Las luces de Florencia iluminaban la ciudad como si intentaran competir con las estrellas. Desde la terraza de un edificio antiguo, Elara Ravenwood contemplaba el paisaje. La arquitectura renacentista parecía intocable bajo la luz de la luna, pero para ella, todo tenía grietas. A lo lejos, el río Arno reflejaba la serenidad de una noche que estaba a punto de ser interrumpida.
Elara se ajustó los guantes de cuero negro. Su cabello oscuro caía como una sombra sobre su rostro, y sus ojos, fríos y calculadores, escaneaban la plaza vacía. Italia siempre le había parecido un lugar contradictorio: hermosura envolviendo secretos oscuros. Y ella, por supuesto, era uno de esos secretos.
Desde niña, había sentido una necesidad oscura que nunca logró entender del todo, una fascinación insaciable por la sangre y el caos. No había elegido esta vida, porque, en realidad, la había deseado siempre. Matar no era solo un trabajo; era una forma de llenar el vacío que llevaba dentro, una satisfacción que, por un breve instante, la hacía sentir viva.
El objetivo de esta noche era un hombre llamado Carlo Benedetti. Dueño de una cadena de hoteles de lujo, pero también una pieza clave en el tráfico de información que amenazaba con destruir al hombre para quien trabajaba: Vorian Blackthorn. Un nombre que, incluso en susurros, podía hacer temblar a los más poderosos de Italia.
Elara descendió con sigilo por las escaleras del edificio. Cada paso resonaba como un eco en su mente, recordándole que no había margen para errores. Al cruzar las estrechas calles empedradas, observó cómo los restaurantes aún tenían mesas ocupadas. Las risas y el tintineo de copas parecían burlarse de su propia realidad.
Llegó a la entrada de un hotel que sobresalía entre los demás con su fachada blanca, adornada con columnas y balcones de hierro forjado. Dentro, Carlo disfrutaba de una cena privada, completamente ajeno al destino que le aguardaba.
—Buenas noches, signorina —saludó el recepcionista.
Elara sonrió con una amabilidad tan convincente que cualquier desconocido la consideraría inofensiva. Sus tacones resonaron en el mármol pulido mientras avanzaba hacia el ascensor.
El trayecto hasta el último piso fue corto, pero suficiente para que sus pensamientos se alinearan. Cuando las puertas se abrieron, el pasillo estaba desierto. Sacó una llave que había obtenido antes, un "obsequio" del hombre que custodiaba la habitación de Carlo.
Al entrar, el silencio la envolvió. Carlo estaba sentado, observando su reflejo en el cristal de la ventana. No había palabras necesarias; él supo quién era ella tan pronto como sus ojos se encontraron.
—Entonces, al final me encontraron. —Su voz tembló, pero intentó disimular con una sonrisa desafiante.
—Todos tienen una fecha de caducidad, Benedetti —respondió Elara, su tono gélido.
El cuchillo que sostenía brilló bajo la luz tenue. No fue rápido. No porque no pudiera hacerlo, sino porque disfrutaba de los últimos segundos de terror en los ojos de su presa. Cuando finalmente terminó, el cuarto quedó en un silencio sepulcral.
Mientras se limpiaba las manos, Elara no pudo evitar observar el paisaje nocturno desde la ventana. Florencia seguía igual de hermosa, indiferente al caos.
Cerró la puerta detrás de ella y desapareció en la oscuridad de las calles. Esa era su vida: sombras entre el mármol. Y aunque su misión principal aún estaba por comenzar, sabía que las cosas solo se pondrían más complicadas.
Al día siguiente, tenía una nueva tarea. Esta vez no se trataba de un hombre como Carlo. Su próximo objetivo era Adriel De Santis.
¿Quién era realmente él? ¿Por qué Vorian lo quería muerto? Estas preguntas no eran relevantes. Pero algo, muy dentro de su ser, le decía que este trabajo sería diferente.