Ewan estaba soñando.
Veía a su yo más joven brincando alegremente por un sendero herboso, hacia una niña de su misma edad.
La niña estaba agachada cerca de un río, lanzando pequeñas piedras al tranquilo cuerpo de agua, sin percatarse de su aproximación.
Cuando notó que la chica no era consciente de su presencia, dejó de brincar y se acercó a ella de puntillas.
Estando justo detrás de ella, le cubrió los ojos con sus pequeñas palmas.
La niña no gritó como él había supuesto. En cambio, sonrió y llamó su nombre —Ewan.
Él suspiró dramáticamente y soltó sus manos.
—¿Qué te tomó tanto tiempo? —La niña se giró para enfrentarlo.
Ewan se sobresaltó por su rostro borroso.
Sin embargo, se escuchó a sí mismo hablar —Mamá me envió a hacer un recado. Lo siento.
—Está bien. Ya estás aquí. ¿Quieres jugar?
El joven Ewan sonrió ampliamente, asintiendo con la cabeza —Es un placer, Princesa...
Hizo una reverencia con la cabeza, haciendo que la niña se riera antes de ponerse de pie.