El viento golpeaba la roca, haciendo volar la arenilla del suelo por sus paredes mientras los últimos rayos de sol marcaban la muerte del día y el nacimiento de las primeras estrellas en el firmamento. Conforme pasaban los minutos, la luz del norte se hizo, sin embargo, más y más brillante en medio de la oscuridad que contemplaba con paz a una mitad del mundo, tal como hizo desde y por siempre. La llanura se extendía somnolienta ya, con unos cuantos arbustos creciendo por aquí y por allá en medio de la misteriosa desolación, tan abrigadora, que daba la bienvenida a su seno a los hijos de la tierra y el aire.
Los armadillos se metían a sus madrigueras, una tuna golpeaba el suelo seco y un coyote hambriento la tomaba entre sus fauces para masticarla, mientras un cucarachero daba saltos en las fauces de una cueva. En su interior, una figura se hallaba sentada con las piernas cruzadas, de espaldas a la fogata, rodeada a su vez de un colgador rústico con ponchos y una alfombra de lana tejida con patrones decorativos en rombo y zigzag. Una minúscula lagartija reptó desde una fisura brevemente, atraída por las brasas, y fue tomada por el pico del ave, que se fue volando, al tiempo que desde la parte superior de la oquedad, una cascabel descendía lentamente.
La presa que seguía, sin embargo, era demasiado grande para tragarla. Esta saltó, con los colmillos goteando veneno directo hacia sus costillas, mientras su potencial víctima observaba un par de alas desvanecerse en el horizonte. Con una maniobra increíblemente rápida, el cuello del reptil fue agarrado por una pinza de dedos gruesos, provenientes de una mano gruesa, callosa. Aquel era un hombre de anchas espaldas, que se puso de pie para asomarse a la luz de una luna llena brillando entre nubes, mientras tomaba una bocanada del fresco aire nocturno y caminaba fuera, mostrando el poncho que llevaba encima.
Tras llegar a nivel del suelo arenoso, lanzó a la serpiente lejos. La luz blanquecina de la penumbra iluminaba a medias su rostro bronceado de rasgos severos, mirada pesada y cabello ondulado que le llegaba hasta los hombros, amarrado solo por una cinta rojiza con patrones triangulares. Una vez se aseguró de que la alimaña se alejara, se devolvió sobre sus pasos, subiendo con sorprendente agilidad para lo que su canosa barba corta podía hacer pensar de su edad. Justo antes de que alcanzase el interior de la caverna, una brisa le acarició la cicatriz en forma de V en su rostro, y su nariz captó al momento un olor que le sobresaltó, llevando su mente hacia una serie de pesadillas despiertas que jamás ha podido olvidar.
John Rambo podía recordarlo, una esencia que precedía siempre a la muerte durante la mayor parte de sus 78, ¿o 79 ya? años de vida; jamás sería capaz de enterrar el horror del fuego, cada grito y quejido lastimero de agonía, cada zumbido letal grabado en sus tímpanos. Sonrió tristemente.
- Pólvora - masculló.
Las llamas alrededor de su refugio se levantaron como una muralla viviente; su mente lo calculó con rapidez, eran más altas que él mismo. No avanzaban, lo que confirmaba la fuente, pero sí le enjaulaban, ¿pero por qué ahora?¿qué más quería quitarle el mundo, sino la vida en este punto?
Lo que parecía un altoparlante se activó rasgando la quietud partida por las brasas delante y detrás.
- Herr. Rambo, Sie sind umzingelt! Runter auf die Knie und die Hände so, dass Sie sie sehen können! Bereiten Sie sich auf die Übergabe vor!
- Rayos...