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Crónicas de Temis

🇪🇸AisuruChaaan
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Synopsis
Andrómeda, la reencarnación de la justicia, es encomendada con la misión de encadenar a una deidad capaz de sumir toda la realidad en una eterna oscuridad. Sin embargo, primero, deberá dejar de lado su inocencia y preparar su mente para el inicio de su viaje.
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Chapter 1 - Capítulo I: La enfermedad que corrompe el alma

Las dudas y el gran enfado de Andrómeda desaparecieron fugazmente cuando la elfa escuchó nuevamente los gritos desesperados de su amigo. Ya habían discutido muchas otras veces, por cuestiones similares. Normalmente Benjamín hacía algún comentario, guiado por su gran curiosidad infantil, que ofendía gravemente a Andrómeda. Y normalmente, cuando esto sucedía, Benjamín volvía a los pocos días con algún regalo especial para ella, a modo de disculpa por herir sus sentimientos.

Para Andrómeda eso no era nada nuevo, ya que realmente solían discutir a menudo, y la mayoría de veces por cosas sin sentido, al fin y al cabo seguían siendo niños. Es normal que los niños discutan y tengan diferencias a menudo, sobre todo si provienen de culturas completamente distintas. También, es normal que los niños no sepan gestionar correctamente sus discusiones tontas y acaben en discusiones mayores. Lo que no era tan normal, y era algo que Andrómeda tenía muy claro, era la desesperada y rota voz de Benjamín.

Aquel fue el primer día que Andrómeda escuchó esa voz en su amigo, ya que usualmente su voz era alegre y en ella podía notarse una gran ilusión e inocencia. Sin embargo hoy, su voz parecía la de un espejo que se había roto en mil pedazos. O que había sido roto por algo que se había reflejado en él, algo muy peligroso y oscuro. Algo capaz de corromper cualquier voz, hasta la más inocente y pura.

Andrómeda decidió dejar de lado su orgullo, aunque sólo por hoy, y correr en busca de su amigo. Se adentró aún más en el oscuro bosque, tan rápido que perdió de vista los brillantes rayos de luz que se asomaban entre los árboles. Tan rápido, que ni siquiera prestó atención al escarpado camino por el que había llegado a aquel robusto árbol, sobre el que descansaba tranquilamente minutos atrás.

La elfa sólo se guiaba por el roto sonido de la voz de su amigo- ¡Andrómeda te lo ruego!- de repente se escuchó un golpe seco en el bosque, como si algo hubiera caído , y hubiera partido varias ramas y frutos secos que se encontraban en el suelo. Andrómeda, al escuchar el ruido, corrió hacia él de forma realmente ágil, ya que la elfa intuyó que su torpe amigo era el responsable de aquel sonido.

-¡Benjamín! ¿Dónde estás? ¿Estás bien?- Gritaba Andrómeda, mientras giraba rápidamente la cabeza de lado a lado, intentando encontrar a Benjamín.

-Estoy aquí...- Andrómeda frenó en seco. Aunque la voz de su amigo seguía sonando rota, esta vez tenía un tono apagado y cansado también, parecido al canto de un pájaro había volado sin parar durante días.

Ese canto, provenía de detrás de un moribundo y apagado rosal, en el que sólo quedaban algunas flores y ramas marchitas. Entre los agujeros que formaban los restos de la que alguna vez fue una hermosa planta, se atisbaba a ver un trozo de una tela azul cobalto, un tejido muy similar al que formaba la característica esclavina que siempre vestía Benjamín.

Al ver aquella tela, Andrómeda sintió un pequeño alivio ya que pensó que al fin había encontrado a su amigo. Sin embargo, al pensar que Benjamín podría estar herido de verdad, ese pequeño y refrescante alivio desapareció rápidamente, dejando nuevamente aquella sensación de preocupación y confusión en la joven elfa.

Sin dudarlo dos veces, Andrómeda se apresuró a ayudar a su amigo, que efectivamente, se encontraba tirado detrás de aquel moribundo rosal.

-¿Estás bien Benjamín?- preguntó la niña con tono de preocupación, un tono que cambió drásticamente cuando la elfa se dio cuenta de que dejaba entrever demasiado sus emociones. Con su gran orgullo de vuelta, Andrómeda ayudó a su amigo a incorporarse de nuevo.

Benjamín logró levantarse a duras penas. Sus grandes ojos verdes, parecían espejos a punto de romperse en mil pedazos. Espejos, en los que se veía reflejada una profunda desesperación. Una desesperación que nuestra protagonista fue capaz de percibir al instante, y que logró conmover una parte de sus entrañas.

Andrómeda calló por un momento, pensando en alguna palabra de consuelo para su amigo, que no fuera muy sentimental, pero que sirviera para subir un poco su moral. La elfa abrió la boca por un instante creyendo tener las palabras perfectas, sin embargo, Benjamín, que parecía haber salido de su estado de shock, rompió en un incontrolable llanto. Un llanto tan fuerte y profundo con el cual podría haber resucitado a aquél marchito rosal, y que podría haber despertado a cualquier bestia que durmiera profundamente en el interior del oscuro bosque.

-Mi madre Andrómeda, ¡mi madre va a morir!- dijo Benjamín con la voz rota. Tan pronto como arrancó su llanto, lágrimas de cristal y que reflejaban una profunda tristeza, comenzaron a correr por sus redondas mejillas.- ¡Mi madre va a morir, al igual que mi padre, y me quedaré completamente sólo!- el niño comenzó a toser repentinamente debido al gran esfuerzo que le suponía llorar de aquella forma.

-Cálmate Benjamín, si lloras así no soy capaz de entenderte. - Andrómeda tiró suavemente del brazo de Benjamín (mientras este se limpiaba las lágrimas con la mano de su otro brazo) para incitarle a caminar. La elfa buscó un lugar donde poder sentarse para que ambos hablaran sobre aquello que inquietaba al pequeño humano. No muy lejos de donde se encontraban, hallaron el tronco de un pequeño pino tumbado en el suelo. Parecía que llevaba mucho tiempo yaciendo en aquel lugar, ya que estaba tapado por una manta de musgo y plantas que vivían sobre él.

-Siéntate aquí y respira, ¿de acuerdo?- ambos niños se sentaron en aquel solitario tronco. Era el momento perfecto para hablar sobre aquello que había hecho caer en tal profunda desesperación a Benjamín. Los dos se encontraban completamente solos, sentados sobre un conveniente y cómodo tronco en un claro relativamente confortable dentro de aquel desolador bosque. Antes de que comenzara su charla, una tenue brisa cargada con un pequeño sentimiento de esperanza comenzó a correr entre ellos.

-Anoche, cuando te enfadaste y te fuiste decidí volver a mi casa.- Benjamín limpió nuevamente las lágrimas que corrían por su rostro- Últimamente te he visitado bastante, y he estado llegando bastante tarde a mi casa también, puede que más de lo que debería.- de repente, el rostro de Benjamín se ensombreció notoriamente.

-Cuando ayer llegué a las afueras del bosque, encontré a mi madre inconsciente en el suelo.- los ojos de Benjamín parecían romperse cada vez más a medida que hablaba. Su voz, la cual había conseguido calmar un poco, volvía a resquebrajarse con cada oración.

-¿Por eso estás tan alterado?- Andrómeda miró a su amigo con decepción, aunque un sentimiento de intranquilidad seguía perturbando su alma- No deberías alarmarte. Seguramente, estaría preocupada y saldría a buscarte. Podría haberse desmayado por el cansancio.- La elfa intentó consolar a su amigo con una solución racional y simple, sin embargo, la reacción de su amigo empeoró notablemente.

-¡No lo entiendes Andrómeda!- dijo Benjamín sobresaltado, quién sabe si por la impotencia de que Andrómeda no entendiera correctamente su situación, o porque su amiga, sin ella quererlo, estaba menospreciando su problema- ¡Yo también pensé eso al principio! La ayudé a levantarse y la acompañé hasta nuestra casa. Cuando llegamos, y a la hora de cenar, parecía todo normal- la voz de Benjamín comenzó a quebrarse de nuevo. Andrómeda intuyó, que su amigo estaba a punto de contarle la parte realmente importante de la historia.

-Esta mañana, cuando fui a ver cómo se encontraba mi madre...- las lágrimas que tanto amenazaban con salir, cumplieron su advertencia. Dos ríos de desesperación comenzaron a discurrir nuevamente por las ya rojas mejillas de Benjamín. Andrómeda, comenzaba a caer en la desesperación también, ya que su amigo estaba jugando con su corta paciencia al no ser capaz de contar aquello que había conseguido sumir su característica sonrisa en un mar de lágrimas incontrolables.

-Benjamín deja de llorar de una vez por la gloria de Sunsher. ¡Dime por favor qué es aquello que ha hundido tu alma en la agonía!- Andrómeda agarró con fuerza las dos mejillas de Benjamín con sus manos, obligándolo a que sus ojos se encontraran.

El corazón de Benjamín pareció detenerse por un instante, y este paró de llorar repentinamente ya que no esperaba que su amiga lo agarrara de aquella forma. O tal vez, pero sólo tal vez, dejó de llorar porque encontró el consuelo que tanto buscaba (y que su amiga no era capaz de transmitir) en aquellos ojos rosados, que irradiaban una luz capaz de apaciguar hasta al corazón más agónico de todos.

-Sus ojos Andrómeda... Sus ojos estaban completamente vacíos. Como si su alma estuviera ahogándose en un mar de oscuridad...- la voz de Benjamín terminó de quebrarse en aquella última palabra. Aunque las lágrimas habían cesado, y sentía algo de liberación por al fin haber logrado transmitir su gran problema, aún sentía como aquel puño seguía jugando a su antojo con su pobre corazón.

-El médico que trabaja para nuestra familia- Benjamín hizo una breve pausa para recomponerse- cree que mi madre padece una enfermedad que se ha estado transmitiendo por Liberta...- Andrómeda soltó a Benjamín repentinamente y abrió sus cristalinos ojos como platos. Benjamín, sin embargo, no le dió mucha importancia a esto, ya que pensó que su amiga no estaría familiarizada con este tipo de enfermedades ya que era una elfa.

-Es una enfermedad horrible de verdad. Nadie que la haya padecido ha sobrevivido.- Benjamín comenzó a desesperarse de nuevo- Ni siquiera los mejores médicos han sido capaces de crear un tratamie- Andrómeda, con la mirada petrificada, interrumpió bruscamente al joven humano antes de que este rompiera en llanto nuevamente.

-¿Cómo has dicho que eran sus ojos Benjamín?- el repentino cambio de actitud en la elfa desconcertó al niño, que prosiguió respondiendo a su amiga.

-Eran... Negros. Completamente negros. Pero no un negro normal. Negros, vacíos. Como si hubieran perdido su brillo. Como la antorcha que se extingue en medio de la tormenta.

Un escalofrío recorrió la espalda de la joven. En ese momento, el sonido de un trueno, similar al de una bestia que no había comido en semanas, partió la atmósfera silenciosa del bosque. Como si Benjamín hubiera predicho el futuro, una tormenta se desató repentinamente y con una furia incontrolable sobre ellos. Sin que los niños se hubieran dado cuenta, los cálidos rayos del Sol habían desaparecido, dejando en su lugar oscuras nubes deprimentes.

Un enorme y creciente sentimiento de repulsión surgió en las entrañas de la elfa. La oscuridad. Aquello capaz de corromper hasta el alma más pura y noble, y aquello capaz de acabar con la tan perfecta armonía creada por la bondadosa luz. Aquello cuya misión era condenar. Andrómeda se levantó con el rostro completamente ensombrecido, y miró a Benjamín con unos ojos afilados como puñales, aunque extrañamente, él encontraba consuelo en el filo de esas armas letales.

-Llévame con tu madre Benjamín- Nuevamente, se escuchó el sonido de un trueno caer sobre el bosque. Sin embargo, esta vez no rompió el silencio, sino el ruido de las miles de gotas de agua que caían sobre el suelo escarpado, rompiéndose en mil pedazos más.

Benjamín posó su cristalizada y desorientada mirada sobre su amiga. Estaba completamente confundido. No entendía por qué, Andrómeda, que actuaba siempre de forma calmada y reflexiva, y que parecía tener una apatía natural hacia los humanos, ahora le pedía impulsivamente que la llevara ante su enferma madre.

Benjamín, decidió ignorar la repentina petición de su amiga, bien porque no sabía qué responder, o bien porque no quería hacerlo.

-Para serte completamente sincero- el niño volvió a secarse las lágrimas que mojaban su pequeño rostro- he venido a buscarte porque pensé que podrías ayudarme...- Benjamín apretó con fuerza sus manos, dejando ver notablemente un sentimiento de impotencia que torturaba su inocente alma.

-Al fin y al cabo eres una elfa. Debes ser muy sabia, seguro que sabes qué puede ocurrirle a mi madre...- La voz de Benjamín volvía a apagarse lentamente, ya que el joven humano, pensaba que no existía ningún tipo de salvación para su amada madre. O tal vez, simplemente estaba avergonzado por tener que pedirle tal favor a Andrómeda, ya que no quería que ella pensara que era tan inepto como para ni siquiera poder ayudar a la persona que él más amaba en el mundo.

Sin embargo esto no podía alejarse más de la realidad. Con cada palabra que Benjamín dejaba salir de su boca, crecía en la elfa un sentimiento de profunda impaciencia e intranquilidad. Por un lado, impaciencia porque sentía que su amigo nunca cesaría de poner absurdas excusas. Por el otro, intranquilidad ya que si era cierto lo que Benjamín decía, no sólo era su madre la que corría peligro, sino que aquel podría ser el inicio de algo muchísimo más catastrófico.

Y aunque Andrómeda nunca lo admitiera, puede que su orgullo, cegara una minúscula parte de su corazón. Una parte reservada especialmente para aquel niño de ojos verde esmeralda, que parecía que empezaría a llorar en cualquier momento si ella no respondía a su pedido.

Motivada por su sentido del deber, y puede, pero sólo puede, por su afecto y preocupación por su amigo, Andrómeda respondió el ruego del niño. Sin embargo, las palabras que salieron por sus delicados labios, fueron tan frías y cortantes que apuñalaron con facilidad el frágil corazón de Benjamín.

-Pues claro que sé lo que le ocurre a tu madre, Benjamín. Tu madre no padece ninguna enfermedad. El alma de tu madre ha sido corrompida por la más vil y retorcida oscuridad. Una oscuridad, que está extinguiendo su vida al igual que la siniestra noche es capaz de consumir la tenue pura luz de cualquier estrella. Ahora mismo, el alma agónica de tu madre se retuerce en el seno de aquella oscuridad. Y créeme cuando te digo esto mi querido amigo, ya que precisamente por respeto a nuestra amistad estoy siendo sincera contigo.

El rostro antes colorado de Benjamín palideció tan rápidamente como el sonido de un tercer trueno que volvió a romper la atmósfera de tensión que existía entre los dos niños. O tal vez, simplemente fuese el sonido del corazón del pequeño humano rompiéndose en pedazos, al haber sido apuñalado con tales crueles palabras sobre la agonía de su preciada madre.

Andrómeda miró nuevamente a los ojos de Benjamín. Estos, que antes fueron capaces de transmitirle una calma y un consuelo divinos, ahora parecían reflejar un profundo sentimiento de dolor.

-Tu madre morirá antes del próximo atardecer. Su alma será consumida por la noche, incapaz de obtener descanso eterno. Si amas a tu madre, si de verdad deseas salvarla, llévame ante ella.