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Un dolor agudo me atravesó cuando el goblin me hirió con su lanza. Un ardor intenso recorrió mi garganta y, con un esfuerzo, escupí la sangre que llenaba mi boca.

—Mierda... Mierda... Mierda... —pensé, sintiendo que las cosas no iban a terminar bien.

Con la lanza aún incrustada en mi abdomen, hice un corte rápido y preciso en la yugular del goblin. Me alejé, aprovechando el momento para retirar la lanza de mi herida. Saqué una poción de mi bolsa y la vacié en la herida. Como si el tiempo regresara, la herida comenzó a cerrarse rápidamente.

De repente, otro goblin se acercó a su compañero caído, gritando en un idioma que me sonó extraño. A pesar del efecto casi milagroso de la poción, la pérdida de sangre seguía pesando sobre mí. Me costaba mantenerme en pie, y las náuseas y el mareo me invadían.

Cruce mi mirada con el goblin que parecía ser su líder. Su lengua, igualmente extraña, me hizo suponer que daba órdenes, porque rápidamente me rodearon, cortando cualquier ruta de escape posible. El miedo y la desesperación comenzaron a apoderarse de mí.

—¿No se supone que los goblins son los monstruos más débiles y de escasa inteligencia? —me pregunté, horrorizado al ver que estaban bien coordinados y armados con equipamiento de hierro.

El goblin líder se lanzó hacia mí como una flecha, su hacha en mano y su armadura de cuero crujía con cada movimiento. Su rostro estaba contorsionado en una mueca de odio, y sus ojos brillaban con una luz malévola.

El aire se llenó con el sonido de su gruñido y el golpe de su hacha mientras se acercaba a gran velocidad. Con un movimiento pesado, me aparté justo a tiempo, sintiendo el viento de su paso mientras la hoja mellada pasaba a escasos centímetros de mi rostro.

Mi corazón latía con fuerza mientras contraatacaba. Mi espada cortó el aire con precisión, y el goblin líder no pudo reaccionar a tiempo. Mi hoja se hundió en su brazo izquierdo, cortándolo limpiamente. Un grito de agonía resonó en el aire mientras su brazo se desplomaba inerte.

Los otros goblins, al ver a su líder malherido, se lanzaron hacia mí con un grito unánime. Cinco de ellos se abalanzaron al mismo tiempo, sus armas brillando en la tenue luz. Me preparé para defenderme, mi mente corriendo a mil por hora.

Detuve el ataque del primer goblin con una patada que lo envió volando, pero mi victoria fue efímera. Otro goblin aprovechó la apertura y me hizo un corte profundo en la espalda. Antes de que pudiera reaccionar, el tercero me clavó su espada en la pierna. El dolor me hizo gritar desgarradoramente; mi visión se nubló y mi fuerza comenzó a desvanecerse. Caí de rodillas, indefenso.

Con un esfuerzo sobrehumano, me levanté, ignorando el ardor en mi pierna. Golpeé a un goblin que se acercaba con el mango de mi espada, y cayó al suelo, aturdido. Pero no había tiempo para descansar. Un cuarto goblin se abalanzó sobre mí con un hacha, y logré girar a un lado, sintiendo cómo la hoja pasaba rozando mi costado. Con un movimiento rápido, respondí con un corte que le abrió una herida en el pecho. No se detuvo, y con la adrenalina corriendo por mis venas, retrocedí, intentando mantener mi distancia.

Desesperado, intenté recuperar el control de la situación. Detuve el ataque de otro goblin con un bloqueo, pero el impacto resonó a través de mi brazo. Con un giro, logré desarmarlo, lanzando su espada lejos y aprovechando el momento para golpearlo en la cara. El goblin cayó, pero su compañero, que había estado observando desde un costado, lanzó un ataque sorpresa.

No tuve tiempo para evitar el golpe. Sentí un dolor punzante en mi lado mientras otro goblin me hería. La sangre brotó de la herida, y caí de rodillas de nuevo. Me sentí rodeado por la muerte segura. No me quedaban pociones para curarme. Maldije mi suerte, pensando que aquí terminaba mi anhelada vida en este nuevo mundo.

De repente, una flecha plateada surgió del aire y se clavó en la cabeza del goblin más cercano, matándolo instantáneamente. Los otros goblins se quedaron paralizados de sorpresa y terror, incapaces de reaccionar ante la repentina aparición de la flecha.

Entonces, una figura se materializó a mi lado, moviéndose a una velocidad que parecía imposible. Era una mujer de cabello largo y plateado, con ojos que brillaban como estrellas en la noche. Llevaba una espada larga y delgada, y con un solo movimiento, cortó a los goblins restantes como si fueran papel.

La mujer se detuvo a mi lado, su rostro reflejando una profunda preocupación.

—¿Estás bien? —me preguntó, su voz suave y llena de empatía. Pero yo ya no podía responder. Mi visión comenzó a nublarse, y mi conciencia se desvaneció lentamente. Sentí que me hundía en una oscuridad profunda y silenciosa, y luego… nada. Perdí el conocimiento.

Así fue mi primer encuentro en otro mundo.