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Pokemon: Adventure in the dark

🇦🇷bwnjatn
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Synopsis
un adulto, campeón del competitivo del pokemon se dio cuenta de que las acciones en su vida lo llevaron a una enorme soledad, con el arrepentimiento en su garganta, murió con la tristeza en sus ojos.
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Chapter 1 - el arrepentimiento del Campeón

Un hombre adulto, con el cabello azabache como el mismo carbón y ojos que reflejaban la pureza de la esmeralda, estaba sentado en un viejo sillón de cuero. Su expresión, cansada por el paso de los años, mostraba el agotamiento que sentía por la vida misma. En sus manos, sostenía un pequeño cuadro que brillaba bajo la luz tenue del cuarto.

"Cuánto lo siento, abuelos..."

Pequeñas lágrimas surcaron su rostro, arrugado por el tiempo. Recuerdos llegaron a su mente como destellos fugaces: una imagen detrás de la otra, sin previo aviso.

Un niño pequeño estaba acurrucado bajo los brazos de un anciano. En su rostro se reflejaba la felicidad y tranquilidad de aquellos días.

"Parece que ya se durmió, ¿no?"

Levantó la mirada y vio a su esposa acercándose con una bandeja de comida.

"Al parecer, sí," respondió el abuelo con una sonrisa, acariciando con cariño la frente del niño.

Los años pasaron. El niño que antes dormía bajo los brazos del abuelo, ahora se encontraba sentado bajo un árbol en el jardín. En sus manos, una consola que llevaba impresa la palabra "Game Boy".

El adolescente parecía completamente absorto en la pantalla que iluminaba su rostro.

En ella, un entrenador pixelado se encontraba acompañado de un gran lagarto que escupía fuego. Frente a él, un Pokémon con la apariencia de un dragón japonés. Sobre él, en un cuadro de texto, leía: "Campeón Lance".

El nerviosismo era evidente. Gotas de sudor recorrían su frente, empapando su camiseta.

"Me estoy quedando sin vidas... Necesito un crítico urgente."

El joven apretó un botón con determinación. ¡Llamarada!

El ataque, tipo fuego, acertó de lleno. Con un golpe crítico, el Charizard acabó con su oponente.

La escena cambió. El personaje pixelado se acercó al entrenador.

"Ahora eres el campeón de Kanto."

La emoción invadió a Tobías, reemplazando su nerviosismo por pura alegría. Tras tantos intentos, finalmente había logrado completar su juego favorito.

De repente, una voz interrumpió su felicidad:

"¡Tobías, ven a comer!"

La escena cambió de lugar. Bajo una tormenta sin precedentes, el sonido de los truenos retumbaba en el aire, mientras dentro de la casa se desataba una discusión feroz.

"¡Maldición, Tobías! ¿Realmente crees que ese juego inútil te traerá la felicidad en la vida?!"

El abuelo de Tobías, de pie frente a él, su voz llena de furia, parecía más grande que la tormenta que rugía afuera.

"¡Tus notas han bajado considerablemente por culpa de ese maldito juego! ¡Y ya basta! ¡Voy a quitártelo ahora mismo!"

El joven Tobías, de cabello azabache y ojos llenos de frustración, dio un paso atrás, la adrenalina recorriéndole las venas. Su respiración era agitada, el miedo mezclado con ira.

"¡No puedes hacerme esto, abuelo! ¡NO PUEDES!"

Gritó con los puños apretados, su voz temblaba, no solo por el miedo, sino por la furia que burbujeaba en su pecho.

El abuelo lo miró fijamente, sus ojos reflejaban decepción. La tormenta afuera parecía palidecer frente a la que se desataba en el interior de la casa.

"Tienes que aprender a vivir en el mundo real, Tobías. ¡Deja de esconderte en esos malditos videojuegos!"

Tobías tragó saliva, su mente daba vueltas, atrapado entre el amor y el resentimiento. Lo que sentía era más que tristeza; era la sensación de que el mundo que había creado a través de los videojuegos, su único refugio, se estaba desmoronando frente a él.

"¡Pero esto es lo único que tengo, abuelo! ¡Esto es lo que me hace sentir bien!"

La rabia lo consumía. ¿Por qué no podían entenderlo? ¿Por qué no podían ver lo que él veía?

El abuelo, al escuchar esas palabras, cerró los ojos, respirando hondo.

"Y eso es precisamente lo que me preocupa. No puedes vivir de esa forma, Tobías. Hay más en la vida que tus logros virtuales."

Sus palabras eran duras, pero con un tono de tristeza, como si ya hubiera perdido la esperanza de cambiar algo en su nieto.

Tobías no podía soportarlo más. En su mente, algo hizo clic.

"¡NO LO VES! ¡TÚ NO LO VES!"

Con un movimiento rápido, se acercó a la consola en la mesa y, con un solo gesto, la lanzó al suelo. El sonido del plástico quebrándose fue como una punzada en su pecho.

"¡AHÍ ESTÁ! ¡Lo tiras todo por... por esto! ¡Por la escuela, por las notas, por todo lo que me haces sentir como si fuera un fracaso!"

El silencio que siguió fue abrumador. El abuelo, en su rostro, no solo llevaba la frustración, sino también el dolor por ver a su nieto tan perdido en su mundo.

A pesar de la furia de su abuelo y el grito que resonaba en la casa, Tobías no podía dejar ir lo que sentía. El videojuego era lo único que le daba un propósito, lo único que le ofrecía un escape a la confusión y frustración de su vida. Aunque su consola había quedado destrozada en el suelo, algo dentro de él se encendió. No podía permitir que todo terminara así.

Poco después de ese día, las cosas en casa fueron tensas. Su abuelo nunca dejaba de mencionarle su rendimiento en la escuela, y su abuela lo miraba con esa mezcla de preocupación y tristeza. Tobías ya no sentía que encajara en ese hogar, y su rebeldía crecía. Se sentía incomprendido, pero había algo más: la pasión por los Pokémon seguía ardiendo dentro de él, más fuerte que nunca.

Un día, en la escuela, uno de sus pocos amigos, un chico llamado Julián, se acercó a él. Había escuchado sobre el enfrentamiento en su casa, y en lugar de juzgarlo, decidió ayudarle. Julián le ofreció su consola, un Game Boy como el que Tobías había tenido, y le propuso algo.

"Te dejo la consola, Tobías, pero... si llegas a ganar el torneo, quiero que me lo demuestres. He visto cómo eres cuando te concentras en algo. Tienes potencial."

Tobías, con un brillo renovado en los ojos, aceptó sin pensarlo. A partir de ese momento, se escapaba de su casa en silencio, buscando un lugar apartado donde pudiera jugar en paz. Se quedaba horas en un rincón de la biblioteca, en un banco del parque, o en el viejo cobertizo de su vecino, donde nadie podía encontrarlo. La pasión por los Pokémon, por ser el mejor, lo mantenía en movimiento.

Los días pasaron volando mientras entrenaba, perfeccionando sus estrategias y aprendiendo de cada batalla. Sabía que si quería ganar el torneo, tendría que estar al máximo nivel, sin importar lo que sucediera en su casa. Cada victoria en el juego era una forma de recordarse a sí mismo que aún podía conseguir lo que quería, que no estaba derrotado.

Finalmente, el día del torneo llegó. La tensión era palpable, pero Tobías no sentía miedo. Su corazón latía con fuerza, como si todo lo que había vivido lo hubiera llevado hasta ese momento. En la gran final, tras una feroz batalla, Tobías logró la victoria. La pantalla mostró el mensaje que tanto deseaba ver: "¡Has ganado el torneo!"

El sentimiento que invadió su pecho fue indescriptible. La sensación de triunfo era dulce, y por primera vez en mucho tiempo, Tobías sintió que su vida tenía sentido. A pesar de todo, de la soledad, de las discusiones, de los sacrificios, lo había logrado.

Esa misma tarde, tobias con emoción fue a contarles la noticia a sus abuelos, sin pensar en las consecuencias que esto tendría en su vida y en su carácter.

Ambos ancianos estaban en la sala, sentados en sus sillones de siempre. El abuelo, con su rostro serio y arrugado por los años, levantó la vista al escuchar la puerta abrirse. La abuela, con una sonrisa cálida, no pudo evitar mirar a Tobías con una mirada llena de esperanza, como si esperara ver en él algo más que un simple adolescente atrapado en sus videojuegos.

Tobías, con una sonrisa radiante y la consola en las manos, se acercó rápidamente. "¡Abuelos, lo logré! ¡Ganamos! ¡Soy el campeón de Kanto!" dijo con entusiasmo, la voz llena de emoción.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. La abuela, que siempre había estado a su lado con dulzura, miró a su nieto con un brillo de orgullo, pero rápidamente esa mirada se desvaneció cuando vio la expresión en el rostro del abuelo.

"¿Qué has hecho, Tobías?", dijo el abuelo, su voz grave y tensa. "¿Qué te cuesta ver que hay cosas más importantes que esos malditos juegos? ¿Qué esperas conseguir con todo esto?" Su tono no era de celebración, sino de reproche, como si ese logro no tuviera ningún valor para él.

Tobías, confundido, intentó explicar. "¡Es importante para mí! Lo he conseguido después de tantos intentos. ¡Esto significa algo, abuelo!" Pero el abuelo no lo escuchaba, su enojo solo aumentaba.

La abuela trató de suavizar la situación, pero la tensión era palpable. "Quizás, Tobías, esto no sea lo que esperábamos... pero ¿no crees que te has olvidado de lo que realmente importa?"

"¿De lo que importa?" Tobías no pudo evitar soltar una risa amarga. "Esto es lo único que me importa, ¿entienden? ¡Este es mi sueño! ¡Este logro es lo único que me da felicidad!"

El silencio llenó la habitación. El abuelo se levantó lentamente, su mirada fría y severa. "Si ese es tu sueño, entonces ya no hay nada más que decir", dijo, y se dio media vuelta, saliendo de la sala sin otra palabra.

Tobías, con el corazón acelerado, miró a su abuela, esperando encontrar algo de consuelo en ella, pero ella no decía nada. Solo lo miraba con tristeza, como si lo viera alejarse aún más de ellos, sin poder hacer nada para evitarlo.

Esa tarde, después de haber ganado su torneo, Tobías se encontró más solo que nunca. No celebró su victoria. En lugar de sentirse feliz por el logro, se sintió vacío. El rechazo de sus abuelos le dolió más de lo que esperaba. Se dio cuenta de que, por más que ganara, nunca tendría lo que realmente deseaba: su aprobación, su comprensión.