en un ser de fuego puro, incapaz de amar, de odiar... de ser humano —respondió finalmente la voz.
Daniel sintió un escalofrío recorrerlo. ¿Sería capaz de pagar ese precio?
Pero no tuvo tiempo para más dudas. Desde las sombras, las Bestias Sombrias, ahora más cautelosas, rodearon el área. Una criatura, más grande que las demás, emergió de entre los árboles. Era un Tigre de Hueso Oscuro, una bestia de rango espiritual medio. Sus ojos brillaban con un hambre feroz, y su presencia hizo temblar el suelo bajo los pies de Daniel.
"Perfecto... ni siquiera tengo tiempo para asimilar esto," pensó, ajustando su postura.
—¿Quieres mi fuego? —dijo con un tono desafiante, extendiendo la mano. El poder respondió de inmediato, pero no como esperaba. Una llama descontrolada brotó, consumiendo parte de su brazo en el proceso. Daniel gritó, pero no se detuvo. Golpeó al Tigre con la llamarada, logrando herirlo, aunque el dolor que sintió fue insoportable.
El combate continuó, pero cada ataque de Daniel lo desgastaba más que a su enemigo. El fuego que emanaba era fuerte, pero su inexperiencia para controlarlo lo hacía errático y peligroso. Finalmente, tras un último golpe desesperado, el Tigre cayó, envuelto en llamas.
Daniel, sin embargo, también cayó de rodillas, incapaz de levantarse. Las heridas de su brazo no sanaban, y sentía cómo su energía vital se consumía a un ritmo alarmante.
Fue entonces cuando lo vio. Una figura conocida apareció entre las sombras. Su cabello negro caía en cascada, y su mirada era tan suave como siempre.
—¿Lila...? —susurró, incrédulo.
Era imposible. Lila, su amada, había muerto hacía tres años, sacrificándose para salvarlo en una emboscada del clan enemigo. Sin embargo, ahí estaba, su silueta iluminada por los restos de las llamas.
—Daniel... ¿por qué sigues aferrado al pasado? —preguntó, su voz cargada de tristeza.
Él sintió que su corazón se detenía. Quiso correr hacia ella, pero su cuerpo no le respondía.
—¿Eres real? ¿O esto es otro castigo del pacto? —preguntó con desesperación.
Lila no respondió de inmediato. En lugar de eso, se arrodilló frente a él, tomando su rostro entre sus manos. Sus dedos eran cálidos, reales, como los recordaba.
—Estoy aquí porque tú me trajiste. El poder que ahora cargas te conecta con lo que has perdido, pero cada vez que me invoques... más lejos estarás de la vida que alguna vez quisimos construir.
Daniel sintió un nudo en la garganta. No quería perderla de nuevo, pero tampoco podía permitir que este poder lo destruyera.
—No puedo dejarte ir otra vez —dijo, con lágrimas en los ojos.
Lila sonrió con tristeza.
—Entonces encuentra la fuerza para controlarlo, Daniel. Porque si fallas... no será solo tu humanidad lo que pierdas.
La figura de Lila comenzó a desvanecerse como cenizas llevadas por el viento, dejando a Daniel solo una vez más.
Pero esta vez, en lugar de desesperación, un fuego diferente ardía en su corazón.
—Si el camino del fénix significa renacer del sufrimiento, entonces lo enfrentaré... no importa cuántas veces tenga que caer —murmuró, levantándose con dificultad.
El bosque estaba en silencio de nuevo, pero el verdadero desafío apenas comenzaba.