En el corazón del Bosque de las Mil Sombras, una tenue brisa agitaba las hojas negras como la obsidiana, portando consigo el aroma de la humedad y la descomposición. Daniel, con la respiración entrecortada, yacía al borde de un acantilado, el cuerpo cubierto de heridas y su ropa hecha jirones. A lo lejos, los aullidos de las Bestias Sombrias resonaban como un recordatorio de que el peligro aún acechaba.
"¿Por qué todo tuvo que terminar así?" pensó mientras miraba el cielo nocturno.
Había pasado toda su vida entrenando bajo la tutela de su clan, el Clan Llama Carmesí, famoso por su técnica de cultivo basada en el control del fuego espiritual. Era un talento innato que Daniel había perfeccionado con sudor y sacrificio. Sin embargo, su ascenso al poder había despertado la envidia y el rencor de quienes creía sus aliados. Traicionado por aquellos en quienes confiaba, ahora no era más que un fugitivo perseguido por su propia familia.
Con los ojos entrecerrados, Daniel dejó caer la cabeza sobre la fría roca. Una joya brillante en su mano izquierda, el Amuleto del Fénix Carmesí, comenzó a irradiar un leve resplandor anaranjado, calentando su piel.
"¿Es este mi fin?" murmuró, sintiendo cómo su energía vital se desvanecía.
De repente, una voz profunda y antigua resonó en su mente.
—El fénix renace en las llamas de su propia destrucción. Si buscas poder, debes sacrificar todo lo que eres. ¿Aceptas mi pacto?
Los ojos de Daniel se abrieron de golpe. La voz provenía del amuleto, el artefacto ancestral que, según las leyendas del clan, contenía la esencia de un fénix inmortal.
"¿Sacrificar todo lo que soy? ¿Qué significa eso?" pensó con un destello de duda. Pero la alternativa era clara: morir en aquel bosque oscuro, olvidado por todos.
—Acepto —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
El amuleto estalló en un destello cegador. Una columna de fuego se alzó hacia el cielo, iluminando la noche. Daniel gritó al sentir que su cuerpo era consumido por las llamas. Su carne, su sangre, incluso su alma parecían arder en un fuego que no daba tregua. Pero en medio del dolor, una sensación de liberación lo envolvió.
Cuando el resplandor se desvaneció, Daniel se encontraba de pie, envuelto en un aura ardiente. Sus heridas habían desaparecido, y su cabello ahora tenía un tono rojizo que brillaba bajo la luz de la luna. En su interior, sentía un poder nuevo, salvaje e incontrolable, como si hubiera renacido de las cenizas.
El bosque estaba en silencio. Las Bestias Sombrias, que antes lo acechaban, ahora retrocedían, temerosas de la figura que había emergido de las llamas.
Daniel apretó los puños, sintiendo la energía fluir como un río de lava por sus venas. Pero junto con el poder, una voz desconocida resonó en su mente.
—Este es solo el primer paso, joven fénix. Ahora, debes decidir: ¿buscarás venganza o trascenderás el ciclo del odio?
Daniel alzó la vista al horizonte. Su destino ya no estaba escrito. El camino del cultivo lo había reclamado, y con él, el fuego de un nuevo propósito ardía en su alma.