Eren cayó de rodillas sobre un suelo húmedo y frío, jadeando. La luz del portal había desaparecido, y el aire que lo rodeaba estaba cargado de un silencio inquietante. A su alrededor se alzaban ruinas cubiertas de vegetación, vestigios de un mundo que parecía haber quedado en el olvido.
Sus sentidos, ahora mucho más agudos debido a los siglos de supervivencia en el vacío, captaron detalles que una persona normal no habría notado: el crujido de ramas a la distancia, el tenue olor a podredumbre en el aire, y las huellas recientes de algo grande y pesado que había pasado por allí.
"No es el mundo que conocía...", pensó, levantándose lentamente. La armadura que llevaba parecía más una reliquia que una prenda funcional; el tiempo en el vacío había dejado cicatrices incluso en los objetos más resistentes.
Eren caminó hacia las ruinas más cercanas. Lo que una vez pudo haber sido una ciudad próspera ahora estaba sumido en el abandono. Las paredes estaban cubiertas de musgo, y los símbolos grabados en las piedras eran extraños, como si pertenecieran a una civilización completamente desconocida. Se detuvo frente a un mural que mostraba figuras humanoides luchando contra bestias colosales.
—¿Qué sucedió aquí? —susurró para sí mismo.
De pronto, el sonido de pasos apresurados rompió el silencio. Eren giró sobre sus talones, su cuerpo instintivamente adoptando una postura de combate. De entre las sombras emergió un grupo de figuras, humanas pero maltratadas por el tiempo y la miseria. Sus ojos mostraban tanto miedo como hostilidad.
—¡Detente ahí! —gritó uno de ellos, un hombre delgado que sostenía una lanza improvisada.
Eren alzó las manos, intentando mostrar que no tenía intenciones hostiles, pero su imponente presencia y la energía oscura que emanaba de él parecían aumentar la tensión.
—No estoy aquí para luchar —dijo con voz firme.
—¿Quién eres? —preguntó una mujer del grupo, dando un paso al frente. Su rostro estaba cubierto de cicatrices, y sus ojos eran de un verde intenso.
—Mi nombre es Eren Valten. Soy... o era un guerrero de Valoria.
El grupo se miró entre sí, desconcertado.
—¿Valoria? Ese reino cayó hace más de cien años —respondió la mujer, su voz cargada de incredulidad.
Eren sintió un nudo en el estómago. "¿Cien años?", pensó. El tiempo en el vacío había sido aún más cruel de lo que había imaginado.
—Entonces... no hay nada que salvar —murmuró, más para sí mismo que para los demás.
Antes de que pudiera procesar la información, un rugido ensordecedor resonó en la distancia. Las figuras humanas se tensaron al instante.
—¡Es uno de ellos! —gritó el hombre de la lanza.
—¿Uno de qué? —preguntó Eren, aunque su cuerpo ya se preparaba para la batalla.
No tuvo que esperar mucho para obtener una respuesta. Una criatura colosal emergió de entre las ruinas, su piel cubierta de placas óseas y sus ojos brillando con una luz rojiza. Eren reconoció al instante la amenaza: era una de las mismas bestias que había enfrentado en el vacío.
—¡Corran! —gritó la mujer, pero Eren no se movió.
En lugar de huir, avanzó hacia la criatura. Cada paso que daba hacía que la oscuridad que lo envolvía se intensificara, hasta que su figura parecía más la de un demonio que la de un hombre.
—Esto es lo que soy ahora... —murmuró, mientras un arma se materializaba en su mano: una espada negra como la noche, un fragmento del vacío que había traído consigo.
La batalla fue brutal. La bestia atacó con una fuerza descomunal, pero Eren era más rápido, más fuerte. Cada golpe que daba era preciso, cada movimiento una danza mortal. El grupo de humanos observaba con horror y fascinación mientras Eren desmembraba a la criatura sin piedad.
Cuando todo terminó, Eren se volvió hacia ellos, su rostro cubierto de sangre y su mirada carente de humanidad.
—Este mundo me quitó todo. Ahora, me aseguraré de que nadie se interponga en mi camino.
Las palabras resonaron como una sentencia de muerte. El grupo no supo si huir o arrodillarse ante él. Una cosa era segura: Eren Valten no era el salvador que esperaban.
Fin del Capítulo 2