Me presento, mi nombre es Reese Reed. En 1998, decidí ir a un pueblo suizo ubicado a las orillas de un acantilado que, durante los atardeceres, brillaba con un tono esmeralda. Mi viaje se vio motivado por incontables rumores y relatos que sus visitantes contaban. Muchos aseguran que es un lugar mágico que cura a los enfermos.
Numerosos relatos cuentan cómo un hombre que padecía Alzheimer fue a ese lugar y, al volver a su hogar, se había curado. Otros relatos hablan de una señora que sufría de depresión causada por la muerte prematura de su hijo, y que se curó al visitar esta "tierra mágica". Se curó tan completamente que muchos aseguran que era como si nunca hubiera tenido al niño.
Sin embargo, otros cuentan historias de personas que se pierden, no de manera literal, sino que se han encontrado individuos en las cercanías y pueblos adyacentes al lugar quienes no recuerdan ni su propio nombre ni de dónde vienen. Lo más aterrador es que ni siquiera existen para los registros civiles ni las bases de datos mundiales.
Es por estos rumores que yo, el periodista Reese Reed, decidí ir a documentar este pueblo, su historia y sus misterios en febrero de 1998.
Llegué a Suiza el 17 de febrero de 1998 y me dirigí al pueblo del acantilado esmeralda. Recuerdo bien ese día: tomé el tren a las 08:00 horas y, mientras pasaban las paradas, subió una señora de unos 86 años. Su apariencia era despreocupada, como si no se peinara desde hacía años. Tenía una joroba que solo había visto en camellos, y sus dientes eran prácticamente encías, pero no juzgo, yo también soy de apariencia despreocupada.
En fin, esta señora decidió sentarse a mi lado en el tren. Tras unos minutos, me preguntó con una sonrisa que iba de oreja a oreja: "¿Adónde se dirige, joven?". Con respeto, le respondí que me dirigía a un pueblo a las orillas de un acantilado para documentar ciertos sucesos que ocurrían allí. Cuando se lo dije, su sonrisa se desvaneció al instante y adoptó una expresión seria y de disgusto. Me dijo preocupada y con tono asustado: "Aléjate de ese lugar, está maldito, y el solo hecho de que quieras acercarte a él ya te maldecirá a ti, a tu familia y al mundo".
Sus palabras me dejaron totalmente descolocado. Mientras asimilaba lo que me había dicho, la señora se fue disculpándose, diciendo que no quería verse envuelta en esa "maldición". Pensé en las palabras que me había dicho durante el resto del viaje. Reflexioné sobre si valía verdaderamente la pena ir a documentar un lugar tan misterioso. Pero ya estaba llegando al lugar, así que decidí echar todas mis preocupaciones por la ventana. Bajé del tren y me dirigí a un pequeño hotel a la entrada del pueblo. Allí solo pude hospedarme en la habitación número 4. Esto, para muchos, no será algo importante o relevante, pero para mi familia materna, proveniente de China, siempre fue de mal augurio. Sin embargo, no había mucho que pudiera hacer. Así que después de acomodarme en mi habitación, decidí tomar mi cámara e ir a recorrer este pueblo tan misterioso.
Saliendo del hotel, me topé con un habitante del pueblo con el cual entablé una pequeña conversación. Antes de hacer entrevistas a los lugareños, decidí recorrer el pueblo, así que le pregunté por los lugares más importantes. Este me señaló tres: un pequeño parque de arte abstracto, un restaurante que servía sus más exquisitos platillos, y el acantilado esmeralda, carente de seguridad pero con las más bellas vistas durante los atardeceres.
Decidí ir al parque de arte. Allí se exhibían diversas obras de todos los tamaños y colores, pero una destacaba por encima del resto: una escultura de un material negro similar al mármol. En ella, se podía apreciar cómo cientos de manos salían del pedestal y sostenían a una persona despedazada. Sentí que era algo tétrico, pero quise intentar encontrar un significado para esta obra. Lo primero que pensé fue que podría ser una representación de cómo, a pesar de los altibajos de la vida, siempre habrá alguien dispuesto a extenderte una mano y ayudarte a levantarte. Pero no me convencía. También llegué a interpretar que lo que buscaba retratar su autor era la desesperación o la fragmentación de la mente del individuo. Pero el único que sabe el verdadero significado es el autor.
Así que me dediqué a sacar fotos y registrar este arte y mis apreciaciones en mi diario. Para cuando acabé, ya se había hecho tarde, así que decidí ir a almorzar al restaurante que me habían mencionado antes. Cuando llegué, se veía que era un lugar animado, lleno de vida y con un buen ambiente. Me senté en una mesa y llamé al camarero, quien me entregó el menú. Al echar un vistazo, me sorprendí al ver que contaba con innumerables platillos de todas partes del mundo. Parecía que estaban preparados para todo tipo de visitantes, con separaciones en los tipos y lugares de origen de las diversas comidas que ofrecían.
Pero allí me llamó la atención un apartado que ponía "comida local". Un platillo llamado "las manos del acantilado" capturó mi interés. Le pregunté al camarero de qué se trataba, y él me explicó que era una especie de molusco que habitaba en el acantilado, cubierto de pesto. Tentado por la exoticidad de lo que parecía un plato único, decidí pedirlo. Cuando llegó mi plato, no pude evitar sorprenderme. Eran unos moluscos negros de apariencia extraña; si tuviera que describirlos, diría que parecían manos, ya que contaban con un cuerpo del cual un extremo era más grande y plano que el otro y tenía cinco protuberancias que los asemejaban a una mano. Su sabor era similar al de una ostra, pero más amargo, y dejaban un regusto y una sensación arenosa y seca, como si al tragarlos se llevaran la humedad de tu boca. Siendo honestos, no me gustaron y el precio no era barato que digamos.
Se hicieron las 14:00 horas y faltaba poco para el atardecer, así que saqué un par de fotos del establecimiento y decidí ir hacia el acantilado para capturar una foto del atardecer.
Eran las 16:00 horas y el sol comenzaba a bajar. La vista era algo indescriptible: el bello bosque reflejaba los rayos del sol, haciendo que, cuando estos se proyectaran hacia el acantilado, el cielo tomara un color esmeralda. Este fenómeno era sorprendentemente bello a la par que inquietante y carente de sentido. Perplejo por lo que contemplaba, saqué fotos y anoté mis experiencias en mi diario.
Como ya estaba oscureciendo, decidí volver al hotel. Pero cuando me di la vuelta, sentí una presencia a mis espaldas. "¿Cómo es posible?", me preguntaba, inmóvil en el mismo lugar, sin mirar hacia atrás por el miedo. Empecé a avanzar hacia adelante para alejarme del acantilado y de esa presencia, hasta que desperté en mi habitación. Asumí que, del miedo, había corrido tan deprisa que al llegar allí me desmayé por la presión.
Eran las 9:00 del día siguiente. Bajé al comedor del hotel a desayunar y a empezar a redactar mi reporte sobre las cosas que había visto y vivido. Pero cuando llegué, me percaté de algo: algunos huéspedes parecían pálidos y carentes de sentimientos. Me preguntaba qué les pasaba, pero no me atrevía a preguntar, así que me puse a trabajar.
Cuando llegaron las 12:00 horas, me dirigí hacia el restaurante para ir a almorzar. En el camino, me topé con el chico que me recomendó los lugares a visitar previamente. Allí me presenté formalmente y él me dijo que se llamaba Lukas. Le pregunté si podía entrevistarlo y él accedió. Empecé preguntándole si había nacido en el pueblo, cosa que negó, comentando que se había mudado hace dos años desde un pueblo cercano. Le pregunté qué le parecía el pueblo y si había vivido algún suceso extraño en esos dos años. Asintió y me dijo: "A veces siento una presencia a mis espaldas, como si alguien se subiera en ella e intentara llamar mi atención". Asombrado, decidí indagar si alguna vez se dio la vuelta para ver qué era. Me respondió que no. Le noté incómodo, así que decidí agradecerle por su tiempo y seguir con lo mío.
Cuando estaba llegando al restaurante, ahí estaba de nuevo, esa presencia me hacía sentir la espalda pesada. Alguien, no algo, quería que me diera la vuelta, pero mi instinto me decía que no lo hiciera. Cuando me di cuenta, estaba comiendo espaguetis al pesto en un restaurante. Me preguntaba qué pasaba. "¿Cómo llegué aquí?" No sabía qué había pasado ni recordaba nada de las últimas horas. Terminada la comida, salí del restaurante y me puse a pensar qué era lo último que había hecho. ¿Qué hice? Llegué al pueblo, me registré en el hotel y hablé con un chico que me recomendó tres lugares para visitar. Ah, ya sé, vine al restaurante a comer. Asumí que no recordaba nada por el cansancio del viaje, así que decidí ir a los dos lugares que me faltaban: el parque de arte y el borde del acantilado.
Mi siguiente parada fue el parque de arte. Allí se exhibían diversas obras de todos los tamaños y colores, pero una destacaba por encima del resto: una escultura de un material negro similar al mármol. En ella, se podía apreciar cómo cientos de manos salían del pedestal y sostenían a una persona despedazada. Sentí que era algo tétrico, pero quise intentar encontrar un significado para esta obra. Lo primero que pensé fue que podría ser una representación de cómo, a pesar de los altibajos de la vida, siempre habrá alguien dispuesto a extenderte una mano y ayudarte a levantarte. Pero no me convencía. También llegué a interpretar que lo que buscaba retratar su autor era la desesperación o la fragmentación de la mente del individuo. Pero el único que sabe el verdadero significado es el autor.
Después de estas apreciaciones, decidí sacar mi diario para anotar todas ellas... y lo que vi me dejó helado. Las mismas palabras que había pensado ya estaban escritas en mi diario. No solo eso, también tenía reseñas del restaurante y apreciaciones del atardecer que todavía no había observado. En eso, sentí una presencia en mi espalda. Me pesaba, alguien estaba detrás de mí. Tenía tanto miedo que no podía voltear, y entonces escuché a alguien llamándome. Era el chico de antes. En ese momento, la presencia desapareció y me dirigí hacia él. Decidí presentarme formalmente y preguntarle si me dejaría entrevistarlo. Cuando él me dijo: "¿Otra vez?", quedé frío. Le pregunté a qué se refería y me dijo: "Ayer nos conocimos y le recomendé qué lugares visitar, y hace unas horas nos presentamos formalmente y me entrevistó, ¿no lo recuerda? Me puse ansioso cuando mencionó lo de la presencia, pero no quería que se fuera pensando que me había ofendido".
Estaba perdido, no recordaba nada de ello. ¿Cómo que ayer? Llegué hoy, le dije al chico y él me lo negó, afirmando que llegué ayer. ¿Cómo era posible? Ya había visto el atardecer y entrevistado a este chico, y no recordaba nada. No sabía qué había pasado ni por qué no recordaba nada. En eso, el chico me preguntó si había sacado fotos. Recordé que tenía mi cámara, una prueba irrefutable de si ya había estado aquí. Decidí ver las fotos y cuando las vi quedé atónito. Fotografías de un atardecer esmeralda empezaron a aparecer en las imágenes, y recordé que el chico mencionó una presencia extraña. ¿Habrá sido la misma que sentí hoy? No lo sabía, pero sí sabía cómo averiguar qué era.
Me reuní con Lukas y le pedí si me prestaría algún espejo. Le conté mi plan: colocar un espejo a uno de mis perfiles y, cuando sintiera la presencia, sacar una foto sin mirarla directamente. El chico se ofreció a acompañarme, pero esta presencia solo aparece cuando estás solo. Cuando la sentí en el parque de arte, desapareció al aparecer Lukas, lo que significa que solo aparece cuando el individuo está solo. Tendí mi trampa en el parque de arte y esperé. Y esperé. Entonces empecé a sentir mi espalda pesada. Seguí mirando hacia el frente mientras sacaba la foto, apuntando como podía sin mirar hacia el costado o hacia atrás. En el instante en que saqué la foto, la presencia desapareció. Decidí ir a revelar las fotos a mi habitación e invité a Lukas.
Una vez reunidos, le expliqué a Lukas cómo revelar una foto y empezamos a revelar la foto que saqué de la presencia. Cuando la revelamos, Lukas la tomó y la observó, y en ese mismo instante gritó: "¡AHHHH, NO PUEDE SER!". Entonces, del piso salieron unas manos oscuras y le quitaron su alma. Su alma luchó por volver a su cuerpo, pero se fragmentó y solo pudo regresar la mitad a su cuerpo; la otra mitad se la llevaron las manos.
Atónito por lo que presencié, agarré a Lukas y lo acosté en mi cama, esperando a que despertara. Cuando le pregunté: "Lukas, ¿estás bien?", me respondió con un frío y seco: "¿Quién es Lukas?". En ese momento lo comprendí. Ate los cabos con estas experiencias y mis anotaciones del diario y descubrí el misterio del pueblo del acantilado esmeralda. En él habita una presencia que, si te elige como víctima, sentirás una presencia detrás tuyo y, si la observas de cualquier forma, te atacará para intentar llevarse tu alma.
Tengo dos teorías en base a cuánto consume del alma de quien la observa. La primera es que solo puede llevarse un porcentaje o de alguna forma se ve limitada. La segunda es que el porcentaje del alma que se lleva de quien la observa es proporcional a las ganas de luchar del individuo. Al perder poco a poco el alma, tus recuerdos disminuirán en la misma medida, haciéndole más fácil al final consumirte del todo, ya que no tendrás el 100% de los recuerdos o experiencias que tenías antes y que te permitían luchar contra esta presencia.
Mi teoría sobre cómo se activa o ataca es que esta es independiente y solo puede atacar a un individuo a la vez. Por eso no ataca cuando estás en grupo. El ataque a Lukas fue una excepción por una de estas dos razones: o no quiere que nadie sepa su forma, lo cual dudo, ya que me habría atacado a mí, o se activa automáticamente cuando alguien la observa, da igual la forma, sea foto, volteando cuando decide atacar, o un reflejo.
Mientras asimilaba esta información, Lukas, o quien solía ser, decidió ir hacia la foto y levantarla. Todavía recuerdo ese día: "Oye, toma, se te cayó esto al piso". Al parecer, volvió a observar la foto porque volvió a surgir la presencia y se llevó el resto de su alma. Cuando lo vi, parecía un cascarón carente de sentimientos. Salió de mi habitación y se fue. No sabía qué hacer o cómo ayudarlo, así que, sabiendo todo esto, guardé la foto con sumo cuidado y decidí volver a casa con todos estos datos e información.
A medida que me iba del pueblo, sentía cómo la presencia se hacía cada vez más y más fuerte a mis espaldas, hasta que, cuando llegué a la estación del tren, desapareció y yo me encaminé para volver a mi hogar.
En conclusión, en Suiza hay un pueblo al borde de un acantilado esmeralda en el cual habita una presencia que, si te elige como su víctima, sentirás algo similar a un peso en la espalda. Si decides voltear, esta presencia manifestará unas manos del piso que intentarán llevarse tu alma a un lugar desconocido. Desconozco cuánto se llevaron de mi alma, si podré recuperarla o si ya lo hice. Hay experiencias que no recuerdo, pero sé que las viví por mi diario de aquel viaje.
Si algún día decides ir al pueblo de "The Emerald Cliff", recuerda esto e intenta siempre estar acompañado, así la presencia nunca te atacará. Y, por lo que más quieras, no intentes buscarla. No vale la pena el riesgo solo para olvidar tu pasado; puede que con él también te pierdas a ti mismo.
Autor:
-Reese Reed¿?