Durante un momento, Violeta desató una serie de maldiciones que habrían hecho sentir orgulloso a cualquier marinero. Nancy alguna vez se burló de su boca sucia, advirtiéndole que eso le traería problemas algún día.
Pero realmente, ¿qué esperaba, criándola en un lugar como el gueto? Sin embargo, la situación actual merecía todas las maldiciones que pudiera lanzar sobre el tonto que había manipulado hábilmente su destino.
Nada dolía más que el ardor del arrepentimiento. ¡Debería haberlo sabido! Las señales habían estado allí, claras como el día, pero las había ignorado, cegada por su hambre de una vida mejor. Ninguna escuela legítima la habría aceptado con esa grosera solicitud que envió. Y sin embargo, de alguna manera, lo hicieron.