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Everfall. Volumen I: Incursión.

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Synopsis
A Runé se le fue asignada una importante misión bajo la supervisión de uno de los Inquisidores más fuertes, un Serafín. Tendrá que viajar por todas las Tierras de la niebla. Se encontrara con Bestias sangrientas y otros Inquisidores, algunos amigos y otros enemigos. Tras su viaje ira conociendo a personas que poco a poco cambiaran su perspectiva de ver a las demás personas como un estorbo. Pero igualmente esos lazos que vaya creando podrian ser una debilidad en el futuro.
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Chapter 1 - Prólogo - Perspectivas Lejanas

Era el año 23 del siglo 6 del tercer milenio. (3623)

Yace un pueblo en un páramo lodoso y lúgubre, compuesto de casas de maderas apagadas, rotas y deterioradas. Pese a su apariencia, era el hogar de pueblerinos que desafortunadamente cargaban con pecados inmundos sin ser de sus orígenes, atrapados en la maldición primigenia. En esa noche de oscuridad, en donde el cielo y la luna eran borrados por inmensas nubes grises, como cualquier otro día de las Tierras de la niebla, el pueblo estaba en llamas. Inquisidores, los encargados de la protección de su especie debido a sus habilidades con la magia arcana, estaban siendo consumidos por distintos tipos de aberraciones bestiales. Variantes diferentes de Bestias. Unos más humanoides, unas más grandes, otras voladoras, eran las responsables de la carnicería del pueblo.

Los inquisidores restantes que aún se aferraban por una victoria inexistente sostenían sus armas blancas de un resplandor pálido en sus hojas. En medio del pueblo, el último punto defensivo de los acabados Inquisidores, se encontraba una mujer joven, la única de la zona, de cabello largo y despeinado de color gris. Su vestimenta era apagada, siendo una gabardina sobre ropajes negros y guantes que cubrían su piel, mismos ropajes que los demás inquisidores. Su rostro suave y hermoso era lo único que delataba su color a porcelana. Sobre su cabeza, un gorro puntiagudo al frente, con algo de apariencia a un tricornio en sus lados.

Lo más característico de la mujer eran sus ojos dorados con pupilas verticales, como depredador. La persona en cuestión estaba arrodillada en medio del lodazal que era el suelo de aquel pueblo en llamas, simplemente mirando con rostro perdido al cielo en busca de algo que no estaba. Sus iguales, siendo devorados alrededor suyo, no afectaban a la atención de la mujer en lo absoluto.

En este punto su mente estaba cansada, corrompida por la duda, por el saber. Había perdido mucho de lo que le importaba en este mundo de porquería, lo único que la alentaba a seguir. Por esas mismas razones, estaba dispuesta a dar todo de sí para, por lo menos, proteger a lo poco que le quedaba. No obstante, lo que estaba a punto de hacer era ir en contra de la promesa que le había hecho a un ser querido, a la misma persona que la salvó de sí misma y de su pasado involuntario.

Se preguntaba que si hacía lo que tenía en mente, ella la odiaría por no cumplir su promesa, a la vez que estaba dispuesta en romperla con tal de tener el mejor resultado posible. Se había decidido.

Aun arrodillada, alzo su brazo derecho al cielo nublado, extendiendo sus dedos al mismo destino que sus ojos. A su vez, su palma izquierda agarraba fielmente la muñeca del brazo extendido, como si tratase de detenerlo, pero esa no era la intención real. Este era el proceso, la postura de ayuda dirigido al ente conocido por ella.

Con la imagen de su brazo derecho extendido al cielo en forma de esperar que le dieran algo en su palma, y la del brazo izquierdo sosteniendo la muñeca de la otra, bajo la mirada de arriba hacia el lodo que era su suelo. Segundos después, cerro sus ojos.

Acto siguiente inicio un cántico:

—Aquellos cuyos nombres son ocultos con el de infames. Aquellos en el territorio carmesí de sus similares. Beban de mi sangre virgen, y concédanme ser la guía de la destrucción bajo su jurisdicción. Envíeme a ese lugar de muerte, en donde será la corte de mi petición.

Los sonidos a conflicto cesaron de repente para la mujer. Al abrir los ojos, el lodoso suelo fue cambiado por un suelo de agua roja a mínima profundidad, apenas cubriendo sus rodillas pegadas a esa agua.

Algo aún más evidente había aterrado a la mujer de esa extraña agua. En el agua carmesí, de extraña trasparencia, yacían ojos humanos, de diferentes tonos en sus pupilas afiladas. Al reaccionar, la mujer no pudo evitar caerse de trasero hacia atrás. Pese al movimiento brusco en las aguas, los ojos no se movieron, como si la interpretación del agua no les influyese.

Al estar en una posición que le daba vía libre hacia el frente, sus ojos notaron algo más tétrico que el agua de ojos. En su vista, una ciudad de aspecto victoriano similar a su hogar era lo visible. Con estructuras de ladrillos apagados, de grandes alturas, con techos puntiagudos. Todo siendo rodeado por una muralla que en comparación con la gran ciudad era pequeña.

Pese a las vistas similares, lo que se encontraba encima de esa ciudad no podía ser entendido ni alabado de buenas intenciones. Un ojo, la luna, ambas.

La luna había tomado la apariencia de un ojo de igual aspecto que la mujer de ojos dorados, solo que en este caso la luna tenía un tono gris. Esta cosa era la luna de este sitio sacado del infierno. Protegiendo el cielo que era nada más que una serie de nubes marones, dejando nada a la vista.

Del lago de ojos, una figura al desnudo emergió. La mujer simplemente se quedó atónita al ver de quién se trataba. La figura se acercó más y más hacia la Inquisidora, que por fin se había levantado por cualquier futura represalia.

Cuando estaba a pocos metros de ella, la figura del lago se detuvo, observando nuevamente a la otra persona en este infierno desconocido. La figura emergente, con la misma apariencia que la Inquisidora, por fin habló, incluso con la misma voz que su inspiración.

—¿Querías verme?