"Es… peligroso", la voz del niño era como si viniera de una gran distancia.
Un sentimiento escalofriante y helado atravesó la sangre de Sebastian y sus ojos si volvieran por en un parpadear en rojos y mortales.
Más lo oculto antes que Cinthia pudiera darse cuenta. La comunicación entre padre e hijo no podría ser oída por Cinthia, aunque su hijo estuviese en su vientre; les hablaba por medio de la mente.
¿Pero quién era Cinthia? Cuando los dos eran jóvenes, estaba acostumbrada a luchar contra aquel hombre, estando para a par con ello, y ella lo conocía como la palma de su mano.
"¿Aconteció algo?", preguntó preocupada, por más que Sebastian ocultará, era inútil. "¿Hay algo de errado con los gemelos?"
"No hay nada con su salud", dije suavemente besando su frente. "El intercambio ocurrió sin errores. Deja de preocuparte y descansé un poco, haré arreglos para que vayamos a la ciudad de los elfos en la próxima semana, para que Samira eche un vistazo.
Aun desconfiada, más sabiendo que no podría conseguir nada estando agotada, ella concordó, cerrando los ojos, sus manos en su vientre, mientras se quedaba dormida.
Sebastian se puso en pie, en sus ojos había solo cariño y cuidado hacia su esposa y preocupación hacia sus hijos, sí.
Sus hijos, cuando él y Cinthia descubrieron la historia, no dudaron en intentar hacer con que esos niños naciesen. Era como si todo fuera arreglado para que ellos fuesen una familia, pero él también sabía que no sería tan sencillo.
Sus hijos poseían almas poderosas, aunque un milenio tenga pasado.
Sin embargo, esas almas fueron muy dañadas, tan dañadas que antes mismo de nacer, el miedo los hacía tomar medios extremos para sí proteger…
Saliendo del cuarto, encontró a su hermano menor caminando de un lado al otro del lado de fuera, así que sus ojos, si encontraron, supe que algo no estaba bien.
"Ven conmigo", dijo sin permitir que Simon dijera nada: "No incomode a su cuñada"
"Sí", dijo lo joven, que parecía una persona totalmente diferente de lo que enfrentara Anthea anteriormente, un obediente hermano menor, pero no dudó en acrecentar: "Pero, quizás, ella también necesita oírlo."
"Eso lo decidiré yo mismo", dijo Sebastian alejándose de la habitación. "En el momento su cuñada está ocupada con los niños, no debe ser molestada".
"Pero eso puede tener algo a ver con los niños", dijo con cuidado, pero su hermano no pareció sorprendido y continuó alejándose hacia su oficina, pero el mayordomo los bloqueó el camino.
"Primero Maestro, Lord Wenderl y Lady Anya, traen noticias de la Señora"
"¿Mamá?", preguntaron incrédulos los dos hermanos.
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Algunas horas antes, en algún lugar abandonado, una mujer adentro arfando dentro de una casa destartalada, sus ojos rojos de enojo y rabia, pero antes que pudiera extravasar su enojo en una botella de alcohol, notó la figura heroica jugada en su sofá, la mirando con diversión, pero cautela.
"Pequeña bruja, ¿quién te dejó tan enojada?, pensé que Athena estuviera en entrenamiento cerrado y nadie más pudiera molestarte"
Anthea no quería molestarse con aquella mujer, pero su maestra le dejó una misión, y debía cumplirla. Nadie más que ella conocía los métodos despiadados de la antigua señora del norte, o mejor, la antigua señora de los Hesperus.
"¿Por qué alguien como tú te quedas aquí?", preguntó Anya, no esperando una respuesta de la joven; mejor, a ella no le importaba realmente
"Porque nadie sano viene aquí" resoplo arrojando su capa cubierta de ventisca en una mesilla bamba, sus ojos si volvieron hacia Anya que le sonreía no si importando con su respuesta afilada, poniendo los ojos en blanco fue hasta su cuarto y volvió con una caja con dos pociones de color blanca "Los dos tienen que tomar al mismo tiempo, o no funcionará"
Anya murmuró su concordancia, mirando las pociones con una mirada vacilante: "Aquella mujer… ¿Dijo alguna cosa más?"
"Esta es la última", dijo Anthea y una pitada de lástima cruzó sus ojos; sin embargo, cuando Anya la miró, había solo enfado. "60 pociones, todo el día trece del primer mes del año por 60 años, eso impedirá que lo que no debe ser perdido piérdase, y no dejará que ustedes dos se lastimen"
Anya se puso de pie, sus ojos distantes, más resolutos. Hace sesenta años, ella cometió un crimen. No se recordaba lo que pasó exactamente, pero tenía certeza de que se le recordaba, nunca se perdonaría.
"Gracias, pequeña bruja", dice con una sonrisa pálida y se fue con un movimiento. Del lado de fuera, un caballo negro, alto y poderoso, la esperaba, montándolo, disparó en la dirección sudeste.
Media hora después, detente delante de una caverna oculta y adentro en ella, dentro solo había un hombre descomunalmente alto y fuerte encadenado a una cama de roca. Ese hombre tenía los ojos rojos mientras forzaba las corrientes; sus ojos demostraban dolor y furia.
Anya dio una respiración temblosa y empezó a cantar en el idioma de los elfos, finas corrientes de niebla de color verde emanaron de su cuerpo penetrando no cuerpo del hombre que poco a poco fue sé calmando, cuando dejo de moverse, la miro con sus ojos oscuros un rato antes de agotado parecer que iría a dormir, pero ella seguro su brazo, él la miró y pareció entender, porque intento levantarse, ella fue ayudarlo, pero él negó.
"Tenga cuidado, niña, aún no he bebido la porción", dijo el hombre agotado. "Si te lastimo, no me perdonaré jamás"
"En todo ese tiempo nunca me has lastimado", dijo Anya suspirando, pero dejó el hombre sentarse solo:
"La poción… Anthea dijo que es la última vez".
"Entonces será la última", dijo desacostumbrado con su propio cuerpo. "Mi hermano pasó por eso, y lo superó, no sé cómo, pero lo hizo, entonces el medio debe ser el mismo."
Anya, por alguna razón, se sentía preocupada; algo le decía que después que ellos dos bebieren esa porción, todo cambiaría. El hombre notó su vacilación, y le miró atentamente, pensando que otra cosa le preocupara.
"Anya, me has ayudado todo ese tiempo sin pedir nada, todos piensan que eres una niña tola persiguiendo un hombre que te rechaza… hizo eso para proteger mi secreto, pero, aun así, cuando eso terminar, mientras no encuentre a nadie que le guste, te voy a apoyar, aunque no tengas más que mantener mi secreto"
La mente de Anya se llenó de furia, no era eso que ella quería, ella no quería que él asumiera esa maldita responsabilidad, ella quería que él le gustara por ella, no por cualquier responsabilidad, acercándose hasta estaban cara a cara, le gusto ver como el hombre se quedaba rígido, le gustaba ver como él tenía que contenerse por pura fuerza para no tocarla.
"Enano" dijo con una sonrisa perversa, su mano toco su pecho desnudo lleno de sudor pelo ataque anterior, sintiendo los músculos bajo su mano, y el poderoso latido de su corazón, era rápido, vigoroso, le gustaba… su sonrisa se tornó mayor "Hablas como si fuera un sacrificio quedarse conmigo, te tomaré aquí y ahora"
Wenderl le miró con los ojos oscuros, pero sintió algo además de su virilidad, despertar dentro de él, algo oscuro, y peligroso. Agarró la mano que le tocara, intentando con todo su ser controlar la fuerza: "¡La poción!"
Escuchando la tensión del enano, ella se alejó y tomo las dos porciones dentro de la caja, Wenderl le miraba como si fuera un depredador, toda la gentileza anterior había desaparecido, ella sabía por sus músculos rígidos que él estaba conteniéndose, rápidamente abrió las dos botellas al mismo tiempo y se acercó del enano que tomo la botella y al mismo tiempo que ella la tomó.
Pero… después de tomar esa porción por 59 años, ya estaban acostumbrados con su gusto y efecto.
Su efecto en el enano era suprimir su maldición, haciendo con que él volviera a su estatura normal, y en Anya, era suprimir algo, que ella no tenía idea de lo que era.
El gusto era diferente y los efectos también.
Pues inmediatamente, imágenes que empezaron a invadir sus cabezas, Anya puso las manos en la cabeza, pues las imágenes eran punzantes, tambaleando cayo en el suelo de rodillas sosteniendo la cabeza, que dolía como si una cosa estuviera creciendo dentro de ella.
Gimiendo de dolor, una nueva conciencia parecía estar hurgando la suya, calmando su dolor y así que terminó, ella no levantó la cabeza, su cuerpo temblaba, su miente llena de horror y asco hacia sí misma.
Sintiendo la mirada fija en su cabeza, ella miró el enano, que aún estaba en el cuerpo maldito, pero la antigua locura había pasado. La miraba con ojos sin emociones, o más precisamente, miraba su vientre…