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Chapter 30 - Capítulo 30: El Confidente Nocturno

Una noche serena, después de un largo día de trabajo y con la luna iluminando débilmente el cielo despejado, Asher (el padre de Emilia), invitó a Dextera Dei, ahora conocido como Lamec, a cenar en su humilde hogar. El aroma de una sencilla pero bien preparada comida llenaba la cabaña, mientras Emilia, tras un día de juegos, se había quedado profundamente dormida en su habitación. La pequeña había empezado a ver a Dex con cierta familiaridad y, aunque él mantenía siempre una actitud distante, comenzaba a desarrollar un afecto más profundo por la niña. Su inocencia y vitalidad le recordaban lo que alguna vez fue su propio mundo, antes de la guerra, antes del caos.

—Es una niña especial —comentó Dex mientras Asher colocaba los platos sobre la mesa.

Asher sonrió, pero había una tristeza oculta detrás de esa expresión amable. Se sentó frente a Dex, y la luz cálida de las velas proyectaba sombras danzantes en sus rostros. Por un momento, ambos se quedaron en silencio, saboreando los primeros bocados de la comida.

—Gracias por todo lo que has hecho por nosotros —dijo Asher, rompiendo finalmente el silencio—. No es fácil criar a una niña solo, menos en un mundo como este.

Dextera Dei, siempre vigilante, asintió. Estaba acostumbrado a las luchas del día a día, pero nunca había lidiado con una relación familiar tan íntima. A medida que la conversación avanzaba, Asher empezó a relatar una historia que no había contado a muchos. Una historia que llevaba guardada en lo más profundo de su corazón.

—Sabes, todo esto... —dijo, moviendo la mano alrededor, refiriéndose al estado del mundo— no es nada comparado con lo que viví de niño. Yo vi el comienzo de todo —sus ojos se nublaron por un momento, llenos de recuerdos—. Mi padre... nunca fue el mismo desde que mi madre nos dejó.

Dex lo miró, su interés se despertaba por el tono serio en la voz de Asher.

—¿Tu madre? —preguntó Dex, manteniendo un tono casual, aunque notaba la carga emocional en cada palabra.

Asher dejó escapar un suspiro antes de continuar.

—Cuando era niño, todo cambió con la llegada de los ángeles caídos. Mi madre... —hizo una pausa, como si reunir fuerzas para hablar fuera más difícil de lo que imaginaba—. Mi madre se enamoró de uno de esos seres. Yo era muy joven para entender lo que sucedía, pero mi padre lo vio todo. Vio cómo ella se fue, cómo dejó nuestra familia por un amor imposible, por algo que no pertenecía a este mundo. Nunca la perdonó. Y la furia, la tristeza... lo consumieron hasta el final.

Dextera Dei se mantuvo en silencio, sabiendo que había más en la historia.

—Cuando cumplí 23 años, mi padre no aguantó más. Se quitó la vida, dejándome solo con las memorias de una madre que había elegido otro destino —dijo Asher, sus ojos reflejaban el dolor del pasado—. No supe nada más de ella. Desapareció como si nunca hubiera existido.

La confesión de Asher no solo revelaba su propio sufrimiento, sino también la fragilidad de los lazos humanos en un mundo roto por fuerzas divinas. Dex sintió un vínculo extraño con esa historia, aunque nunca lo admitiría.

—¿Y después de eso? —preguntó Dex, su voz neutral pero cargada de curiosidad.

—Conocí a una mujer. No era una mujer ordinaria. —Asher se recostó en su silla, recordando esos días—. Cayó del cielo, literalmente. Tenía una armadura desgastada, sus alas maltratadas. Era como un ángel, pero no del tipo que los humanos solemos imaginar. Había algo en ella, algo que no puedo describir. Estaba rota, pero no solo físicamente, sino por dentro, como si hubiese soportado más dolor del que cualquiera podría imaginar.

Dextera Dei observaba a Asher con intensidad, escuchando atentamente.

—Nos enamoramos. Parecía una locura, pero para mí fue lo más natural del mundo. Con ella tuve a Emilia. Era todo lo que un hombre podría desear, pero... —hizo una pausa, su voz se quebró ligeramente—. Cuando Emilia cumplió cinco años, desapareció. Sin dejar rastro. Una mañana simplemente ya no estaba. Y aquí estoy, solo con mi hija, tratando de darle un futuro en un mundo lleno de incertidumbre.

El silencio que siguió a esa confesión fue pesado. Asher había hablado más de lo que jamás había dicho a nadie, y Dex lo sabía. Asher lo miró a los ojos, esperando tal vez una palabra de comprensión o consuelo, pero Dextera Dei no era el tipo de ser que ofrecía palabras reconfortantes. En su lugar, se quedó quieto, observando el rostro de un hombre que había perdido casi todo, pero que aún encontraba la fuerza para seguir adelante.

—Tu hija es fuerte. —Finalmente dijo Dex, con un tono serio, casi solemne—. Como su padre.

Asher sonrió débilmente, agradecido por esas palabras, aunque fueran pocas.

La conversación terminó ahí, pero las palabras de Asher resonaron en la mente de Dex. Mientras se levantaba de la mesa y observaba a la pequeña Emilia dormir, se dio cuenta de que había algo en ella, una chispa de esperanza en un mundo que parecía estar siempre al borde de la oscuridad. Tal vez, pensó Dex, la misión que tenía entre manos no solo era la redención de los Nefilim, sino también la protección de esas chispas de luz, esos seres frágiles pero llenos de potencial como Emilia.

Y en esa noche silenciosa, mientras los vientos fríos soplaban a través de la ventana, Dex se permitió un momento de reflexión. No todo en este mundo estaba condenado. Había esperanza, aunque fuera pequeña y frágil.